Bienvenidos a un recorrido por las bambalinas de un oficio «insolidario casi por definición», tan fascinante como canalla, tan bello como precario, tan necesario como prostituido. No es un manual, ni una biografía, ni un ensayo, ni una radiografía de los medios y de la legislación sobre periodismo a lo largo de los últimos cuarenta y cinco años. Periodistas: El arte de molestar al poder (Roca Editorial, 2018) es todo eso al mismo tiempo. Pasen y lean.
Juan Tortosa (Berja, Almería, 1953), periodista, emplea su vida profesional a lo largo de más de cuarenta años para hilvanar un relato que arranca a mediados de los setenta, con una dictadura agonizante y el inicio de la Transición, visitas constantes a los juzgados, redacciones llenas de humo con el sonido de las máquinas de escribir por banda sonora, y un clima de ilusión vibrante en un sector que aspiraba a dar un servicio de calidad, a construir un nuevo mundo. Termina en 2018 con la profesión precarizada y casi en proceso de demolición, medios cerrando un día sí y otro también, profesionales sin poder pagar el recibo de la luz con lo que facturan como freelance, buitres financieros en la mesa de accionistas de los grupos de comunicación, gestores sin criterio periodístico decidiendo los contenidos y el tsunami formado por la crisis y la revolución online aún azotando al sector.
La trayectoria profesional de Juan Tortosa arranca en el Grupo Z como director y «hombre de paja» de la revista Lib —nunca nadie fue procesado más veces por escándalo público— y como parte de El periódico de Madrid, y termina en Público (que cerraría su versión impresa) y La Tuerka, el rincón donde germinaría Podemos. Entre medias están el cierre de Pueblo, el éxito de Informe Semanal (TVE), Antena 3 Radio, Cambio 16, el nacimiento de las televisiones autonómicas (Canal Sur) y de la edición malagueña de Diario 16, Servimedia, Quién sabe dónde, la llegada de las televisiones privadas (La sonrisa del pelícano en Antena 3 y luego CNN+ Andalucía), Cuatro, UGT Andalucía…
Lo que puede parecer una mera enumeración es un recorrido por radios, diarios y televisiones, grupos de presión y partidos políticos. Es un viaje por la historia mediática reciente patria. Y un atisbo a lo que pudo ser y no fue: la televisión española pública de calidad e independiente que nunca tuvimos; la brutal precarización, ya crónica, de un sector que jamás se convirtió a sí mismo en noticia y fue víctima de su misma naturaleza insolidaria y cuyos trabajadores sobreviven instalados en la eterna incertidumbre; los medios en quiebra o endeudados puestos en manos de buitres financieros; la creciente presencia del periodismo declarativo (ruedas de prensa sin preguntas, convocatorias, notas de prensa, visitas de políticos…) frente a la falta de auténticas noticias… La información de calidad tiene un precio. Y el periodismo es mucho más que una cuenta de resultados.
Entre tanta mudanza y cambio de contrato, con visitas intercaladas a la oficina de empleo pertinente —algo también consustancial a la profesión—, Periodistas: El arte de molestar al poder nos habla de cómo se deterioró la gestión de los medios de comunicación, de las dificultades del sector para defenderse de las presiones y la manipulación, del amiguismo rampante, de las prebendas y cohechos… Ilustrativos fueron los panegíricos dedicados a Emilio Botín tras su fallecimiento en 2014, pero más aún fue levantarse una mañana y ver que todos los diarios impresos aguardaban en el quiosco envueltos en páginas decoradas con la imagen del Banco Santander. Tras la autocrítica desencantada al sector late, eso sí, un amor profundo por un oficio que se ensalza y una llamada a quienes arrancan su andadura en ella. El mensaje de fondo es claro: esto es lo que hay, esto es lo que debería haber. Ahora es vuestro turno, cambiadlo.
Nacido de las entradas escritas en su blog, Las carga el diablo, sobre periodismo y política, y sometido a una intensa labor de corta y poda, si algo abunda en este libro son los nombres propios (cientos), bien de personajes hoy archiconocidos —Rosa Villacastín, Julia Navarro, Paco Lobatón, Arturo Pérez-Reverte, Javier Reverte…— o de profesionales del sector más desconocidos por el gran público. Para quien quiera empezar en esto del periodismo constituye una mirada límpida a los entresijos de cómo funcionan las cosas una vez dentro. Un manual heterodoxo escrito por alguien que ha pasado tanto tiempo embarrándose las botas o conduciendo por carreteras secundarias como pisando moquetas. Quienes llevan tiempo en la profesión reconocerán lo vivido, y raro será que no tropiecen durante la lectura con algún compañero, amigo o fantasma del pasado. El mío llega en la página ciento cuarenta y nueve: Jacinto Pérez Iriarte. El hombre en cuya redacción aprendí casi todo lo que sé de periodismo. El mejor jefe que he tenido y, probablemente, tendré. El que nos dejó a muchos con el corazón helado y los ojos rojos cuando un infarto traidor se lo llevó en abril de 2007. Tras él murió una empresa que otros no supieron gestionar. Muchos aún le seguimos llorando.
Juan Tortosa comparte con Jacinto la sonrisa fácil, la calidez en el trato y la modestia, ese atributo tan raro como necesario en la profesión. Transmite el mismo optimismo que destilan sus conclusiones, pese al demoledor panorama que reflejan las más de trescientas páginas de su libro. Defensor a ultranza de los mantras de la vieja escuela —no dejes preguntas sin responder, emplea un lenguaje «que entienda hasta tu abuela», si no te entienden algo has hecho mal, sé generoso con los contactos y el material, el periodismo declarativo no es periodismo…—, dedica también espacio a los más invisibles y quizá más periodistas que nadie —cámaras, fotoperiodistas, editores…— e insiste en que, pese a todo, el buen periodismo, el periodismo decente y de calidad, es posible.
—Partimos de un momento (los setenta) en el que por publicar según qué cosas, contar un chiste o poner ciertas fotos en la portada ibas al juzgado, y llegamos a una época en la que las redes sociales te censuran las fotos y por contar según qué chistes terminas en el juzgado. Hay cierta sensación de déjà vu.
—Y tienes menos respaldo social del que tenías entonces. Entonces se entendía que te llevaban al juzgado porque se ponía en cuestión una legalidad antigua que había que cambiar. Lo mismo se luchaba contra la prohibición de que se hablara mal de un antiguo franquista que porque el sexo fuera menos tabú, o por dar visibilidad al colectivo gay. Era entendible. Hoy Facebook censuraría lo que salía en las portadas de Interviú o Lib. Es curioso, porque con los chistes no había problema: en la televisión oías verdaderas barbaridades y había medios como La Codorniz, Hermano Lobo, El Papus…
—A la hora de hacer frente a esos juicios o multas también el panorama es otro: el del autónomo que sobrevive en precariado, y que además tiene que hacer frente de su bolsillo a posibles multas que puedan caer, por ejemplo, de mano de la “ley mordaza”, algo que puede funcionar como un doble sistema de censura muy efectivo.
—Fíjate, yo nunca me he sentido presionado o con miedo por si no me dejaban publicar algo. No sé si llamaban a mis jefes para presionarlos, pero a mí no me llamaron nunca, algo que honra a mis jefes, ya que si les llamaron ejercieron de cortapisas. Ahora un periodista que esté en cualquier medio sabe perfectamente lo que no tiene que hacer y cómo tiene que titular. Eso sí que es el horror. No te digo ya en la etapa de Antonio Caño en El País. No somos ingenuos, no se trata de ser puro, casto y limpio, pero sí de ser fiel y respetuoso con el lector. Y el lector antes miraba dos o tres periódicos para contrastar y tener un criterio propio. Ahora mira uno para dotarse de argumentario para discutir en el bar. Aunque suene a tópico, eso de que quien no recuerda la historia está condenado a repetirla es cierto. Y no te digo nada en este momento de exaltación del nacionalismo. Entonces estábamos aislados, éramos una dictadura en medio de un contexto internacional donde la socialdemocracia había avanzado mucho y el estado del bienestar estaba luchando contra la desigualdad en toda Europa. Ahora todos esos países incluso nos llevan delantera en retroceso democrático.
—Es interesante ese avance simultáneo de la extrema derecha y de las fake news en redes sociales.
—En redes sociales sí, porque fuera no son nada nuevo. La revista Pronto ha sido muchos años la más vendida en España, pero no ha dicho una verdad nunca, era la reina de los fake. Toda innovación tecnológica o social tiene un momento de caos, pero luego las cosas se reconducen. Pero es indiscutible que el uso del Whatsapp ha ayudado a Bolsonaro a ganar las elecciones, y el fenómeno fake desde luego ha cambiado el mundo para mal. Es cierto que tenemos que aprender a diferenciar medios de comunicación personal de medios de información.
—Ese periodismo de queroseno, como lo llama Ben Bradlee, de tertulianos vociferantes en busca de un incendio premeditado, parece haber extendido su tono a todos los ámbitos. La retórica general se ha vuelto más agresiva.
—¿Crees que eso no ha pasado siempre? Ahora hay un componente añadido, que es el encono, y está más generalizado en segmentos sociales donde antes no era tan palpable, pero eso ha existido siempre. Esa tentación de etiquetar permanentemente. Creo que también tiene que ver con todas las heridas sin cerrar desde hace tanto tiempo. Es el “mejor no hablar de esto” que ha dejado muchos temas postergados y mal resueltos durante los últimos cuarenta años. La Transición fue estupenda, pero quedaron muchos temas sin cerrar, y vosotros no tenéis por qué estar pagando las letras que firmamos entonces. Y uno se enfrenta a esto de dos maneras: está la gente con sensibilidad, de izquierdas, que lucha por una España mejor, y la gente que habla de oídas, a la que le resulta rentable y efectista poder presumir de intolerante, o de radical, o de racista, o de xenófobo.
—¿Vivimos la época de peor reputación del periodismo?
—Creo que quien tiene peor imagen es gente que se autodenomina periodista pero no es digno de ser llamado así. Lo que tenemos en el oficio son muchísimos brazos ejecutores políticos. El periodista y el político que habían ido juntos para luchar contra la situación se creían amigos equivocadamente, pero a partir de ahí el político quiere meterse en el terreno del periodista y el periodista quiere que el político le pague los favores. Ahí es donde viene el problema, cuando el político quiere hacer periodismo y el periodista quiere hacer política. Esto se va encanallando a partir del 90. Al final hay una serie de gente agraviada con el PSOE, y llegado un momento algunos se organizan: José Luis Balbín, José María García, Luis del Olmo, Manuel Martín Ferrán, Pedro Jota, Martín Prieto, Pablo Sebastián, José Luis Gutiérrez, Luis María Ansón… Acompañados por Camilo José Cela y Antonio Gala, crean la Asociación Española de Periodistas Independientes (AEPI), que en realidad fue conocida como el Sindicato del Crimen. Algunos se salieron apenas se dieron cuenta de qué iba, como Luis del Olmo, cosa que le honra. Esta gente tenía una cohorte que les rodeaba, en la que estaban los Inda y los Marhuenda de hoy. Hasta en eso ha ido la cosa a peor, se ha ido encanallando cada vez más.
—¿Realmente es posible dejar atrás la precariedad del sector, teniendo en cuenta a los extremos a los que hemos llegado?
—No si depende de los empresarios sin criterio periodístico, pero entonces no tendrán nunca calidad. Si tú respetas al lector o quieres captar a un cliente que busca un producto diferencial y de calidad, eso sólo podrás hacerlo si respetas al profesional y este puede pagar sus facturas y vivir de su trabajo.
—Y aun así, afirmas que crees que el periodismo libre y el periodista decente son posibles.
—Claro, es que además hay que luchar. Nos hace falta un 15-M, como en la política. Aunque las cosas no hayan salido todo lo bien que querríamos, se sacudió el sistema entero y se pusieron en cuestión muchas cosas. En el periodismo hace falta un 15-M que sea capaz de organizarse y diga: «No nos representáis. Inda, Marhuenda, no me representas. Y si mi padre o mi vecina tienen mal concepto del periodismo, es porque vosotros no sois periodistas». Y esto, ese puñetazo encima de la mesa, lo tiene que dar la gente del mismo segmento, de entre 25 y 40 años. Es también una cuestión generacional. No puede ser que las mismas personas que estaban partiendo el bacalao al morir Franco (y antes) lo sigan haciendo ahora, con todo el cariño hacia la gente competente que sigue ahí. Hay mucha “vaca sagrada” en el periodismo, gente con más de 70 años que sigue marcando el camino. Tienen que dar un paso al lado. Distribuyamos el juego con decencia. Le hemos taponado el paso a la gente con 45 y 50 años, que han llegado en precario desde que salieron de la facultad. Siempre hay un porcentaje de gente brillante que llega igual, y gente dispuesta a hacer la pelota y trepar a costa de lo que haga falta desde el minuto uno…
«Cuando escribo estas líneas, ni la televisión ni la radio ni los periódicos que fueron naciendo tras la muerte de Franco tienen nada que ver con lo que algunos pensábamos que podían haber llegado a ser. A muchos de los que los promovieron y diseñaron se les llenó la boca durante años proclamando la necesidad de cambiar las cosas. Y cambiaron, sí, pero para beneficio de trepas y falsos profetas, muchos de los cuales se mueven desde entonces, encantados de haberse conocido, en los entresijos del poder, ellos y sus aventajados discípulos. Una buena parte del universo de los negocios y de la política en España ha pasado a manos de generaciones más jóvenes. El periodismo todavía no lo ha hecho.» —Juan Tortosa, Periodistas.
—Ahí entramos ya en el apartado de «profesión en la que nunca faltan cuchillos volando y conspiraciones fraguándose en los pasillos».
—Sí, pero a veces tiene hasta su gracia, ¿no? Sólo se trata de cómo lo gestiones. Lo que es impensable es que las grandes redacciones… No puedes ser amigo de ciento y pico personas. En las pequeñas… bueno, ahí tiene más que ver con ese componente de inseguridad y vanidad, si llega alguien mejor o más listo que tú y no hay trabajo para todos, mejor putearle. Yo creo que es mejor apostar siempre por la generosidad, compartir las imágenes, la agenda, los contactos. Hoy por ti y mañana por mí. Nunca sabes lo que puede pasar, y menos en este sector.
—“El cierre de un medio es siempre un síntoma de enfermedad”. En los últimos meses han cerrado los informativos de Cuatro, el servicio en español de la agencia de noticias DPA, PlayGround se enfrenta a un ERE, BuzzFeed…
—Cuando un medio desaparece estamos perdiendo libertad y salud democrática. Como estamos democráticamente enfermos, hay alguna aspirina que tenemos que tomarnos para estar algo mejor, e igual es el síntoma que tantos medios se cierren. Yo recuerdo la génesis de los medios en los años 70 y 80, y ese espíritu emprendedor por parte de gente con dinero, gente con capacidad de riesgo y mentalidad empresarial, que apueste por los medios no lo veo. La cuenta de resultados no tiene por qué ser ganar cuanto más mejor, sino no perder y que el producto merezca la pena. Yo mantengo la esperanza, creo que no me voy a morir sin verlo. Las fake news, el que se decanten por ideología antes que principios, la precariedad… todo esto tiene que ser una gripe. El periodismo tiene salida.
—¿Y qué hacemos con la televisión pública?
—Precisamente creo que la única manera de contrapesar todo eso sería una TV pública decente, y no existe. No hay político que esté dispuesto a entender que la televisión autonómica no viene en el kit de las elecciones junto con el BOE. La gestión tiene que ser independiente. Tenemos referentes en otros países. E Reino Unido y Francia la televisión pública funciona bien. ¿Por qué aquí nos cuesta tanto?
—El periodismo de convocatoria, las ruedas de prensa sin preguntas, el periodismo declarativo no es periodismo. Si hoy quitamos todo eso nos quedamos con…
—… Con periodismo. (Risas)
—Información propia se elabora muy poca. Para eso hay que invertir en personal, tiempo y medios. La información diferenciada tiene un precio. Algo que los nuevos empresarios no parecen entender.
—Ese es uno de los grandes problemas. El papel ejecutivo que antes tenían los directores de los medios ahora lo tienen los gerentes. A mí siempre me molestó manejar presupuestos, pero mejor que lo hagas tú, que tienes criterio periodístico, el gerente no. ¿Quién sale perdiendo con eso? La posibilidad de estar bien informado. No vas a perder la imagen: los móviles ahora están en todas partes. La foto o el vídeo los tendrás. Pero es que el periodismo es mucho más.
—¿El público demanda información de calidad aunque tenga que pagar por ella?
—No lo sé, pero cuando tú ofreces un producto de calidad eso se detecta. Los restaurantes Michelin tres estrellas funcionan, aunque haya gente que prefiera el menú del día. Medios como el New York Times o el Washington Post están funcionando. Jeff Bezos ha empezado a contratar periodistas para investigar, con sueldos dignos. Así que la posibilidad existe. Laurene Powell, la viuda de Steve Jobs, se ha quedado la emblemática The Atlantic y la está resucitando a fondo perdido. Tal vez es una opción, el mecenazgo. No el único camino, pero es uno.
—Esto es sólo un trabajo y muy mal pagado (cuando te pagan). ¿Por qué entonces nos duele tanto?
—¿El qué no nos paguen? (Risas) Hay un componente adicional en el ejercicio del periodismo que no tiene que ver con la parte laboral ni con la económica. Tampoco me gusta llamarlo «vocacional», porque suena a sacristía, pero si no tienes una cierta sensación de que lo que haces es útil, no tiene sentido que te dediques a esto. De alguna manera creo que soy un privilegiado, porque hay mucha gente que le gustaría estar viendo lo que yo veo, y no se merece no saberlo. Ahí entramos en otro terreno, que es el de cómo somos de fieles a aquellos que nos ven, nos escuchan o nos leen. Porque si somos realmente sus delegados, tendríamos que pensar en ellos antes que en quien nos paga.
—Algo que se vuelve mucho más difícil con la precariedad imperante en el sector: “Hay más miedo a quedarse sin trabajo que a jugarse el prestigio”.
—Claro, sobre todo quien se ha creído que del periodismo se puede vivir. Que viene derivado de quien se ha creído que el periodismo es una carrera, que a su vez viene derivado de quien se ha creído que las facultades son útiles, porque ahí empieza la mentira, la estafa y la trampa. Las facultades de Periodismo no son necesarias. Entre 2010 y 2015 creo que salieron a la calle unos 15.000 periodistas —no sé si el dato es del todo correcto—, pero son unas 3.000 personas estafadas al año, porque no van a tener dónde ir. Además, abaratan la carne de periodista. Cuando el empresario ve que se puede quitar de en medio a una persona de 50 años y por el mismo precio coger a cuatro de 25, aunque no tengan ese poso de experiencia… Es otra cosa incomprensible, el no valorar la mezcla de edades en la redacción. Pero ahora empresarios de prensa “profesionales” cada vez hay menos, lo que hay son consejos de administración con empresas como Telefónica, fondos de Qatar, fondos buitre, bancos…
—¿Y qué ha pasado con el relevo? No hay cabeceras que encarnen hoy lo que fueran en su día El País…
—Ni siquiera El País.
—No. O Pueblo. O Diario 16. No ha habido sustitutos. No existe ese diario que incluso los menos lectores compren cada fin de semana.
—Jesús Polanco (Prisa), Antonio Asensio (Zeta), Juan Tomás de Salas (Grupo 16)… Esta gente, que sí tenía instinto periodístico, se ha muerto justo cuando empezó la crisis y el mundo digital. Esos tres factores juntos han arruinado el ejercicio del periodismo en este país, sumado al inmenso número de licenciados que salen cada año abaratando la carne de periodista. Sería mejor que se estudiase otra licenciatura y luego se puliesen las aptitudes para el oficio en un máster. A ver quién le pone el cascabel a ese gato.
—La otra cara de esa precariedad es el “trabajamos donde podemos”, que no donde queremos, frente a la defensa de una mayor especialización.
—En Informe semanal la clave del asunto era que no estábamos especializados. Enfrentábamos cada programa como un cursillo intensivo. Hace unos años en El País cambiaron a todo el mundo de sección. Fue revolucionario. No sé si lo habrán vuelto a hacer. Alex Grijelmo pasó a ser redactor de Deportes, y la sección salió ganando porque estaba mejor escrita, aunque ya antes eran muy buenos. La no especialización es buena siempre que tengas un buen poso cultural y los rudimentos del oficio bien controlados. Si dejas una pregunta sin contestar, si dejas al lector con un interrogante, has fracasado.
—Dices que en ningún sitio has podido hacer una radiografía tan exacta de la verdadera cara de tu país como en Quién sabe dónde.
—Estaba siempre en la carretera, cada semana en casa de alguien donde había pasado algo o faltaba alguien. La gente me recibía vestida de domingo, te abrían la casa y el alma, era sobrecogedor. Cuando volvía a mi casa los viernes por la noche lo hacía pensando: «¿De qué me quejo yo?». Es verdad que el periodismo es una profesión infame, precaria, llena de gente que la quiere manipular, pero lo que yo veía, tanto desde el punto de vista económico como psicológico, era algo que me hacía sentir un absoluto privilegiado. Esa era la España real, la que no asomaba en mi entorno ni en las portadas de los medios. Esa que llamamos «España profunda», y que en realidad está en cualquier sitio.
—Uno de los campos más criticados y a la vez más seguidos del periodismo, ahora y siempre, es el de sucesos.
—El periodismo de sucesos es imprescindible, pero tiene que merecer la pena. Margarita Landi, por ejemplo, fue compañera mía en Interviú, una maestra del oficio. Escribía con una dignidad y una solvencia… El problema es que la redacción a veces es muy complicada, y la figura del editor, que era imprescindible, en muchos casos ha desaparecido. Hay dos tipos de periodismo que te preparan para todo si los sabes hacer bien: el deportivo y el de sucesos.
—La conclusión de tu paso por diversos puestos en Andalucía es que la información local es especialmente complicada, pero muy necesaria.
—La información local es el futuro del periodismo. El periodismo general tiene que ver más con la reflexión, la valoración. El periodismo de proximidad tiene el reto de ser algo más, y ahora mismo se está reinventando. Veremos a dónde llega.
—Disfrutaste de un sillón privilegiado durante todo el proceso político-mediático del nacimiento de Podemos. Con Ciudadanos y luego Vox se diría que el trato mediático ha sido distinto.
—Pues saquemos conclusiones. Hubo un momento, cuando Podemos saca los cinco diputados para las elecciones europeas en mayo de 2014 —que tampoco fue nada del otro mundo, IU sacó siete— que es el aldabonazo. Luego viene una especie de terremoto, cuando al mes han dimitido el rey y Rubalcaba, empiezan a ponerse nerviosos en las cúpulas de los dos grandes partidos, los sondeos de expectativas de voto les dan resultados favorables… Ahí empieza la guerra: sale el presidente del Sabadell a decir que hace falta un Podemos de derechas, empiezan a mirar hasta el revés de los calzoncillos de todos los cabecillas de Podemos, que si la beca de Errejón, el asistente de Echenique… Ese ataque a mansalva hace que se desinfle, y en las municipales y autonómicas de 2015 el efecto es menor del que se presuponía. Ahora está pasando lo mismo con Vox: ha pegado el petardazo en una comunidad que siempre ha tenido el estigma de ser termómetro de lo que va a pasar en el resto del país, y ha conseguido unos sondeos favorables. El otro día iba yo en un taxi con un periodista muy conocido por su voz, y el conductor nos preguntó qué podía hacer para que su mujer no votara a Vox. Mi amigo le dijo: «Dígale que lea el programa». “No sabe leer”. ¿No te resume todo? Le dije: “Léaselo usted”.
—Uno de los municipios que mejor encarna el ascenso de Vox es El Ejido, aunque ya durante los incidentes del año 2000, que cubrió para CNN+, parecía terreno abonado.
—Cuando aquello ardió en el año 2000, una oferta política como la de Vox ya habría triunfado en la costa malagueña y almeriense. No quiero denigrar a El Ejido, yo soy de la zona. El descubrimiento del agua en el subsuelo en lo que eran terrenos de secano permitió implantar cultivos de fuera de temporada y con ello que autobuses llenos de gente que se iba a Francia o Barcelona de repente se quedase a trabajar un pequeño terreno que mantenía a la familia, que trabajaba toda en esa tierra. Poco a poco, mandas a los hijos a estudiar y vas contratando inmigrantes. Son pequeños propietarios con escasa formación o analfabetos. De repente contratan a un argelino, a un tunecino, o a un marroquí y resulta que hablan árabe, francés, y pronto español. Empieza el complejo, la inseguridad, el miedo, mezclado con el enraizamiento racista que todos tenemos en este país. De todas formas, algo está haciendo mal la izquierda cuando la mejora de las condiciones de vida de la gente supone que ésta se pase a la derecha.
—¿Por qué este libro, por qué ahora?
—Ni siquiera pensaba en eso. Me siento un afortunado porque ha tenido eco, y porque Roca Editorial se haya arriesgado publicándolo. Parte del contenido ya existía en un blog, Las carga el diablo, dedicado a hablar de periodismo y política. Cuando llevaba casi mil entradas hace tres o cuatro años, guardé las dedicadas a periodismo pensando en trabajar en un manual para la facultad o algo así… Pero quedaba muy soso. En La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary, Vargas Llosa cuenta que siempre puedes tener muchas perlas a la hora de contar las cosas, pero si no tienes un hilo, de poco sirve. El hilo era yo mismo. Decidí contarlo a partir de ahí, usar mi persona y mi trayectoria para hacer un análisis del periodismo en España. Hay gente que lo ha entendido. Hay un tipo al que siempre he querido, y en el libro cuento que no acabamos muy bien, que es Paco Lobatón, que vino a la presentación de mi libro.
—Tal vez porque la crítica, cuando la hay, no es personal. Refleja el cambio de posición en ese tablero de política, medios, empresas… pero sin inquina.
—Sí, eso creo. Al final no sé qué es lo que me ha salido. No sé si es un libro de relatos, un manual, un ensayo, un libro de memorias…
—De lo que no hay duda es de que sigues siendo un optimista: “El periodismo será eterno, porque la necesidad del ser humano de conocer el mundo que le rodea también lo es”.
—Esa cara que se le pone a un niño cuando alguien le cuenta un cuento es la esencia, la razón por la que creo que el periodismo no morirá. Nuestras ganas por que nos cuenten historias serán eternas. Es como con el cine. Puede que cambie la manera de verlas o contarlas, pero habrá que hacerlo igualmente. En este caso es no ficción, están contando cosas que tienen un valor añadido, analizar por qué han pasado, a quién, cuándo, cómo… Aporta datos para la propia vida. Allá donde exista una historia siempre está la posibilidad de contarla, y siempre habrá a quien le interese conocerla. El hecho de que haya necesidad de que se cuenten historias me hace ser optimista. Ahora que estamos con un tsunami que no nos ha terminado de pasar el agua por encima… pues también.
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