Saliendo de La Tienda del Espía, un negocio ejemplar situado en la calle de Alcalá, y cruzando esta popular vía, nos encontramos con el número 94. En él habita una de las librerías de culto más interesantes de Madrid. Su espíritu tutelar, Alfredo Lara López, la describe así: “Opar es una librería pequeña, de unos treinta y cinco metros cuadrados, con alfombra y estanterías de madera, como un despacho grande con todas sus paredes forradas de libros y una mesa central con novedades. Está situada en una segunda planta, y tiene un par de balcones que dan a la calle Alcalá. Los clientes nuevos nos dicen que estamos muy escondidos”.
Alfredo, con quien he compartido décadas en el manejo de la caseta de la editorial Valdemar durante la Feria del Libro de Madrid, me hizo una tarde lluviosa de marzo esta confidencia: “Opar, el nombre de mi librería, está referido al de la mítica ciudad perdida en las selvas africanas que aparece en algunas novelas de la serie de Tarzán de Edgar Rice Burroughs. A ella se dirige Tarzán en alguna de sus más memorables aventuras y por allí encuentra ruinas, tesoros, degenerados descendientes de los habitantes de la Atlántida, de la cual Opar era una colonia, y, como no podía faltar en una novela de aventuras, alguna bella sacerdotisa blanca que rescatar. Utilicé Opar como nombre allá por el año 1992, cuando editamos un fanzine dedicado a la novela de aventuras y fantasía donde se hablaba de Wilbur Smith, Jack Vance, Rider Haggard, etc. El nombre de Opar evocaba todo ese ambiente fantástico y aventurero al cual se quería referir nuestra revista. Luego, llamé Opar a mi gato y, más tarde, me pareció el nombre oportuno para la librería que abrí en 2004, hace ya veinte años”.
Muy cerca, porque todo en lo visible es indicio de un fondo invisible más fuerte y se otorga como un don a los humanos intuir y descifrarlo, a muy escasa distancia, se encuentra el emblemático edificio de la Casa de las Bolas, que bien podría haber formado parte de la Ciudad Perdida. Sepultada por las arenas del desierto, o por la lujuriante vegetación de la jungla, que son también imagen del tiempo en su prolija multiplicidad, encontramos la misma ciudad de la que hablaba Farmer, Philip José Farmer: «Opar, la ciudad de granito macizo y piedras preciosas, encumbradas y esbeltas torres, plena de cúpulas doradas…», enclave cuya memoria combaron los siglos, arrojándola con ello casi al abismo de la disolución, y a la que tratan de arrebatar del olvido poetas, artistas y sabios. Hasta el Día en que todo vuelva a restituirse en su plenitud y luminosidad, cuando las estrellas estén en la posición adecuada…Cuando la Palabra Secreta fluya, correctamente pronunciada, desde el manantial.
Alfredo dirige una de las mejores colecciones de Valdemar: Frontera, consagrada a la novela y relatos del Oeste. En su infancia y juventud no sentía una pasión especial por este género, ni como lector ni como acumulador de libros. Estaba más interesado por entonces en la literatura fantástica, la novela histórica y la ciencia-ficción. De hecho, en el curso de una de las innumerables charlas que continuamos disfrutando me comentaba que “la primera colección que dirigí para Valdemar no fue precisamente de literatura western. La novela histórica ha sido siempre una de mis lecturas favoritas. Sobre todo la ambientada en la Edad Antigua, con una cierta predilección por la desarrollada en escenarios poco transitados por los novelistas que nos sumergen en el pasado. Tras varios años de colaborar con Valdemar les propuse dirigir una colección dedicada a la narrativa histórica, y para mi alegría me dijeron que sí. Y nos dimos el gustazo de editar a Alexander Krislov, Rafael Sabatini, León Arsenal, Thackeray, Defoe… y especialmente la trilogía sobre las invasiones mongolas del escritor soviético Vasily Yann. Una obra monumental, épica y basada en los cantares de gesta rusos: las bilinas. La trilogía de Vasily Yann es algo muy distinto de las novelas que sobre el imperio de Gengis Kan y sus sucesores se escriben en Occidente”.
Y así, desde el lejano Norte del siglo XVIII y El último mohicano, pasó Alfredo a interesarse por la novela del Oeste y considerarla en buena parte novela de aventuras. Lo de proponer una colección de rescate de este segmento de la literatura para la editorial Valdemar “surgió con la constatación de que existían grandes novelas de este género que no se estaban traduciendo al español, o que se habían traducido hace muchos años —a veces de forma poco rigurosa— y de que, habiendo llegado el reconocimiento al western en el cine, o en el cómic, habría de llegar algún día en que ese mismo reconocimiento le llegase a través de la literatura. No había por entonces una colección literaria específica y seria dedicada al western, así que le propuse a los editores de Valdemar intentar fraguar una. Y a ellos, que también tienen sentido de la aventura, les pareció oportuno poner una colección con esas características en el mercado y probar suerte. De esta manera, más o menos, surgió la colección Frontera, de la que ya han aparecido treinta títulos… y con ellos sólo estamos arañando la superficie de un género que cuenta con unos cuantos millares de novelas y relatos. Eso sí, intentamos ir escogiendo buena parte de lo más granado del repertorio”.
Alfredo no es sólo un especialista y un librero: también es un avezado bibliómano, cosa que se percibe en el exquisito gusto con el cual Rosa Maroto, su esposa, dispone los materiales de exposición y venta en Opar. Una espléndida tarde de abril me contaba cómo empezó a colaborar con Valdemar; sus tareas iniciales consistieron en escribir algunos prólogos y llevar el puesto editorial en las Ferias del Libro. “Para mí los libros no son sólo vehículo de texto. También son objetos. Objetos que están bien o mal hechos; que tienen méritos o deméritos en cuanto a diseño, elección de tipografía, interlineado, calidad de papel, cubiertas, presentaciones… Son estéticamente satisfactorios o no lo son. Y también han de ser equilibrados. Me molestan tanto los excesos ornamentales como la desatención absoluta por el aspecto estético de los mismos. Creo que existe la “divina proporción” en los aspectos formales de un libro y, si no podemos lograrla, al menos hay que tenerla en cuenta. Valdemar colmaba sobradamente todas mis aspiraciones de lo que debía ser un libro y por tanto trabajar con ellos, y elegir y presentar títulos en colecciones que ellos editaban, hizo que me olvidara totalmente de editar por mi cuenta. Luego, además, he tenido la fortuna de colaborar con otras editoriales como Diábolo, para la cual dirijo una colección de novelas de “capa y espada”, y dedicar tiempo a otras editoriales con artículos o presentaciones. Con ello estoy más que satisfecho”.
En Opar también “se despacha” novela de aventuras, policíaca, clásicos, novela histórica, pastiches sherlockianos, el citado western, cómic —fundamentalmente europeo—, algo de ensayo, fanzines… “también suele haber ejemplares de algunas publicaciones que hacen, en tiradas mínimas, grupos de aficionados a la literatura fantástica, ciencia-ficción o novela policíaca.”
Es conocida la afición de Alfredo por la novela juvenil, que ocupa un lugar importante en Opar: “Si me preguntas por mi afición hacia la novela juvenil, lo confieso, me interesa mucho, muchísimo. No sólo los grandes clásicos como Winnie the Pooh, Peter Pan o El viento en los sauces, que suponen mi triada mágica, sino especialmente la literatura para adolescentes. Yo creo que los primeros artículos que escribí en revistas de ciencia ficción estaban dedicados a cantar las excelencias de autores como John Christopher, Joan Aiken, Margaret Mahy, Cesar Mallorquí, Philip Pullman, Kay Meyer, o C. S. Lewis… y puedo seguir con la lista ―si se comete el error de darme la oportunidad de hacerlo— hasta llegar a un centenar o más de ellos. Sigo coleccionando literatura juvenil y sigo abriendo con emoción las páginas de escritores como los citados anteriormente y otros que siguen apareciendo. Afortunadamente no paran de aparecer obras de mérito”.
Recordando tiempos lejanos en los que en cierto grado estuve involucrado, Alfredo me ayudó a materializar mi primer y único fanzine, Océano, explicó sonriendo: “Y en el 92, con Rosa Maroto, Gabriel y algunos otros amigos nos liamos la manta a la cabeza y sacamos un fanzine en glorioso offset y tirada de 500 ejemplares llamado Opar – Aventuras y Fantasía. Fue divertido, pero inmensamente laborioso. No tenía ni idea de lo que era maquetar, imprimía en WordPerfect tiras de texto que recortaba luego a tijera y pegaba con adhesivo removible en grandes hojas de DIN A3, dejando huecos para ilustraciones, que escaneaba como podía y luego recortaba y colocaba en esos huecos. Al final se llevaba a una imprenta, donde hacían una copia de contacto y luego se imprimían los 500 ejemplares. Bueno, una laboriosa y carísima locura. Duramos cuatro números”.
Opar sigue ahí, querido lector, abriendo cinco días a la semana por la mañana y dos días por la tarde, sin nada parecido a Facebook, Instagram o Twitter. Un tesoro oculto en la calle de Alcalá, cerca de una encrucijada quíntuple, visitada por iniciados como Luis Alberto de Cuenca, Lorenzo Luengo, Jesús Palacios o el mismo Guillermo del Toro, que llenó sus anaqueles durante su estancia en Madrid con las mejores obras que pudo encontrar entre las piedras preciosas, las torres caídas y los misteriosos manglares de Opar. Su deus ex machina me susurra, mientras abro la puerta para salir al descansillo: “Lo que sí son prácticamente todos los clientes de Opar es “lectores habituales”. No tiene demasiado sentido preguntar “¿estás leyendo algo?”. No. La pregunta correcta es “¿qué estás leyendo ahora?”.
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