Escribe Francisco Fuster en su biografía Julio Camba. Una lección de periodismo (Fundación José Manuel Lara) que en las facultades de periodismo predomina “una mirada hacia el futuro del oficio, comprensible en un mundo globalizado e informatizado, que impide el aprendizaje de su pasado”. La revolución digital, en efecto, nos hace estar tan ocupados en los avances técnicos, en qué nueva herramienta nos hará cambiar nuestra forma de trabajar, que relegamos lo mucho que tiene que enseñarnos el pasado de la profesión al mundo académico.
La respuesta ya la dio el propio Camba, en su inconfundible estilo burlón, hace mucho tiempo cuando le preguntaron al respecto. “El secreto no está en meter toda la antigüedad clásica en una columna y media de un periódico; como tampoco está en hacer una especie de almacén de bellezas naturales a la manera de Suiza. ¿No ve usted que el catálogo del British Museum sería, con este criterio, el libro más admirable del mundo? No, amigo y compañero. El secreto no es ese. El secreto es un secreto.”
Camba es inaprensible. Hay demasiados Cambas como para reducirlos a una sola personalidad. Desde el Camba joven, el revolucionario anarquista de sus comienzos, hasta su última etapa en ABC, como huésped de la habitación 383 del Palace, transcurren cinco ajetreadas décadas en la vida del tornadizo periodista. Pasó del anarquismo al republicanismo. Y del desencanto de la Segunda República a defender el franquismo, del que, por otra parte, nunca aceptó prebenda alguna. Sólo permanecerá inmutable su espíritu rebelde.
Ya en su Galicia natal, siendo apenas un adolescente, consiguió escandalizar a la sociedad pacata de la época con un artículo defendiendo el amor libre. Hasta tal punto llegó el escándalo, que el semanario donde lo publicó fue excomulgado.
Huyendo de aquel mundo cerril, con solo 13 años, se escapa como polizón en un trasatlántico a Buenos Aires. Aquí se convierte en un activista del anarquismo y en una firma de referencia en los ambientes revolucionarios de la capital argentina. Las autoridades le devuelven a Madrid, donde sigue en la misma línea. Colabora en el semanario Tierra y libertad, en el que se encarga de la sección llamada “El grito del minero”. Funda el semanario El Rebelde, “un periódico verdaderamente revolucionario”. Durante los trece meses de vida del rotativo, Camba fue detenido catorce veces. Volvería a tener problemas con la justicia por su relación con Mateo Morral, autor del atentado contra Alfonso XIII y Victoria Eugenia el día de su boda, que dejaría veinte muertos y un centenar de heridos. Detenido junto con el también periodista Javier Bueno, ambos fueron liberados al no poder demostrarse su relación con el atentado de la calle Mayor, el más sangriento de la historia de España hasta el 11-M de 2004.
Es complicado reconstruir la vida del autor de La casa de Lúculo. Apenas existen más fuentes que sus propios artículos y lo que escribieron de él sus contemporáneos. Uno de ellos fue Josep Pla, quien en su obituario explicaba las razones que le daba Camba por las que, según él, la mayoría de los periodistas de la época se acercaron a posturas extremas.
“Era un periodismo —me dijo (Camba) algunas veces paseando con su sombrerito y su bastoncito— de tres al cuarto. Todas las posiciones estaban tomadas y los jóvenes no teníamos más remedio que entrar en los periódicos briosamente idealistas, que eran unos periódicos de elevados conceptos, de ideología tierna y pastoril. Pero estos periódicos no tenían más que un defecto: en ellos, los emolumentos eran muy vagos, su cobrado era totalmente incierto, de manera que su administración era una utopía impresionante, No se cobraba de ellos, ni por casualidad. Ello hizo que casi todos los jóvenes de mi tiempo nos afiliáramos al anarquismo”.
Camba va abandonando la militancia anarquista a medida que va consiguiendo trabajo en periódicos generalistas, más tradicionales, pero con mayor repercusión. Así pasa por, entre otras, por las redacciones, del republicano El País; el monárquico ABC, en cuatro etapas diferentes; La España Nueva, donde ejerce de cronista parlamentario, siguiendo a su “referente y modelo” Azorín; El Mundo, en el que publica secciones de gran éxito como “Palabras de un mundano” o “Veraneo sin verano”; El Sol, “portavoz de la masa encefálica nacional”, en palabras de Pla: o Ahora, donde coincidió con Chaves Nogales en 1936.
Pero donde Camba alcanza el verdadero éxito es como corresponsal. La Correspondencia de España le envía a Constantinopla, desde donde informará durante cuatro meses sobre la revolución de los jóvenes turcos. Fue solo el principio. Después ejercería como corresponsal en París, donde cubriría la I Guerra Mundial; en Londres, donde escribe la serie “Viviendo a la inglesa”; en Berlín y Munich, cuya estancia da lugar a la antología Alemania: Impresiones de un español; o en Nueva York —“Una ciudad que me irrita, pero que me atrae de modo irresistible»—, con cuyas mejores crónicas compondría su libro La ciudad automática.
Le gusta vivir en el extranjero, disfruta de los viajes, pero le pesan las obligaciones del corresponsal, como él mismo explicó en una crónica. “Mi ideal es vivir en el extranjero libremente (…) como el pez en el agua y no como buzo. Y quisiera independizarme completamente de España, y para conseguirlo no tengo más que un recurso; hacerme un hombre sándwich. La profesión de hombre sándwich no es muy lucrativa, pero es filosófica: es una filosofía escéptica y peripatética, que se aviene muy bien con todos mis principios.”
Y aún lo deja más meridiano en otra crónica. “Hay quien envidia la suerte del escritor viajero. ¡Las cosas que verán tales hombres en este mundo!” piensan algunas personas. Pero en este mundo, y supongo que en todos, el pobre escritor no ve más que una: artículos. Para la mayoría de gentes el desierto es el desierto y el bosque es el bosque. Para el escritor, en cambio, el desierto es una crónica y el bosque es otra crónica (…) Los habré cogido y los habré transformado, reduciéndolos a una superficie literaria de ciento cincuenta centímetros cuadrados, poco más o menos”.
“Es la decisión de convertirse en corresponsal —escribe Mainer— la que salva a Camba en el momento en el que tiene que elegir entre continuar siendo un bohemio de las noches de Madrid, un periodista político eficaz pero previsible, y parecer un dandi a la moderna, muy siglo XX, logrando un nuevo estilo de crónica”.
Es precisamente siendo corresponsal como consigue “elevar la crónica a su máxima expresión”. Ese género mixto —el comentario como información— en la pluma de Camba se convierte en lo que entonces se llamaba periodismo nuevo y décadas después se bautizó como nuevo periodismo. El personalísimo estilo de Camba consiste en poner “la lupa sobre el hombre corriente y el suceso cotidiano”, en “su gran facilidad para ‘elevar la anécdota a categoría’, como pedía su amigo Eugenio D’Ors.
El periodista gallego sabe muy bien lo que quiere el lector y así lo explica en una de sus textos. “El público de los periódicos no quiere genios. Quiere enterarse de lo que pasa en el mundo con la mayor exactitud, con la mayor rapidez y con la mayor claridad posible.”
Esta crónica de 1913 ofrece luz sobre su forma de entender el periodismo, a la vez que nos da una idea certera de su personalísimo estilo. “Yo comparo el café con el periódico. Ambas instituciones tienen un espíritu igualmente democrático, y ambas sirven para hacer fraternizar a las muchedumbres. Ambas son entretenidas y un poco excitantes, y ambas evolucionan paralelamente. Así, por ejemplo, el café político ha muerto, al mismo tiempo que el periódico político. Ahora cafés y periódicos se han hecho más mundanos, más amplios de criterio, más frívolos, Ya en ningún periódico un poco distinguido se le permite a nadie que haga disertaciones demasiado eruditas, como en ningún café importante se le deja a la gente pronunciar discursos sobre las mesas. Los cafés deben ser amenos; los periódicos deben ser entretenidos”.
Elemento decisivo del periodismo de Camba es la hoy desprestigiada primera persona. “Su omnipresente yo se adueña de los textos —escribe su biógrafo—.Camba detecta muy pronto que, si habla de sí mismo en primera persona, el público se siente identificado con él, lo que favorece la creación de un mayor vínculo de confianza”. De la misma opinión es González-Ruano, cuya visión se aporta en el libro: “Mi experiencia personal (…) me ha enseñado que es precisamente la intimidad, la confidencia, la confesión de lo que individualmente me ocurre, aquello que resulta más atrayente para los demás, más popular, en suma, y de éxito más seguro”.
Camba presume de que el trabajo se le hace pesado, que preferiría el dolce far niente. De hecho se hizo popular su declaración de principios. “Yo soy un hombre de esos que dicen, con una gran naturalidad, para disculpar su indolencia: ¡Hay años en los que uno no está para nada!” De hecho, en su fotografía más icónica aparece en la cama de su habitación del Palace hablando por teléfono.
Está acostumbrado a trabajar tumbado, como muchos corresponsales y alardea de ser un hombre desordenado. “Yo no podría trabajar nunca de una forma metódica —escribió—. Yo no puedo leer en una biblioteca, que es, sin embargo, un establecimiento organizado para la lectura. Leo en la cama, que es un mueble hecho para dormir; pero en una biblioteca no leo, (…) así no puedo escribir en un escritorio. Mi trabajo, una vez organizado, perdería toda su espontaneidad…”
La biografía de Franciso Fuster es, probablemente, la mayor aproximación a Camba nunca escrita. Reconstruye la figura a veces misteriosa, pero siempre siempre singular, políticamente incorrecta y genial a través de los testimonios del propio periodista —”el mejor escritor de artículos de este país”, según Pla— y de los que le conocieron o estudiaron. De todos ellos, probablemente, Miguel Delibes fue quien mejor lo describió en su obituario para El Norte de Castilla. “Julio Camba fue un periodista parco en palabras, o, dicho de otra manera, un maestro de periodistas. Porque las facultades de un escritor de periódicos deben medirse, antes que por su retórica y por lo que dice, por el número de palabras que utiliza para decirlo.” No es casualidad que Francisco Fuster eligiera para su biografía el título Una lección de periodismo.
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Autor: Francisco Fuster. Título: Julio Camba. Una lección de periodismo. Editorial: Fundación José Manuel Lara. Venta: Todostuslibros
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