Cómo escribir sobre algo escrito por alguien a quien no le gustaba escribir. Pues porque siempre hay algo que nos obliga. En el caso de Camba era, creo, el asunto pecuniario; en el mío, más modesto, el compromiso con Zenda y con la editorial que tan amablemente me envió este delicioso volumen. Para escribir siempre hay alguna excusa. El propio Camba, en una de sus intempestivas respuestas, apuntó a la mismísima invención de la imprenta. Así que no será solo el asunto pecuniario, entonces. Una vez asumido que se debe escribir sobre algo, sobre Camba en este caso, ni el ruido del tráfico ni la lavadora centrifugando ni las interrupciones en cascada de los mensajeros de turno pueden impedirle a uno hacer su trabajo. Así hacía Julio Camba, me digo, quien no entendía cómo podía irse uno a la naturaleza a escribir. Sostenía que eso a él todo lo más le daba sueño. “Yo, por mi parte, nunca he trabajado más a gusto que en plena redacción, ante un compañero que hace chistes y pide pitillos, o que en un antrillo sórdido, debajo de una teja, en el quinto piso de una calle de mucho tráfico, llena de bocinazos, de pregones y de toda clase de ruidos”.
Y, sin embargo, Camba paró poco en una redacción. Enseguida escogió el camino del corresponsal, que es, en definitiva, otra forma de apostar por el ruido ambiente para trabajar. Porque justamente de eso están hechas sus crónicas. Del comentario anodino, el gesto mecánico, la interrupción esperada de alguien que, por poner un ejemplo, sube en ese momento en un funicular camino de una de las montañas más altas de Suiza. Y lo hizo también en Inglaterra, en Francia, en Alemania, en Portugal, en Estados Unidos. Países a los que, aunque ya hayamos estado, seguro vamos a volver y a los que no deberíamos acudir ya sin este volumen en la maleta. Contiene reflexiones agudísimas sobre asuntos de todo tipo en esos países, asuntos que, en gran medida, no suelen ser los que concitan las más grandes reflexiones, asuntos absolutamente fuera del foco de la actualidad —tan despreciada por Camba, por otra parte— y que, por lo tanto, a menudo nos pasan desapercibidos, como casualidad, como excentricidad, como visión un poco alucinatoria a la que no damos importancia pero que, en la mirada de Camba, nos dice más acerca del lugar visitado que cualquier otra forma de observar, la de los numerosos especialistas de nuestro tiempo por ejemplo, adiestrada en buscar por sistema la categoría en la anécdota.
Todas las malas crónicas se parecen, las buenas lo son cada una a su manera. Y por eso también deslumbra en estas de Camba el estilo. La ironía, la irreverencia, el comentario mordaz, en los que también fueron maestros su contemporáneo Wenceslao Fernández Flórez o su discípulo Josep Pla. Por supuesto. Pero hay algo más que eleva estas de Camba por encima de las de coetáneos y sucesores. Y es lo que podríamos llamar una cierta filosofía del desarraigo, mucho más presente en él que en estos y otros autores de prosa similar, de yo al borde del sarcasmo, formulado siempre desde el descreimiento de quien ha perdido algo o le ha sido arrebatado. Camba no perdió nada porque nunca nada tuvo, ni familia, ni casa, ni amigos. Fue siempre un extranjero de sí mismo, al que muy de tanto en tanto visitaba. Y esta manera de estar en el mundo, sellada para la posteridad por el apelativo de ‘El solitario del Palace’, por el nombre de hotel de Madrid en el que residió sus últimos años, es la que hace que la poética de estas crónicas resulte aún más descarnada que cualquier otra que hayan escrito sus contemporáneos, desolada muchas veces, a la intemperie siempre.
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Autor: Julio Camba. Título: Julio Camba. Libros de viaje. Editorial: Fundación José Antonio de Castro. Venta: Todos tus libros.
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