Los periodistas Bradley Hope y Justin Scheck publican un libro después de años de investigación, en el que descifran el enigma del príncipe heredero de Arabia Saudí y su inesperado triunfo, que combina aperturismo y absoluta falta de escrúpulos: «Cuando ve una oportunidad, interviene inmediatamente con toda la fuerza de la que es capaz. Nunca duda».
Mohamed bin Salman, o MBS, como también es conocido, pasó de ser un joven de 20 años al que solo le interesaban los videojuegos, de una rama tangencial de la familia real de Arabia Saudí, a alzarse como príncipe heredero y amo y señor de facto de uno de los países más ricos del mundo, una autocracia islámica ultraconservadora que se yergue sobre un mar de petróleo. Para ello tuvo que deshacerse en el camino de cuatro oponentes mucho mejor situados, lograr que su padre, Salman, fuera rey, iniciar un aperturismo inédito en un país en el que las mujeres no podían conducir y la música estaba prohibida, desatar guerras, cacerías de oponentes e incluso secuestrar al primer ministro del Líbano. Y todo mientras gastaba obscenamente toneladas de petrodólares en comprar la vivienda o el cuadro más caros del mundo, organizaba fiestas en islas secretas con 150 supermodelos previamente analizadas para ver si estaban libres de ETS o se codeaba con banqueros, políticos y actores de Hollywood.
Hablamos con Justin Scheck, coautor junto a Bradley Hope de Sangre y petróleo: La implacable lucha de Mohamed bin Salman por el poder mundial (Península, 2023). Son probablemente los dos periodistas que mejor conocen al Señor de los Huesos, después de investigarle durante años. Y lo más asombroso de la estremecedora historia que ahora presentan es comprobar cómo en el ascenso de MBS, junto a las mentiras, las artimañas, las amenazas y los crímenes se desplegó también un paciente y profundo proceso de observación. El joven Mohamed comprendió con el tiempo mejor que nadie cómo funcionaba su compleja familia y cuáles eran los sueños y aspiraciones de sus súbditos antes de romper la baraja y quedarse con todo.
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—El poderoso Mohamed bin Salman sigue siendo una incógnita, y ustedes confiesan que muchas de las cosas que creían saber sobre él antes de escribir este libro eran una perversión de la realidad. ¿Cuál fue su mayor sorpresa?
—Bradley y yo le seguíamos la pista a Mohamed bin Salman desde hacía tiempo, pero lo que no entendíamos bien hasta que empezamos a investigarle a fondo en 2017 eran las razones de su vertiginoso ascenso. Pensábamos sencillamente que era el hijo favorito del rey y que eso lo explicaba todo. Y tardamos en comprender que no había sido fácil para nada. Primero tuvo que dominar el juego de un sistema familiar e institucional gigantesco y lograr que su padre fuera rey. Durante años observó cómo funcionaban los resortes del poder de la familia real y fue poco a poco eliminando a todos sus contrincantes. Por eso creo que lo más fascinante de su figura es ese viaje formativo que le acabó convirtiendo en el hombre más poderoso de Arabia Saudí y uno de los más poderosos del mundo.
—El mundo conoció de pronto a Mohamed en 2017 con el Davos del desierto y la salvaje represión contra su propia familia. Modernidad y autoritarismo parecen las dos claves de su visión del mundo. Y ustedes señalan que un factor decisivo fue su juventud y su atención a internet y las redes sociales. ¿Estamos ante el primer sátrapa millennial?
—Fíjese en algo importante. Solemos describir a Arabia Saudí como un país no moderno, pero es un error. Desde su fundación, casi a la par de la era del petróleo, es un ejemplo de modernidad. Es cierto que religiosamente se muestra muy conservador y políticamente autocrático, pero eso no significa que no sea moderno a su manera. Lo que Mohamed bin Salman entendió bien como millennial fue que, para que su familia siguiera gobernando y él se convirtiera en el heredero de la Corona después de décadas de gobierno de señores mayores, el 50% de la población tenía menos de 50 años y un porcentaje altísimo de uso de internet. ¿Qué hacía ese montón de jóvenes que no podía ir a un bar a bailar debido a las restricciones religiosas? Se pasaban el día en Twitter e Instagram viendo cómo los jóvenes del resto de mundo bailaban. Mohamed comprendió que la religión ya no le legitimaba, al contrario, le perjudicaba. Tenía que abrir más el país para modernizarlo y mantener el poder. No sé si lo llamaría sátrapa, pero sin duda es un autócrata con sensibilidad millennial.
—Mohamed bin Salman se formó leyendo sobre generales e inversores norteamericanos. ¿Qué aprendió de ellos? ¿Y de Maquiavelo?
—(Risas) Lo de Maquiavelo era una provocación suya, pero sin duda ahí tenemos una clave importante. ¿Qué aprendió? Yo lo resumiría así: MBS logró descifrar, entre sus 20 y sus 37 años, cómo funcionaba su familia y lo que debía hacer para influir dentro y fuera de su país. Cuándo él ve una oportunidad interviene inmediatamente y con toda la fuerza de la que es capaz. Siempre. Nunca duda. A veces le sale bien y otras los resultados son catastróficos. Pero no importa, porque esto marca una diferencia crucial con sus antecesores conservadores, lentos, con miedo al cambio. Y cada vez que alguien se entrometía en su camino le encarcelaba o amenazaba sus recursos económicos. Sí es cierto que, como El príncipe de Maquiavelo, se ha hecho temer.
—Ahora, en plena guerra en Europa con la invasión de Ucrania por Rusia que ha golpeado precisamente a los recursos energéticos, ¿qué papel geopolítico quiere jugar Mohamed bin Salman? Usted ha dicho que Mohamed querrá influir en las próximas elecciones en EEUU.
—Él sabe que Arabia Saudí es uno de los países más ricos del mundo. ¿Por qué no va a influir en la escena internacional en lugar de seguir siendo una marioneta de Estados Unidos? Sin perder de vista sus dos objetivos básicos: mantener a raya a Irán, su principal enemigo, y diversificar su economía más allá del petróleo. Si para ello debe establecer nuevas alianzas políticas, con Rusia o China, pues que así sea. Porque la alianza histórica de los saudíes con EEUU quedó muy maltrecha tras la presidencia de Obama y el acuerdo nuclear con Irán, que se vio como una traición. Después con Trump se entendió muy bien. Y ahora Mohamed no soporta a Biden e intenta hacerle daño subiendo el precio del crudo, entre otras cosas. Pero cambiar las alianzas tiene sus riesgos. Es muy dudoso que China o Rusia sean mejores aliados y, como estamos viendo en Ucrania, ninguno tiene ni de lejos mejores armas que EEUU. Porque además Arabia Saudí tiene mucho dinero, pero en realidad es muy pequeño. Sólo tiene 30 millones de habitantes. Eso limita mucho tus ambiciones.
—Antes mencionaba que el carácter impetuoso de Mohamed le ha llevado también a tomar desastrosas decisiones. Como la guerra del Yemen o el asesinato del periodista Khashoggi, quien empezó como fan suyo y de sus reformas para acabar siendo su mayor crítico. ¿Hasta qué punto perjudica todo ello sus aspiraciones?
—Su eficacia le ha dado muchos problemas. Decidió atacar un país vecino como Yemen como jefe de las Fuerzas Armadas sin ninguna experiencia previa y desató el caos, nada fue como esperaba. Y lo de Khashoggi, bueno, él asegura que no dio la orden pero sin duda vino de su entorno. Aquello frenó sin ninguna duda sus ambiciones internacionales. Pero las frenó un par de años. Esto para alguien que asegura que va a vivir 120 años no es un problema. (Risas)
—La agenda Visión 2030 y ese Silicon Valley del desierto que se llamará Neon y que buscan un futuro post-petróleo para Arabia Saudí… ¿Tales locuras megalómanas se desmoronarán cuando realmente se acabe el petróleo?
—¿Qué pasará cuando se termine el petróleo? Esa es la gran pregunta. Y Mohamed Bin Salman lo sabe, es consciente de que todo su poder y toda su brutalidad no valdrán para nada si no logra una respuesta al desafío de cómo diversificar la economía de Arabia Saudí. No es un camino fácil. ¿Qué se acabará primero, el petróleo o la demanda del petróleo? Nadie lo sabe. Un país innovador y con una alta formación podría enfrentar un reto semejante, pero no es el caso. ¿Y quién querría ir a un lugar tan duro como Arabia Saudí si no existiera el dinero del petróleo? Tal vez funcione, tal vez Neon sea el Silicon Valley del futuro y Arabia Saudí la próxima Singapur. Pero a mí me cuesta pensar cómo lo conseguirá.
—En España fue una auténtica conmoción la noticia de que el rey emérito Juan Carlos I había cobrado una comisión de 65 millones de euros por el AVE a la Meca. ¿Esto es algo del pasado o sigue ocurriendo hoy?
—Hay corruptos por todo el mundo y los corruptos saben reconocerse y dónde encontrarse. El asunto del AVE español forma parte de un patrón saudí que dura ya mucho tiempo y Mohamed Bin Salman intentó romper sin éxito. El país cuenta con muchísimo dinero… pero nada más. No tiene trabajadores, no tiene técnicos, no tiene empresas. Dependen para todo ello del exterior. No contaban con una empresa doméstica para construir aquel tener, buscaron una empresa española y pusieron en práctica lo que mejor saben hacer: los sobornos, la corrupción. Y luego, claro, España siempre ha tenido una relación especial con Arabia Saudí por dos motivos. Por un lado, porque ambas son monarquías. Y por otro porque a Mohamed le encanta España y ahora mismo tiene varios negocios en marcha con españoles. Existe una relación multigeneracional de negocios entre los dos países y esto los corrompe a ambos. El caso del tren o las comisiones del rey Juan Carlos son ejemplos de ello.
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