La metamorfosis tal vez sea la obra más conocida de Franz Kafka —incluso más que El proceso—, y la que a su vez ha despertado más interés entre sus exegetas y aquellos que nunca han leído su obra. Kafka ha quedado, para bien y para mal, asociado icónicamente al bicho repugnante en el que cualquiera puede transformarse al despertar. La puerta de entrada a su literatura es la de esta inquietante y perturbadora alegoría, y la puerta de salida, o la que completa el círculo kafkiano, vuelve a ser este prodigio de novela corta, cuyas páginas no cesan de iluminar el universo del escritor praguense.
¿Qué nos dice o qué nos quiere decir Kafka en La Metamorfosis? ¿Cuál es la interpretación que se puede hacer de esta ficción tan perturbadora? Los kafkólogos suelen encontrar en esta narración no solo un antecedente de la literatura del absurdo, sino una alegoría de la deshumanización y enfrentamiento del ser humano con el mundo moderno, que en su mercantilismo y cosificación le oprime hasta aniquilarlo ¿Pero hace falta ir tan lejos en las percepciones significativas de este conmovedor relato? Quizá convenga releerlo con la lupa kafkiana con que fue escrito para interpretar conscientemente sus rectos significados, y digo conscientemente porque no creo que ningún lector haya podido sustraerse a ellos, aunque a veces permanezcan solapados bajo cualquier otra interpretación. Esa es la principal causa de los perturbadores efectos que su lectura ocasiona en cualquier lector sensible: la acuciante cercanía de su trasunto y las epidérmicas sensaciones que desencadena.
En La metamorfosis Kafka indaga sobre todo en la enfermedad y en la incomunicación humana. Todos, alerta el praguense, podemos despertarnos convertidos «en un bicho enorme»; es decir, podemos enfermar y padecer una profunda transformación que nos convierta en otro —al menos a ojos de los demás— y nos incomunique con nuestro entorno. Esta dilucidación sobre la enfermedad y sus consecuencias nuclea argumentalmente toda la espeluznante fabulación de La metamorfosis, abriendo numerosos interrogantes que el praguense transita con sombría lucidez. Gregor Samsa en el inicio de su proceso transformador conserva el poder sobre su intimidad, que le otorga simbólicamente la posesión de las llaves de su habitación que mantiene cerrada por dentro; un poder que enseguida quedará al arbitrio espurio de los demás. El enfermo, inicialmente, trata de analizar las causas de su transformación, entre las que aparecen la vida laboral y las exigencias de la sociedad encarnadas en sus obligaciones familiares. Otro aspecto que se analiza en estas páginas iniciales, y que se irá agudizando a lo largo de su trama, es el de la incomunicación humana. Gregor Samsa pierde la capacidad de poder comunicarse con los demás, los entiende perfectamente y es plenamente consciente de lo que sobre él opinan y dicen, pero es incapaz de poder transmitirles recíprocamente sus sentimientos y emociones (algo que sucede con angustiosa frecuencia en numerosas enfermedades). Con estos inquietantes hilos se trenza esta alegoría, en la que Kafka, como un minucioso inspector de trabajo, pormenoriza con morboso interés la evolución de la familia en relación con Gregor Samsa.
Resulta curioso el desplazamiento emocional de su hermana Grete, cuya generosa dedicación inicial, de amor fraterno, se transforma en beligerante desidia, en ancestral rencor, sustituyendo sus requerimientos iniciales por una insoportable aversión a los miasmas de su habitación. Ella es la primera que contribuye a la deshumanización del transformado/enfermo, despersonalizando su entorno al que despoja no solo de sus muebles sino de las últimas ascuas de su memoria, y, por lo tanto, de su posibilidad de regreso (de curación). Grete es también la encargada de prodigarle la última y despiadada sentencia:
«“Queridos padres, dijo la hermana, dando una palmada en la mesa a modo de introducción, “esto no puede quedar así. Quizá vosotros no lo comprendáis, pero yo sí. Delante de este monstruo no quiero pronunciar el nombre de mi hermano, y, por tanto, me limitaré a decir: tenemos que librarnos de él como sea. Hemos hecho lo humanamente posible para cuidarlo y aguantarlo, creo que nadie puede hacernos el menor reproche».
Palabras que erizan la piel de cualquier lector por resultar tan comunes en cualquier historia familiar. Sí, todos podemos ser Gregor Samsa, nadie está libre de padecer su horrorosa transformación, de convertirse, para los demás, en un bicho repugnante al que hay que aislar, rechazar y olvidar.
Otro fragmento totalmente estremecedor, que Kafka entremezcla con alusiones al relato bíblico de la pérdida del paraíso, es el de las manzanas: cuando su padre le arroja una manzana que se acaba incrustando en su piel como pérdida del vínculo familiar, como símbolo de expulsión de su universo afectivo. Un padre que representa —como es característico en el escritor praguense— el poder absoluto y genesíaco, y del que Gregor Samsa «desde el primer día de su nueva existencia había aprendido que el padre únicamente era capaz de entenderse con él por la fuerza». Esta ruptura con el vínculo familiar y humano (en cuanto a identidad cultural de una colectividad como puede ser la judía) adquiere inquietantes y tenebrosas connotaciones.
Pero Kafka no se limita a contarnos los padecimientos de Gregor Samsa, sino que las últimas páginas las dedica al día de asueto, de liberación y reencuentro entre sus padres y su hermana; toda una epifanía familiar una vez desaparecida la oprobiosa carga que para ellos representaba su mísera condición. Un giro argumental que ilumina connotativamente la alegoría, amplificando sus significados. Otra genialidad narrativa del praguense.
La editorial Akal, para conmemorar el centenario de Franz Kafka, acaba de publicar cuidadosamente La metamorfosis en una incitadora edición ilustrada por Tavo Montañez y traducida por Pilar Fernández Galindo. Las ilustraciones de Tavo Montañez, de un hipnótico onirismo hiperrealista, singularizan por sí mismas esta edición que se suma en su exigencia a la señalada más arriba de El proceso. La editorial Akal complementa estas ediciones con otras dos de bolsillo que recogen otros relatos y narraciones cortas del escritor praguense, bajo los títulos de La Condena y otros relatos, con traducción y prólogo de Sergio Guillén, y de Informe para una academia y otros escritos.
La condena es uno de los relatos más conocidos de Kafka, también uno de los que reviste más difícil interpretación, quizá porque sus páginas sean de las más autográficas del escritor. En ellas escenifica su relación consigo mismo y con su vínculo familiar, representado por la autoridad suprema del padre que siempre le ha ocasionado un gran sentimiento de culpabilidad. Un texto, que como sucede con todo lo que toca Kafka, no deja a nadie indiferente y que sugiere muchas interpretaciones, todas ellas reveladoras de los anhelos y temores humanos.
En este libro también se encuentran otros relatos cortos, como su conocida Ante la ley, El cazador Gracchus, Un golpe a la puerta del cortijo, Un fratricidio, Abogados y En la colonia penitenciaria.
Merece detenerse En la colonia penitenciaria, una de las alegorías más inquietantes y proféticas de Kafka, y también de las pocas que leyó en público. Según cuenta la leyenda algunos de los concurrentes a su lectura en Múnich se desmayaron ante la crudeza de su alegoría. La culpa vuelve a ser el tema central de esta indagación kafkiana, así como su método de redención. Un método que se muestra implacable a través de los engranajes racionales de la despiadada máquina punitiva de la colonia. Un mecanismo diabólico que apunta hacia los sistemas totalitarios. El escritor praguense realiza en este relato una seria advertencia, que suscribe a modo de moraleja sobre la tumba del comandante:
«Aquí yace el antiguo comandante. Sus partidarios, que ya deben ser incontables, cavaron esta tumba y colocaron esta lápida. Una profecía dice que después de determinado número de años, el comandante resucitará, y desde esta casa conducirá a sus partidarios para reconquistar la colonia. ¡Creed y esperad!».
En el otro libro de bolsillo de Akal, Informe para una academia y otros escritos, Kafka parece fabular la jaula de hierro de Max Weber, a través de la figurada humanización de un homínido: Peter el Rojo. El praguense, a través del relato del primate, perfila analógica y metafóricamente los infranqueables barrotes que limitan y predeterminan nuestros actos. La obra incluye otras narraciones de Kafka como El silencio de las sirenas, La vedad sobre Sancho Panza o Sobre el teatro judío.
Todo Kafka, puro Kafka. El luminoso trazado de la auscultación de su autoempequeñecimiento.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: