Jugadores de póquer en el Far West hubo muchos: fulleros como George Devol o Canadá Bill (William Jones), mujeres de vida más o menos alegre como Kitty Le Roy o Big Nose Kate (la “novia” de Doc Holliday) pistoleros como Wild Bill Hickok o Doc Holliday.. o incluso agentes de la ley como Bat Masterson o Luke Short. Pero el juego más peligroso del Oeste era el favorito de Wyatt Earp: El Faro.
El faro está íntimamente relacionado con la llamada “suicide table” que se encuentra actualmente expuesta como reclamo turístico en el Saloon Delta de la ciudad de Virginia (Nevada). Su historia es bastante truculenta: Todo empezó en 1860. La mesa, recién construida por encargo, era propiedad de un jugador profesional llamado Black Jake. Llevando la banca, perdió en una noche 70.000 dólares, más de lo que tenía. Y el hombre puso fin a sus problemas económicos pegándose un tiro. La mesa fue heredada por uno de sus acreedores, otro jugador profesional que empezó a perder abundantemente, tanto en esa mesa como fuera de ella, hasta que al no poder afrontar sus deudas puso fin a su vida (aunque el asunto fue algo turbio, los investigadores del caso siempre pensaron que “lo suicidaron” acreedores intransigentes, pero bueno, no hay pruebas, no hay delito…)
La mesa quedó arrinconada y en desuso hasta 1890. Alguien poco supersticioso la reconvirtió en mesa de Black Jack… y una noche un minero borracho le ganó todo lo que tenía: 86.000 dolares, una manada de caballos de monta y una participación en una sociedad minera. Para no perder la costumbre, este último dueño también se suicidó. Desde entonces la mesa está en desuso. Si pasan por Virginia, no dejen de ir a verla. Está bastante publicitada, con varios carteles y tal por toda la ciudad.
El caso de la “suicide table” tiene más delito si tenemos en cuenta que la banca solía ganar, en esto del Faro.
El faro procede del juego inglés “Basset” muy jugado (y muy prohibido) en Francia e Inglaterra en los siglos XVII y XVIII. Se cree que los colonos franceses que fundaron Nueva Orleans ya importaron el juego, y sea como fuere, vino para quedarse: por la aparente sencillez de sus reglas (y por su fuerte capacidad de adicción) pronto se hizo tan popular que se calcula que entre 1850 y 1890 había al menos una mesa de “Faro” en cada ciudad o pueblo de cierto tamaño. Si se juega honestamente, la ventaja de la banca no es muy grande… Pero eso no era problema para los tahúres del Oeste, que solían hacer trampas desplumando así a los incautos. En especial si estaban más o menos borrachos. El escritor (y jugador) Jonathan Green afirmó en 1853: “… es más racional quemar tu dinero que jugarlo al Faro”
Esta mala fama, asociada a que, como ya se ha dicho, si no se hacían trampas, no era rentable en los casinos, hizo que las casas de juego fueran sustituyendo las mesas de faro por las ruletas. Una inversión más cara pero más rentable a largo plazo, y en la que no necesitaban hacer trampas para desplumar incautos. Y con su pérdida de popularidad, llegó su ilegalidad. En 1930 el juego del Faro ya sólo era legal en el estado de Nevada. En 1950 sólo quedaban tres mesas de Faro regulares en ese estado. La última, la del casino “The Union Plaza” (Ely, Nevada) fue clausurada en 1975.
El nombre de “Faro” procede de “Faraón”, en alusión al dibujo del reverso de las cartas con las que se empezó a jugar en Francia. En Estados Unidos se le llamó también “Tigre” debido a que en el reverso de las cartas estaba dibujado ese animal.
¿Y cómo se juega al Faro? Pueden jugar tantos jugadores como quieran. A la manera de la ruleta, es un juego de azar y apuestas.
Se utiliza una baraja francesa de 52 cartas, sin comodines. En la mesa de Faro están dibujadas las trece cartas del palo de picas. Los jugadores colocan su apuesta en una de las cartas. El jugador que hace de croupier y banca saca dos cartas. Si se ha apostado a una carta de ese valor la banca se lo lleva. La segunda carta es para los jugadores: Si sale una carta de un valor en el que alguien ha apostado, se lleva lo apostado más otro tanto. Si la primera carta (la de la banca) y la segunda (la de los jugadores) tienen el mismo valor la banca se lleva sólo la mitad de lo que se haya apostado. Las apuestas que quedan en la mesa no son ni ganadas ni perdidas. Los jugadores pueden retirar sus apuestas, cambiarlas de sitio o dejarlas para la siguiente ronda. La baraja no se cambia, así que los jugadores pueden tratar de adivinar qué cartas quedan y cuales van a salir…
Sencillo, ¿verdad? A este Faro original pronto le salieron variantes: Apuestas combinadas, a la carta más alta, a las tres últimas cartas… Demasiadas variables para los aturdidos vaqueros y mineros que perdían su dinero duramente ganado en este juego. Pero bueno… ¿Qué otra cosa se podía esperar… del juego más peligroso?
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