Cincuenta y seis poemas componen la última obra que ha publicado recientemente la escritora Juana Vázquez. Desde su título, Voz de niebla, ya se evidencia la intención de la poeta: desarrollar, en una obra unitaria, una reflexión existencial anclada en un mundo de escombros, desencantos, miseria y olvido buscando los arcanos secretos del lenguaje imbricada en la senda del último Valente. La poeta pacense se sirve eficazmente de las metáforas y de referentes a modo de código (siempre en mayúscula: la Puerta, Primer Manuscrito, Código Primigenio, Silencio, Primera Palabra, Primer Manuscrito, el Inaccesible, entre otros) que provocan un estremecimiento, una sacudida para quien tiene la obra entre sus manos, pues ya ha afirmado, para que nadie se lleve a engaño: “que pare ya esta música / que solo me trae ecos / pues el lenguaje es bruma / en los rincones de la mente / donde se unen las diferentes vidas / de una vida”. Estamos ante un poemario-búsqueda de una mujer que habita entre las ausencias, entre palabras-sombra, en la cicatriz de la duda, pero que no se rinde aunque sepa que, de fondo, lo que escucha son “ecos de una naturaleza agónica” “y los sonidos no dejan de aullar”, o percibe que “el sol entra en la rutina / de encender las calles soñolientas / y los latidos de la ciudad”. Seguramente por esto busca retornar al Origen, a ese no-lugar primigenio, antes de que el mundo fuera, en el que “la belleza no se trenza con palabras / sino en vertical mudez / componiendo los retazos del origen”. Pero, ¿de qué manera se alcanza ese principio del que todo germina? Ni siquiera con la Poesía escrita con mayúsculas, pues “el viaje hacia el Inicio no termina nunca / ni con el parpadeo clarividente / de la poesía cuando se escribe en Mayúsculas”. Y no halla esperanza, un sosiego necesario más allá de los instantes donde poder refugiarse, pues la poeta sabe, es consciente de la verdad de un tiempo como el que habitamos, un tiempo en el que nos hemos olvidado de lo importante, aquello que no es decible ni nombrable, y en el que únicamente “somos bruma solo bruma / enredada en los zarzales de las palabras muertas / que se llenan de humo del diario transitar / que se acunan en mi mesa oscura del ordenador”.
Por eso busca sin descanso (en la lluvia, el mar o los amaneceres) el enigmático e inmarcesible lenguaje primigenio, ese lenguaje original que está totalmente olvidado en esta época donde todo se enmaraña y que conecta con la duda universal, que no lo puede penetrar cualquiera. Acaso nadie tenga la capacidad de alcanzarlo porque, de tan claro, deslumbra y no se alcanza más que con la muerte, con el fin: “Lo Otro no se traspasa hasta que llega el fantasma / de los ojos huecos / y la palidez”. Por eso hay que seguir siempre atentos, avanzar sin descanso en la meditación, por si acaso se revelara el misterio abisal de la Palabra ancestral, en la indagación de las tinieblas que custodian el secreto del idioma desnudo: “Necesito un idioma / desnudo de tiempo para responderme / y carezco de él”, escribe. Y así avanza Juana Vázquez con su Voz de niebla, meditativa, de una potencia lírica desgarradora, serena y consciente, inasequible al desaliento como Ícaro desvelado: buscando traspasar cada uno de los cendales de un universo de sombras que nos separa hasta la muerte y, seguramente sin remedio, de la última verdad que anhela la poeta. Del axioma de lo Absoluto.
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Autor: Juana Vázquez. Título: Voz de niebla. Editorial: Ars Poética. Venta: Amazon
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