Si existiera un monte Rushmore dedicado a los padres fundadores de la novela negra en España, muy probablemente los rostros que aparecerían esculpidos en la roca serían los de Manuel Vázquez Montalbán, Francisco González Ledesma, Andreu Martín y Julián Ibáñez. Este último está considerado como el gigante del hardboiled en castellano y su personaje más emblemático es Bellón, del que acaba de salir a la venta la quinta edición de sus primeras ocho novelas reunidas en el volumen titulado Todo Bellón, publicado por Cuadernos del Laberinto. En sus más de mil páginas se recogen ocho novelas sobre este buscavidas con la cara dura y el corazón blando del que el mismísimo Lorenzo Silva ha dicho: «Julián Ibáñez es autor de un puñado de novelas contundentes que se encuentran entre lo mejor que se ha hecho en España para mostrar, sin afeites pero con una rara potencia, la vida al otro lado de la raya».
Entrar en las páginas de Todo Bellón significa subirse a un tren en marcha cuyo ritmo es frenético y se encuentra lleno de personajes secundarios que nunca se olvidan: buscavidas, policías corruptos, mujeres inteligentes que manejan bien el arte de la manipulación, y por supuesto la calle (casi siempre el extrarradio de Madrid) como selva, entre la que Bellón se mueve a sus anchas buscando problemas y un billete que echarse al bolsillo.
Para Bellón el futuro no existe. Todo empieza y todo termina cada veinticuatro horas. Vive al día, ganándose la vida con lo que le va saliendo: apretar a morosos, hacer de guardaespaldas de prostitutas, algún pequeño atraco, un soplo a la policía… La ley es igual que una comba: te la puedes saltar las veces que quieras, siempre que no se enganche en tus pies, o te hará caer de bruces contra el suelo.
Además, los aficionados a Ibáñez están de enhorabuena porque en pocos días llegará a las librerías la décimo octava entrega de la serie Bellón: Rata contra madame en el metro de Nueva York, en donde encontraremos corrupción policial, bajos fondos, intriga y traición. Una novela en la que nada es lo que parece, donde la verdad y la mentira son dos impostoras que juegan entre las sombras. Una muestra más del estilo único del maestro, en el que despliega todas las características de su escritura: ritmo, personajes memorables, diálogos inolvidables y sentido del humor. Novela negra pura, sin azúcares añadidos.
*******
—¿Qué se siente al ver publicada la quinta edición de Todo Bellón, donde se recogen las primeras ocho novelas de su personaje más emblemático?
—«Obra acabada, obra muerta». Escribes FIN y se apaga el incendio. Tu novela se aleja, hasta que la pierdes de vista. Luego la ves en una librería y te dices: «¡Qué curioso, ese tipo se llama igual que yo!».
—Hablemos un poco de Bellón. ¿Cómo nació el personaje? ¿En qué o en quién se basó para crearlo?
—En mi primera novela, hace más de cincuenta años, ya sale el personaje. Se llamaba Ferreol y era un futbolista retirado. Sin pretenderlo, sin verlo, he sacado a este personaje en todas las novelas. Cambiaba de nombre, de profesión, etcétera, pero era siempre el mismo. Me ha perseguido siempre, y al fin me ha atrapado. ¿Por qué? Siempre he tenido amigos un poco parecidos a Bellón. Yo he sido un gafotas peso ligero y es mejor ir bien acompañado.
—¿Qué nos quiere contar en las novelas de Bellón?
—Me cuento historias a mí mismo. Sueño despierto y escribo lo que sueño. Aventuras que no he tenido y me hubiera gustado tener. Casi todo le sale mal a Bellón, para que lo poco que le sale bien le sepa mejor.
—En mi opinión, Bellón es un Philip Marlowe al otro lado de la ley, más marginal y más cínico. ¿Está de acuerdo?
—No, no estoy de acuerdo. Marlowe había sido ayudante del fiscal, jugaba solo al ajedrez, etcétera. Es decir, tiene un toque intelectual. Bellón no tiene nada de eso. Los dos reflexionan de vez en cuando sobre la actualidad, la vida, etcétera. Pero las reflexiones de Marlowe son las de alguien que ha leído libros, y son agudas. Las reflexiones de Bellón son primarias, y pretende que sean agudas, pero solo son toscas. Marlowe es un caballero, y Bellón puede serlo, solo cuando se despista.
—¿Cómo se imagina físicamente a Bellón? Porque en las novelas aparece como alguien alto y fuerte, pero hay pocas descripciones de él.
—Bellón no es nada coqueto, no se mira en los espejos. Como las novelas están escritas en primera persona, no sabemos nada sobre su físico. Bueno, que mide 1,85 y que es fuerte, porque de vez en cuando le da un capón a algún tipo. Que cada lector le ponga su propia jeta.
—Tampoco sabemos gran cosa de su pasado. ¿Dónde nació? ¿Tiene familia? ¿Siempre se ha dedicado a lo mismo? ¿Ha estado casado?
—No, no sabemos nada sobre él porque no nos lo cuenta. No porque no quiera, sino porque Bellón vive al día y el pasado se le va borrando, o se le ha borrado del todo. No hay en su pasado nada que le merezca la pena. Pasa del pasado.
—Bellón es un buscavidas que igual protege a prostitutas que cobra deudas o hace de soplón para la policía. ¿Su trabajo, por llamarlo de alguna forma, es algo elegido, o la vida le ha empujado a hacer lo que hace?
—La vida no le ha empujado, es con lo que se ha encontrado, no conoce otra cosa. No conoce otra vida, por eso hace lo que hace. No busca otra cosa porque se encuentra cómodo. Ha tenido alguna oportunidad, una maleta llena de billetes, por ejemplo, pero él mismo se sorprendió al comprobar que no sabía qué hacer con ella, que le costaba renunciar a la vida que estaba llevando. Renunció a la maleta, algo que parece insólito, pero es que Bellón es un tipo bastante lúcido, y no tan remilgado como Marlowe.
—¿En qué lío se mete Bellón en Rata contra madame en el metro de Nueva York?
—Le tienden una trampa. Como resultado hay un montón de polis buscándole creyendo que ha matado a un compañero. No puede huir porque no tiene pasta y los polis van a por todas. ¡Corre, muchacho, corre!
—¿Qué se siente al ver publicada la décimo octava aventura de Bellón?
—En realidad es una sola novela, un libro de caballería, con el caballero resolviendo entuertos; por pasta, claro. Y si hay que desabrocharle los corchetes a una señora, también (cincuenta pavos). Un caballero andante todo terreno.
—¿Cuál es el código ético de Bellón? ¿Hay alguna línea roja que nunca cruzaría?
—No creo. Dependerá de las circunstancias. Le han ofrecido trabajo de chapero y de sicario y los ha rechazado. Pero con algunas dudas, y porque en ese momento tenía un par de billetes en el bolsillo.
—¿En qué época se desarrollan? Porque hay elementos como el de los teléfonos móviles o las marcas de los coches que nos hacen pensar que Bellón vive en la actualidad.
—Sí, Bellón vive en la actualidad. Pero la actualidad va muy deprisa. Si quiere hacerse con un buga tiene que buscar un modelo antiguo, y cada vez hay menos, porque los nuevos modelos son demasiado para él, no sabe arrancarlos. Necesita hablar por teléfono, pero no hay cabinas y no tiene móvil, pero tiene muchos conocidos en los bares y siempre consigue un móvil. Ese es Bellón: el mundo moderno le empuja afuera y él se resiste.
—Bellón siempre se mueve por las ciudades periféricas de Madrid, como Móstoles o Getafe. Rara vez se le ve en la capital, incluso se le ve incómodo cuando tiene que ir a Madrid. ¿Por qué eligió estos sitios?
—De niño viví siete años en la plaza de Tirso de Molina, en Madrid. De mayor he vivido en Zarzaquemada, un barrio de Leganés. No sé, me da la impresión de que en Madrid vive «gente» y en los barrios viven «personas». Bellón necesita conocer personas y que le conozcan.
—Esta elección de lugares periféricos, ¿es también una forma de completar al personaje, de decirnos que se mueve por los márgenes de la realidad cotidiana?
—Es simplemente porque yo me encuentro más cómodo moviéndome en un barrio. Ahora vivo en un pueblo con catorce bares. Hasta hace poco los visitaba todos. Además, Bellón necesita algo así, un lugar que tenga algo de pueblo, que conozca a todo el mundo y que le conozcan y confíen en él. Sí, el barrio está emparentado con el personaje. En el barrio de Salamanca resultaría un tipo raro, no responderían a su saludo.
—¿Qué tienen estos lugares que no tengan las grandes ciudades?
—Tienen algo de barrio, incluso de pueblo. Bellón vive en la calle, y de la calle, y necesita conocer gente, y que le conozcan. Ese es su refugio: conocer a fondo el terreno donde hace sus fechorías. Casi diríamos que es una de las armas que le da ventaja.
—¿Son las ciudades dormitorio también personajes dentro de las novelas de Bellón?
—Sí, lo son. Que dependan de la gran ciudad puede ser una válvula de escape, que la atmósfera no se haga tan opresora como puede suceder en un pueblo grande. Cuando necesita borrarse cruza Madrid hasta San Blas.
—¿Cómo se documenta sobre estas localidades? Creo que, por ejemplo, nunca ha estado en Móstoles.
—Viví de niño en el Madrid de la postguerra. En un barrio. De mayor he vivido algún tiempo en Zarzaquemada, un barrio de Leganés. No, nunca he estado en Móstoles. No me interesa el hiperrealismo. Invento las calles, los bares, etcétera, según mi conveniencia. Bueno, tengo un mapa de Móstoles y de vez en cuando pongo una plaza, o un jardincito. Es una concesión, una pincelada para hacer la historia más verosímil.
—Otro de los elementos comunes dentro de las obras de Bellón son los bares. ¿Qué importancia tienen en sus historias?
—Soy del norte y he practicado mucho el chiquiteo. Es un gran invento. El bar, en sí, es indiferente, es solo un bar, otro más, pocas veces me he fijado en el nombre, o en el tipo que me ponía la copa. Bellón solo pisa su estudio para dormir. Vive en la calle y en los bares, éstos son su oficina, a veces su refugio.
—La mayoría de los bares que frecuenta Bellón son poco recomendables. ¿Por qué eligió lugares así?
—¿Poco recomendables? Son bares corrientes. Otra cosa son los bares de alterne. Pero a estos Bellón solo va para trabajar. Dentro de su especialidad de alterne son bares corrientes. O eran, hace mucho que no piso un bar de alterne. Pero los veo en las series, como The Deuce.
—¿Cómo es el lenguaje que utiliza Bellón? ¿Parte de su experiencia al escuchar hablar a la gente, o nace de su imaginación?
—Es como habla la gente con la que se relaciona. Un poco anticuado ya. Esa gente nunca dirá «tenía hambre y comí dos lonchas de jamón», dirán «tenía hambre y me azoté los morros con dos lonchas de jamón». Tengo un amigo en Santander que habla así, le exprimo. «Tirar un córner» (un polvo); «el ternero» (la polla); etc.
—Algunos calificarían su obra como políticamente incorrecta. ¿Qué opina?
—La verdad es que no me fijo demasiado en esas cosas. Bellón es un marginado que se mueve en un mundo marginal. Estos personajes son siempre políticamente incorrectos, por definición. No porque lo pretendan, ni se enteran, no votan nunca, y eso de la política es algo muy lejano que no les interesa.
—Sus novelas están construidas a base de frases cortas y directas, con descripciones breves pero muy eficaces. ¿Cuáles han sido sus influencias?
—Cuando describo un decorado con un par de palabras procuro que anticipen algo de lo que va a suceder, o con lo que el protagonista se va a encontrar. No me gusta enrollarme y alejarme de la trama. Por supuesto, yo soy un seguidor más de Chandler, me interesa su estilo Hemingway (Gertrude Stein le aconsejó: «Fuera adjetivos, fuera adverbios»). Y sobre todo, su ironía, su humor caustico.
—¿Hay un estilo Julián Ibáñez? ¿Cómo lo definiría?
—Alguien me dijo que nada más empezar una novela mía ya sabía que era mía por el estilo, lo que me maravilló. Quizás aquí predomine el estilo sudamericano, enrollarse mucho y todo eso. No sé, hace mucho que no leo una novela patria. Me ha gustado la última de Ellroy, Pánico, eso sí que es no enrollarse.
—Qué importancia le da a la historia en sus novelas? ¿Y a la trama?
—Es sabido que en Chandler fallan las tramas, que son caóticas. Podía permitírselo, pero los escritores de carne y hueso no podemos. Así que necesitamos una trama que sostenga el estilo, que es lo que importa, que sea lineal, sencilla. La trama está un poco reñida con el estilo. Una trama sofisticada y brillante es muy difícil de conseguir, y si lo logras te distrae del estilo, y de los golpes de efecto estilísticos, y viceversa. Los malditos argumentos a veces se complican y se te van de las manos, y tiras para adelante, a lo Chandler.
—El ritmo de sus obras es otra de sus características. ¿Le da mucha importancia? ¿Cree que el ritmo es un elemento fundamental en el género negro?
—Desde luego. No hay que concederle al lector tiempo para respirar. Hay que atraparle por la garganta en la primera línea y no soltarle. Creo que lo decía Patricia Highsmith… Bueno, lo que he dicho antes del cuello. Así que: eso.
—¿Cómo construye sus novelas?
—No tengo una norma fija. Casi siempre arranco de un detalle. Lo apunto. Durante el día, sin pretenderlo, me van viniendo otros detalles que voy apuntando. Después de unos cuantos días tengo una escaleta. Entonces empiezo a redactar. No me arriesgo a empezar sin tener una escaleta con el argumento: luego te tienes que cargar un capítulo entero porque no encaja y es trabajo perdido, que si es bueno es como si te arrancaras una víscera (lo aprendí de Orson Welles, él tiraba secuencias enteras a la papelera, y pasó lo que pasó: le dieron una patada en el culo).
—¿Hay algún nexo común entre todas las obras de Bellón? ¿Cuál sería?
—Por supuesto. En realidad todas las novelas de Bellón son una sola novela. Cada día que sale de casa le sucede algo. Y en la trama de cada día hay pequeñas tramas. Siempre está metido en algo, no descansa. El nexo es que casi siempre las cosas le salen mal, y cuando le salen bien no sabe qué hacer con el premio. Una vez se dio cuenta de que el premio estaba en cortar el nudo con la espada, no en lo que guardaba el nudo.
—¿Por qué le atraen los personajes y los ambientes marginales?
—Eso me lo pregunto yo. Como siempre, hay que remontarse a la infancia, cuando vivía en la plaza Tirso de Molina de Madrid. Delante de mi casa había una plazuela donde yo me pasaba el día jugando. Mi casa era la mazmorra y la plazuela la libertad. Estábamos en la postguerra y allí había de todo. Prostitutas baratas que se apoyaban en la barandilla de unos urinarios. Yo jugaba entre las piernas de aquellas prostitutas, a las bolas o las chapas. De golpe, en 24 horas, me sacaron de allí. Me sacaron de mi edén y me metieron interno en una apostólica (seminario) de jesuitas en un pueblo de Palencia. De pronto la máquina del tiempo me trasladó a la Edad Media. Y a los 14 años era ya un ateo de pro. De allí viene todo, y por eso quiero tanto a las prostitutas baratas (tenían que ir con el cliente, un viejo, en el tranvía hasta las afueras de Madrid para extender el plástico).
—¿Cuáles son los códigos éticos de Bellón?
—Ninguno. O mejor dicho, van y vienen. Depende de las circunstancias, de las personas con las que trata en ese momento. Cuando sale de casa por las mañanas esas páginas están en blanco.
—En sus novelas se muestra no solo una corrupción social sino moral de la sociedad.
—¿Sí? No es extraño. Buena gente claro que hay, pero son minoría. Y no todos los días ni a todas horas. Supongo que tiene que ver con la condición humana. Tenemos normas, pero a quien las trata de cumplir le decimos que es un plasta. La vida es un coñazo, todos queremos vivirla, y lo mejor para conseguirlo es saltarse las normas.
—En Bellón el delito está muy presente. ¿Es una forma de vida o de supervivencia para su personaje?
—Bellón es un amoral. Es su cultura. Le da una ventaja para ganarse la vida. Cuando da un golpe está atento a la poli, no a su alma.
—¿Cómo crea a sus personajes secundarios? ¿Qué importancia les otorga?
—Mucha, tanta como al protagonista. Aparecen como la trama y el decorado, vas repasando personajes hasta que uno de ellos te hace tilín. El rostro lo busco en internet: «Mujer madura enamorada». Siempre sale algo.
—En sus novelas aparecen siempre muchas mujeres, y sin embargo, hay quien critica las novelas de Bellón al tildarlas de machistas. ¿Es Bellón machista?
—Es un mundo diferente. Si las mujeres son supermachistas, ¿se puede hablar de machismo y feminismo? A una de estas mujeres les puedes largar un sopapo (¿machismo?), y ella te devolverá un navajazo (¿feminismo?).
—El sexo y el deseo también son elementos comunes en sus obras. Incluso Bellón en alguna ocasión vende sus servicios carnales. ¿Qué importancia tienen en sus novelas?
—Es el oficio de casi todas las mujeres que aparecen en las novelas, y a veces el de Bellón. Es solo un trabajo, una forma más de ganarse la vida, o como notario o veterinario. Sin recrearme en ninguna escena de sexo, porque rompen el ritmo de la narración. Algo que me fastidia en muchas películas, series, etc.
—También está muy presente el tema de la prostitución, mostrándola tal cual, sin falsas moralinas.
—Aparte de mi experiencia en Tirso de Molina, en Santander, ya de adolescente, dos amigos eran medio chulos de un par de prostitutas. Venían con nosotros, y con otras chicas, de comida dominguera y nosotros íbamos al bar donde trabajaban y nos quedábamos cuando cerraban (preceptivo a las dos). Supongo que es un mundo que me cae bien. Eso de «prohibir la prostitución» no les gustará nada a mis viejas amigas. Seguramente se reirán, o: «¿No le cobras a tu novio? Es tu problema».
—Los inmigrantes son otros personajes que desfilan por sus obras. ¿Es Bellón racista? En estos tiempos, el lenguaje que Bellón utiliza con ellos podría ofender.
—Ocurre como con la prostitución. Bellón ni siquiera sabe qué es el racismo. A un negro le llamará «moreno», porque es moreno, y a un rubio «rubio». Porque es lo más inmediato que ve. Solo ve en las personas la utilidad: si tienen pasta, si le pueden echar una mano, etc. Le es indiferente el color de su piel, si es guapo o feo, etc.
—La violencia es otro elemento constante en sus obras. Tengo la impresión de que Bellón la utiliza casi por necesidad, como una herramienta, pero que en realidad no es un personaje violento. ¿Qué importancia tiene la violencia en las novelas de Bellón?
—En los trabajos que hace se encuentra con la violencia. Sabe que la violencia trae problemas, y por eso no le gusta, pero no la puede evitar. Sacar escenas violentas es inevitable. Pero a la española: pocas pistolas y mucha navaja.
—¿Piensa en sus lectores mientras escribe?
—No. No me dirijo a nadie en especial. Cuando leo el primer borrador me tiene que gustar, divertir. Se supone que lo he escrito pensando en mí mismo. Me parece que tampoco me gusta mucho que me digan que les ha gustado o que no (salvo los editores). Sí que me fastidia que alguien que la ha leído lo primero que te diga es «esa marca de coche no lleva rueda de repuesto», porque te está diciendo que el resto de la novela es una mierda.
—Muchos consideran que usted es el precursor en España de tendencias que se han puesto de moda en la novela negra, como el rural noir e incluso las crook stories, novelas protagonizadas por delincuentes.
—Cuando empecé éramos solo cuatro escritores del género negro hardboiled. Supongo que fuimos precursores de muchas cosas, sin pretenderlo. Nos deberían dar una medalla.
—Bellón ha tenido la oportunidad en sus obras de hacerse rico, de dar por fin el gran golpe, pero la fortuna o su conciencia se lo han impedido siempre. ¿Cómo le gustaría acabar a Bellón? ¿Millonario tras un robo? ¿Casándose con una rica heredera? ¿Tirado en una zanja con cuatro tiros?
—Sí, ha tenido la oportunidad pero la ha dejado pasar. No le acaban de convencer los Mares del Sur, con una rubia en la hamaca de al lado y una copa siempre llena en la mano. No tiene amigos pero tiene multitud de conocidos, tiene un estudio que le sale gratis, y todos los días tiene algo diferente que hacer. Bellón es un tipo muy lúcido, en este caso demasiado, es muy raro que exista un tipo así (Chandler decía que si existiera un tipo como Marlowe sería presidente de los Estados Unidos). Quizás no tan raro, si tenemos en cuenta que Bellón no necesita huir de nada, que se encuentra a gusto. ¿Por qué cambiar?
En ese monte Rushmore de grandes escritores españoles de novela negra falta el mejor de todos ellos (junto a González Ledesma): Juan Madrid. Julián Ibáñez está a la altura de Raymond Chandler y es superior al sobrevalorado James Ellroy (y, evidentemente, al pobre Lorenzo Silva, que no se sabe qué pinta escribiendo el prólogo del libro de Ibáñez).