Ángel Basanta, al que le debo una buena parte de mi éxito como opositor de Lengua y Literatura de Educación Secundaria, en su breve manual, de algo más de un centenar de páginas, publicado por la editorial Cincel, sobre la narrativa española de postguerra, explica la obra de Ferlosio como pocos. Y no es tarea fácil, en apenas cuatro páginas, abordar un libro que, aunque de lectura sencilla —tan sencilla que hay quienes se confunden y no llegan a captar del todo la esencia de su mensaje—, atesora una enorme complejidad formal y, sobre todo, un alegato, comprometido y valiente, contra una época en la que aún no estaba permitido pensar, en la que, como dejó dicho Luis Martín Santos en Tiempo de silencio unos pocos años después, había mucha gente desesperada de no estar desesperada. Porque aquí no había quien se moviera. Ni las hojas de los árboles en otoño. En todo caso, solo gozaban de ese privilegio las aguas del río que da nombre a la novela. Porque todo fluye y nada permanece, por más que nos empeñemos en atrapar con nuestras propias manos el tiempo. Las aguas del Jarama, aunque lentas y apacibles, bajan cargadas de un rico material simbólico, como si arrastrara pepitas de oro sin que nadie lo advierta. Basanta, siguiendo de cerca las enseñanzas de su paisano y amigo Darío Villanueva, hace hincapié en la presencia significativa de lo mágico en la obra. Y también se fija en el perfecto equilibrio entre la fidelidad al lenguaje hablado —algunos profesores, para sintetizar y ofrecer un titular que puedan memorizar sus alumnos, hablan de lo que tiene de grabación magnetofónica el libro— y su proyección estética.
Pero, en realidad, ¿qué es lo que hoy nos podría interesar de El Jarama? ¿Cuál de sus muchos aspectos —estructura, argumento, personajes, lenguaje, valores simbólicos, mensaje implícito, carga social— ha resistido mejor el paso del tiempo y ha llegado fresco a nuestros días? A mis estudiantes de cuarto curso de Grado de Lengua y Literatura Españolas les ha conmovido —suponiendo que hoy exista algo capaz de conmoverles— no tanto ese trasfondo en donde se insinúa una Guerra Civil recién finalizada, todavía con las tripas al aire, y que no termina por cerrarse del todo, sino el vacío espiritual y el abismo por el que se mueven unos muchachos que pretenden pasarlo bien, pero que apenas tienen nada que contarse, con ese lenguaje insustancial, repleto de tópicos, de frases hechas, a la altura de un país que, tras la larga y dura contienda, parecía haberse olvidado de cómo divertirse. La opinión de estos chicos del siglo XXI, en el fondo, no deja de ser la misma que la de aquel otro muchacho que, a mediados de los años setenta, por las razones que aún no he podido comprender del todo, subrayó una única frase en aquella edición de bolsillo publicada en Destino: “Las voces tenían un timbre nítido en el agua, como un eco de níquel”.
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