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Kintsugi

Cuatro mujeres han amado a Yoshie. Tal vez él también las amara. O tal vez Yoshie es incapaz de amar. Yoshie es un hombre herido. Por dentro y por fuera. Superviviente de la bomba de Hiroshima, su cuerpo ha quedado marcado para siempre; como las reses lucen en la carne el sello de su propietario, Yoshie luce el horror del siglo XX. Su piel compendia toda la maldad de la que es capaz el ser humano.

El dolor ha hecho de Yoshie un ser hermético, insondable, desgarrado. Cuatro mujeres lo han amado en cuatro ciudades de cuatro países: París, Nueva York, Buenos Aires, Madrid. Pero ninguna ciudad es su hogar y ninguna mujer su mujer. Yoshie es el protagonista de Fractura, de Andrés Neuman; y Yoshie es, sobre todo, la muestra de que, a partir de cierta edad, no hay mayor desafío en la vida que superar el dolor cosechado. El sufrimiento es, como el mercurio, un veneno acumulativo; poco a poco y en silencio emponzoña la sangre y ensombrece el ánimo.

"Decía Sócrates que más lamentable es causar daño que recibirlo. Eso es: cargamos no solo con el dolor recibido, sino también con el infligido"

¿Deberíamos, a modo de catarsis, hacer gala de nuestras heridas? Fascinante resulta la técnica japonesa del kintsugi: cuando una porcelana se rompe, el artesano pega los pedazos con polvo dorado, haciendo bien visibles las grietas. Los nipones gustan de saber que no fue la de su porcelana una vida fácil, que también ella hubo de recomponerse de sus particulares accidentes. Y, sin embargo, preferimos ocultar que una vez fuimos —que somos aún— un animal herido. «Dientes, dientes», le decía la tonadillera a su amado, el político corrupto, cuando, en tiempos aciagos, eran objetivo predilecto de las cámaras indiscretas, «que es lo que les jode». Pintar una sonrisa en la boca, a pesar de las tribulaciones. De más elegante manera lo expresan los versos de Karmelo C. Iribarren:

La mirada
al frente,
la sonrisa
a punto,
y los zapatos
limpios.

No lo olvides:

ni una sola pista
a los enemigos.

Por eso resulta tan conmovedora la escena en la que Yoshie expone sus heridas ante la mujer que lo ama y esta le corresponde exhibiendo en tierna intimidad las suyas (un pecho seccionado en la contienda de la cirugía): «Me mostró sus cicatrices. Un fino entramado en los antebrazos y la espalda. Parecía transportar un árbol. Luego él vio las mías. Nos sentimos livianos, un poco feos y muy bellos. Dos supervivientes».

Decía Sócrates que más lamentable es causar daño que recibirlo. Eso es: cargamos no solo con el dolor recibido, sino también con el infligido. Tal vez el juicio final consista en encontrarnos cara a cara, la mirada sostenida, con todos aquellos a quienes hicimos sufrir. Escuchar el relato del daño por nosotros ocasionado. No se me ocurre más mortificante infierno ni más refinada tortura. También Yoshie hizo sufrir. A aquel primer amor, tan apasionado al comienzo («Los hombres jóvenes tienden a abusar del romanticismo fuera de la cama y del atletismo dentro de ella», describe una antigua amante) y que el hombre fue dejando caer en el abismo del desencanto. «¿Será por eso», se pregunta ahora la mujer, «que en mi siguiente relación decidí casarme tan rápido? ¿Por pánico a causar la misma decepción? ¿A no estar a la altura de lo que mi marido, igual que Yoshie, creyó ver en mí?».

"La primera vez que una mujer lo abandonó, el hecho cayó sobre él de manera tan traicionera como había caído la bomba en aquel verano de 1945"

Yoshie hizo daño a la mujer cuando le confesó una infidelidad, según él mismo, absolutamente episódica. «Entonces me levanté muy despacio de la mesa. Estrellé mi copa contra el suelo. Le di una patada a mi silla. Y le pregunté para qué demonios me lo había contado. Para hacer estas cosas, le grité, hay que ser más maduro. Se confiesan si son serias. Y si no lo son, se carga con ellas sin hundir al otro». También hirió Yoshie aquella ocasión en que, en el fragor de una discusión, amenazara con romper la relación. La mujer cae entonces en la cuenta de aquello que una vez le había dicho su anterior pareja, un fanático del fútbol: cuando un jugador habla de irse del equipo, ya se fue.

También Yoshie, en justa retribución, fue herido. La primera vez que una mujer lo abandonó, el hecho cayó sobre él de manera tan traicionera como había caído la bomba en aquel verano de 1945. «Su ego masculino», rememora la protagonista, «acababa de perder la virginidad. Y quizá de ganar algo difícil de definir, y que solo se adquiere cuando te dejan».

Nos falta coraje, a nosotros tanto como a Yoshie, para reparar nuestras cicatrices mediante el kintsugi y teñir nuestras fracturas con polvo de oro bien reluciente. Preferimos disimular el daño. El recibido y el dispensado. La vida, en su ímpetu caótico, no deja un solo corazón indemne, pero ya saben: ni una pista a los enemigos; dientes, que es lo que les jode.

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Autor: Andrés Neuman. Título: Fractura. Editorial: Alfaguara. Venta: Todostuslibros y Amazon

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