Julián Ibáñez es santanderino de nacimiento, aunque conserva nítidos recuerdos de su niñez sobre toda clase de chusma y sobre las prostitutas que por entonces poblaban las calles de la zona de Tirso de Molina, en Madrid, ciudad donde terminaron por asentarse sus padres, que eran profesores del bando perdedor de la guerra. Esos recuerdos, además de otros que le ha dado su experiencia vital, pero sobre todo esos, son fuente inagotable para la creación de los personajes de sus novelas. Nace en 1940, lo que probablemente le hace el escritor de novela negra de más edad de entre otros compañeros de su generación, entre los que destacaron también Vázquez Montalbán, Juan Madrid, Andreu Martín o Carlos Pérez Merinero.
Como Chandler, Julián no es un escritor de tramas complejas o de misterios que hay que solucionar a base de racionalismo. Sus novelas son novelas de escenarios y de personajes. Algunos de sus personajes protagonistas son Ramón Ferreol, Barquín, Novoa, Cobos, Maza o el omnipresente y definitivo Bellón, que representa la evolución de todos los demás. Bellón siempre ha estado ahí, con diferentes envoltorios, aun cuando todavía no existía. Un antihéroe, un perdedor que solo busca meter un billete en el bolsillo protegiendo a una mujer del marido violento, o escoltando a otra para llevar dinero al banco o llevando mercancía o dinero de una joyería de cuarta categoría a otra. Bellón para en garitos como el Menta y Canela o El Elefante Blanco o en bares de serrín en el suelo de barrios de las afueras de municipios de las afueras. Es en estos territorios donde consigue sus encargos, que raramente le proporcionan más de cincuenta euros de una vez.
Tradicionalmente, la literatura nos ha hablado de gestas de héroes, siendo este un arquetipo al que tarde o temprano, como no podía ser de otra forma si atendemos a la estructura de cualquier novela, le tenía que salir un antagonista: el antihéroe. Esta figura surge para cuestionar al héroe, y para demostrar que se puede contar una historia desde otro punto de vista quizás más certero y más objetivo. El héroe suele ser un triunfador, mientras que el antihéroe posee la aureola del perdedor. Es el Bellón de Julián Ibáñez.
Pero ¿qué es un perdedor en literatura? ¿Es acaso alguien que no consigue sus objetivos? ¿Es alguien que siempre pierde y por tanto acepta la derrota? ¿Alguien que al no lograr llevar un proyecto a buen puerto se va a su casa? No, ni mucho menos. Con el tiempo la figura del perdedor se ha convertido en un arquetipo del que emanan personajes muy reales que son producto de la historia de su tiempo, generalmente el resultado de una coyuntura trágica. El perdedor funciona como una figura simbólica a través de la cual los relatos cuentan versiones muy distintas a las de la historia oficial. Por tanto, es un revolucionario que revisa y derrumba los cimientos del statu quo, aun sin planearlo, que trata de imponerse a todos y a todo. Es un arquetipo imprescindible para barrenar el discurso oficial. La pérdida le hace actuar como si fuera un guerrero en lucha contra el pensamiento único.
Por tanto, la pérdida ni es una actitud vocacional ni una aceptación del fracaso. El perdedor lo es porque le fuerzan a ello otras personas o circunstancias muy poderosas. Por el camino perderá, pero perder no es un hecho total y definitivo, sino parcial y temporal, generalmente preludio de una victoria que puede tardar en venir, victoria que será total o parcial, pero que será, que acontecerá en un futuro moldeado por el perdedor aun sin proponérselo.
El camino del perdedor no es un camino de rosas. Contrariamente a lo que tradicionalmente se cree, es mucho menos duro conseguir triunfar, menos devastador que convivir con los restos de sucesivos fracasos, sin ilusiones y sin esperanzas durante varias décadas, sin ninguna duda. Por tanto, el camino del perdedor es mucho más difícil que el del triunfador, que parece el único camino posible en una sociedad de consumo como la que vivimos, toda una contrariedad, ya que son pocos los que triunfan y muchos los que fracasan. Ahora bien, las enseñanzas del fracaso son mucho más certeras y objetivas que las del triunfo, en cualquier tiempo, en cualquier territorio, físico o social.
El perdedor como arquetipo es una figura tan universal en literatura que trasciende los géneros, no siendo patrimonio único del género negro, donde sin embargo encaja como un guante. Probablemente fuera William Riley Burnett el más conocido de los escritores que empezara a delinear personajes con estas características con novelas como Pequeño César o La jungla de asfalto. No menos memorables son las aventuras de Dortmunder, personaje de saga de Donald Westlake que en clave de comedia nos dibuja a un tipo al que todo le sale mal. Chester Himes, Dennis Lehane, George V. Higgins, Lawrence Block o Walter Mosley continúan la senda del perdedor con sus personajes, un arquetipo que dentro del género negro parece encajar totalmente en la crook story, que son las novelas narradas desde el punto de vista del delincuente. El perdedor puede serlo o no, pero en cualquier caso todos estos personajes tienen esa mirada que parece anunciar que no va a pararse ante nada, aunque caiga, aunque encuentre más dificultades de las que sea capaz de superar, aunque los obstáculos hasta llegar al objetivo sean más de los que pueda vencer.
Esta es la herencia que recoge Bellón, que lleva a sus espaldas todos los personajes anteriores de Julián Ibáñez más los de Block, Mosley, Higgins y los demás ya nombrados. Pero es que el territorio Ibáñez lo habitan también secundarios de lujo. Esos secundarios tienen sobrenombres como el Mostaza, el Palomo, el Fresitas, etc., que nos muestran que el arquetipo del perdedor no es único, sino que hay categorías, estratos. Al lado de estos, Bellón es un aristócrata, aunque del lumpen, pero obligado a sobrevivir para existir en la siguiente novela de Julián.
El estilo de Ibáñez, pese a derivar del territorio mítico chandleriano, es único, porque Bellón no es Chandler y Los Ángeles no es Fuenlabrada. Tampoco los mafiosos americanos son como los gitanos o los quinquis madrileños de extrarradio. Como buen perdedor, el encanto de Bellón tampoco es el de Marlowe. Por tanto, sin ser un tipo mujeriego, Bellón no puede evitar dar un repaso visual a cada mujer con la que se cruza, muchas de ellas prostitutas a las que protege, por aquello de llevar un billete a su bolsillo. Bellón adolece del donjuanismo de Marlowe, vale, pero a menudo pierde la cabeza por esta o aquella mujer, siempre mujeres de dudosa reputación que cree tener que proteger, que no suelen corresponderle.
La prosa de Julián Ibáñez es seca, concisa y se ciñe a lo concreto, huyendo de descripciones largas e innecesarias, manejando como nadie recursos literarios como la comparación (de hecho, es el maestro español de este recurso tan propio de la novela negra clásica), que suele ayudar más a comprender que diez páginas descriptivas que terminan por agotar al lector. Como escritor pertenece a la llamada Generación de la Transición, que es cuando en España se empieza a escribir novela negra de forma general y casi por primera vez. Antes que él y que Montalbán, Andreu, Madrid o Merinero, entre otros, básicamente escribían novela negra Manuel de Pedrolo y González Ledesma, pero fueron perseguidos y censurados por el aparato franquista.
Por tanto, nos encontramos en un país, España, en el que, debido a cuarenta años de dictadura, la novela negra tardó en llegar, leyéndose solamente ficción criminal del tipo enigma, crímenes holmesianos o christienianos que sí beneficiaban al régimen porque así afianzaba la idea de «mirad lo que pasa en el extranjero», como si aquí la criminalidad no existiera, que existía (véase en la hemeroteca los crímenes y demás delitos narrados y fotografiados por El Caso), así como los interminables crímenes de estado. La batalla de los años 30 de Hammett contra Van Dine o Chandler contra Dickson Car llega tarde a España, a principios de la década de los setenta, y tarda todavía un poco más en sintonizar con ese público de ficción criminal de lectura fácil que es la novela enigma. Las series Tiempo Contemporáneo, Enlace, Bruguera o La Cua de Palla en Cataluña acercaron a los lectores españoles a Chandler, Hammett, McCoy, Williams, Macdonald, Himes, Thompson, Cain, Goodis, pero también a Sjöwall y Wahlöö, Jean-Patrick Manchette o Boris Vian.
Los autores citados, pero sobre todo Chandler y sus estilos y arquetipos, son el poso de la escritura de Julián Ibáñez que, junto a Merinero, ostenta bajo mi punto de vista la más alta representación del hardboiled de aquella generación que mayoritariamente sigue activa. Pero es Julián el que ha conservado de forma íntegra su estilo, el que más ha ensanchado su territorio mítico, el que, junto al difunto Merinero, acumula no lectores, que también, sino acólitos que forman cofradías de fronteras difusas que se dejan ver por ferias del libro, festivales de género y presentaciones. Porque Julián Ibáñez, en su madurez literaria, ha aprendido a escribir novelas de Bellón como cualquier otro tipo aprende a pintar cuadros de una determinada forma o a componer canciones de una manera muy reconocible. Y también ha aprendido a despojarse de lo superfluo, de lo que no aporta nada a la novela, es decir, ha aprendido a escribir fácil, lo que no es nada fácil, todo lo contrario, puede conllevar un aprendizaje demasiado largo, como el que inicia un pintor para al final de su trayectoria pintar un cuadro sencillo, huyendo de florituras, que se convierte en obra maestra.
Bellón es un personajazo. Tanto que se echa de menos su adaptación al cómic en una época en que la historieta vive un peculiar revival. ¿Quién no ha imaginado una saga de novela gráfica de Bellón? ¿Quizás hecha por Altarriba y Keko? ¿O quizás Paco Roca o Miguelanxo Prado? Dejo aquí la idea.
La última del maestro acaba de salir. Bellón en estado puro transita por las páginas de Las pelirrojas nunca se marchitan como Pedro por su casa, entre gitanos, quinquis, macarras y delincuentes de poca monta, además de hacer sus trabajos para obtener el billete que llevarse al bolsillo para pasar las próximas horas. No se la pueden perder.
Si Francisco González Ledesma fue conocido en sus últimos años por acuerdo tácito-oficioso como El Jefe de la Banda, es hora de que Julián Ibáñez sea bautizado con otro apelativo, solo por distinguirlo del maestro Ledesma, y que bien podría ser El Jefe Noir.
Algunas de las principales novelas negras de Julián Ibáñez son:
- La triple dama (Sedmay Ediciones, 1980; reedición Edelvives, 1996). Personaje: Ramón Ferreol
- La recompensa polaca (Editorial Debate, 1981).
- No des la espalda a la paloma (Ediciones Forum, 1983). Premio Moriarty y su novela más vendida (7.000 copias). Personaje: Ramón Ferreol
- Mi nombre es Novoa (Ediciones Júcar, 1986; reedición Edelvives, 1994). Personaje: Novoa.
- Tirar al vuelo (Ediciones Júcar, 1986). Personaje: Novoa.
- Llámala Siboney (Ediciones Júcar, 1988). Personaje: Novoa.
- Doña Lola (Ediciones Júcar, 1991). Personaje: Novoa.
- Bar Babilonia. 1992. Libertarias.
- Y a ti, ¿dónde te entierro, hermano? (Ediciones Vosa, 1994). Personaje: Novoa.
- El soplón. 2000. Cuadernos del Laberinto. Personaje: Bellón.
- Entre trago y trago (Editorial Cims 97 S.L., 2001). Personaje: Maza.
- Club Barbie (Novalibro.com, 2001).
- La miel y el cuchillo (Umbriel Editores, 2003). Mención en la Semana Negra. Personaje: Bellón
- Que siga el baile (Ediciones Barataria, 2006). Personaje: Barquín.
- El baile ha terminado (Roca Editorial, 2009). Premio L’H Confidencial 2009.
- Perro vagabundo busca a quién morder (Alrevés, 2009).
- Entre trago y trago (reedición-Alrevés, 2010).
- Calle de la intranquilidad (Alrevés, 2010).
- Giley (RBA, 2010). Personaje: Cobos.
- El soplón-Se busca (2012).
- El viejo muere, la niña vive (Cuadernos del laberinto, 2014). Personaje: Bellón.
- Todas las mujeres son peligrosas (Cuadernos del laberinto, 2015). Personaje: Bellón.
- Gatas salvajes (Cuadernos del laberinto, 2015). Personaje: Bellón.
- Canino (Cuadernos del laberinto, 2016). Personaje: Bellón.
- Las pelirrojas no se arrojan al vacío (Cuadernos del laberinto, 2016). Personaje: Bellón.
- El matón al que engañaban las mujeres (Cuadernos del laberinto, 2017). Personaje: Bellón.
- Violentamente pelirroja (Cuadernos del laberinto, 2018). Personaje: Bellón.
- La catequista (Cuadernos del laberinto, 2018). Personaje: Personaje: Bellón.
- Yo fui mercader de mujeres. 2019. Cuadernos del Laberinto. Personaje: Bellón.
- La noche se llenó de sirenas. 2020. Cuadernos del Laberinto. Personaje: Bellón.
- Las pelirrojas nunca se marchitan. 2022. Cuadernos del Laberinto. Personaje: Bellón.
Recopilaciones:
Todo Bellón. 2017. Cuadernos del Laberinto.
Incluye:
- Entre trago y trago
- La miel y el cuchillo
- El soplón
- El viejo muere, la niña vive
- Todas las mujeres son peligrosas
- Gatas salvajes
- Canino
- El matón al que engañaban las mujeres
Todo Bellón 2. 2021. Cuadernos del Laberinto.
Incluye:
- La traición del mirlo blanco (INÉDITA)
- El atraco (INÉDITA)
- La noche se llenó de sirenas
- Yo fui mercader de mujeres
- La catequista
- Violentamente pelirroja
- Las pelirrojas no se arrojan al vacío (contenido extra)
Para persecución y censura del ‘aparato’, la de la niña abusada por el marido de la consellera. Una niña sóla contra todo el poder del Estado. Bueno, sóla no, algunos fascistas le han ayudado a no morirse de hambre y asco. Fascistas.