Kitty Crowther ya forma parte de la historia del álbum ilustrado, es una de sus grandes figuras, reconocida en todo el mundo. No sólo es eso que suele llamarse un “clásico vivo”, sino vivísimo, en plena madurez creativa. Su obra es amplia y está bien representada en nuestro país, pero todavía quedan títulos señeros por publicarse, como así ha ocurrido con Ana del Lago (Fulgencio Pimentel), uno de sus mejores álbumes. Y estos días llega a las librerías españolas otro de sus trabajos recientes, Farwest, con texto de Peter Elliott, también publicado por Fulgencio Pimentel, y del que daremos pronto noticia.
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—Un elemento característico de sus álbumes es la presencia de un color predominante que, como un bajo continuo, marca el tono de la historia y su poder simbólico: el naranja magnético de Yo quiero un perro, el dorado de Madre Medusa. En Ana del Lago afloran el azul ceniciento y el negro…
—Con los años, el color se ha convertido casi en un personaje en sí mismo. Y también tiene el potencial de englobarlo todo en una historia. Es como en la música, sí, donde da un tono, como menciona en su pregunta (si es que lo es…). O en el cine, donde se reconoce la paleta de un cineasta. Trabajo mucho con mi instinto. Tengo periodos en los que me enamoro de un color. En el caso de Madre Medusa, fue mi etapa de oro viejo. Tuve que luchar mucho con mi personaje de Medusa, que se negaba a ser terrorífica. Yo quería una Medusa que pareciera un fantasma verde, con dientes puntiagudos. Ella estaba de acuerdo con este oro viejo (ocre), pero no con el resto. Creo que hay dos procesos, al menos. Los libros con un color dominante, como Medusa y Ana. Y luego el otro proceso, con una capa adicional de color, como en mi libro del perro y en los Cuentos de Mamá Osa. Este color adicional en realidad no existe; los dibujo en otra hoja, en negro, para que el impresor sepa dónde añadir el color extra. Es muy agradable trabajar con colores con luminosidad. Es como una energía salvaje. Y casi siempre acaba siendo una sorpresa.
—Además del color, están los elementos. El agua es una constante en su obra. O, mejor dicho, la presencia de una vida por encima y por debajo del agua, una realidad en dos niveles. Los lugares visibles y ocultos ofrecen lo que podríamos llamar una especie de “vida anfibia” para sus personajes. Tengo la sensación de que muchos de sus álbumes (¡Scric Scrac Bibib Blub!, Mi amigo Juan, Ana del Lago…) hablan precisamente de la reconciliación de esta realidad escindida.
—No creo que sea sólo arriba y abajo. No es lineal (en el sentido de enfrentamiento). El agua es el elemento de la Tierra que más me gusta. También es el que más misterios encierra. Decimos planeta Tierra, pero en realidad deberíamos decir planeta Agua. Estamos compuestos en un 70% de agua, y la superficie del planeta es agua en un 71%. La vida vino del agua. Y sigue siendo el elemento más misterioso. El agua se vuelve sólida y debería pesar más, pero no lo hace. Flota. Se dice que el agua es exactamente la misma desde el primer día. Hay muchas investigaciones sobre el agua y la memoria del agua. ¿Tiene conciencia el agua? (Lean a Masaru Emoto). ¿Nadamos en la misma agua que nuestros tata-tatarabuelos? (O dinosaurios, para hacerlo más épico). En cualquier caso, me encanta la idea de que el agua tenga memoria. La próxima vez que beba agua, piense en ello. El agua me parece lo más difícil y fascinante de dibujar. Refleja el cielo o los árboles y arbustos de la tierra. Refleja el firmamento, el sol, la luna y las estrellas. A veces también puede verse el fondo, a través de capas transparentes. Y cuando estás bajo el agua, no ves muy lejos. Vas hacia lo desconocido, descubriendo las cosas como vienen. Y cuando el agua está quieta, sólo puedes ver tu propio reflejo en ella. El agua parece tener una piel. Es interesante que en su pregunta mencione una realidad dividida. No creo que haya una escisión. ¿Qué es la realidad? La vemos y entendemos a través de nuestra propia perspectiva (transformada o fabricada por nuestro entorno cultural o social, con nuestras obstinadas creencias). La realidad está en constante evolución, no de arriba a abajo, sino en muchísimas versiones diferentes. No creo que podamos escrutarla. Está cambiando.
—Hay un elemento folclórico en la base de Ana del Lago (el mundo de los gigantes, leyendas de carácter casi artúrico…) que le confiere un aire de cuento de hadas. En sus álbumes se dan metamorfosis, algo que también es frecuente en el conjunto de su obra gráfica. ¿Es la metamorfosis, el cambio de un modo de vida a otro, uno de los principales motores de su imaginación?
—De niña siempre me gustaron las historias en las que el héroe supera retos. Encontrar una salida. Las historias que te suceden o las que lees te forman, ¿no le parece? Me encantan las leyendas, los mitos y el folclore (la etimología de folk remite a «pueblo» y lore es «obtener conocimiento/aprender»). Muchas formas de pensar proceden del folclore. También nuestras estructuras psicológicas. El gigante es ancestral. Aparece en la Biblia, en los mitos nórdicos, en los mitos griegos… Representa la fuerza de la naturaleza. Cuando escribí la historia de Ana, pensé que había inventado el gigante de agua. Pero uno de mis editores suecos me dijo que existe un gigante que vive bajo el mar. Una vez al año exige ropa a la gente del lugar (eso es todo lo que sé). Mi editor sueco, Erik Titusson, dice que combino lo antiguo con lo nuevo. Creo que es un gesto respetuoso honrar nuestros mitos. Nunca mueren. Podemos ponernos misteriosos: ¿y si las historias nos crearon? ¿Y si los relatos estaban ahí antes que nosotros?
—Los protagonistas de sus álbumes viven profundas pasiones (soledad, deseo, miedo, entusiasmo…), en sus obras la acción transcurre “dentro” pero se manifiesta con exuberancia hacia fuera, “sale a la luz”. ¿De ahí, quizás, la importancia del viaje, de “cruzar un umbral”, en muchos de sus libros? Ana se sumerge en el fondo del lago, abrumada por las sombras, y es allí donde se encuentra con seres luminosos.
—No hay luz si no hay oscuridad. No hay oscuridad si no hay luz. Es una especie de yin y yang. Y tal vez, si no hay lucha, no hay historia. Somos más gigantes de lo que pensamos. Es fascinante cómo ciertas personas son capaces de levantar montañas. No se trata de tu tamaño, sino quizá más bien de… ¿tus creencias? (termino la frase con un tono de pregunta porque las ideas no están escritas en mármol). Todo esto es sólo parte de mi proceso de pensamiento, pero aunque suene serio, profundo o filosófico, es sólo para mostrarle lo que me une tan fuertemente a la historia. Digamos que mis historias son un vínculo con raíces muy profundas. Y el lector puede verlas o no. De todos modos, sólo vemos, oímos y sentimos desde nuestra pequeña perspectiva. Vemos como somos. Deberíamos intentar pensar siempre escapando de los clichés. Y no desde nuestra perspectiva moral, que en realidad cambia cada siglo. Así que, como contadora de historias, intento ayudar modestamente a que la gente pueda pensar de forma un poco distinta. Digo personas y no niños porque, bueno, son los padres o los adultos quienes leen a los niños. La mayoría de las veces, los niños tienen un instinto fantástico. Muchas veces me he quedado hipnotizada por el pensamiento tan profundo de los niños. Algunos adultos pierden esa llave (la del asombro).
—Hay una figura muy presente en sus álbumes, relacionada con esta “luz” y con esta capacidad de asombro, y es la lectura compartida. La lectura une a las personas, les permite encontrarse.
—Sé lo que los libros hicieron por mí, y siempre estaré muy agradecida por ello. Agradecida a mis padres, que conocían la importancia de los libros. Como persona con problemas de audición, me aconsejaron encarecidamente que leyera. Por suerte, me encanta leer. Es muy íntimo y a la vez se trata de compartir, de hablar de libros con los demás. Los neurocientíficos han investigado mucho sobre los efectos de la lectura en el cerebro. Su impacto es muy fuerte. Sobre todo porque necesitamos palabras para comunicarnos, para expresarnos (ya que somos hablantes y lectores), para entendernos. Entendemos (casi) por el propio hecho de tener físicamente un libro en las manos. Y por el contrario, no entendemos con un smartphone, una tablet o un ordenador, que casi piensa por ti. Te conviertes en su cliente, en su trabajador, en su esclavo. Por supuesto, no niego todas las grandes cosas que puede hacer la tecnología… ¡como enviarle mis respuestas a sus preguntas! Pero lo bonito del libro es que es un lugar al que podemos ir y volver; una doble página, como el hemisferio izquierdo y derecho de un cerebro. Podemos reunir lo que necesitamos entender.
—¿Qué libros han sido importantes en su vida, qué escritores, qué ilustradores, qué personajes?
—Hay tantos lectores diferentes, de diferentes etapas y edades, en nosotros… Pero aquí va una lista: El cerdito, de Arnold Lobel. Todos sus libros son muy conmovedores, tiernos y amables; El jardín secreto, de Frances Hodgson Burnett; Jane Eyre de Charlotte Brontë (una familia de increíble talento: tres mujeres admirables que se convierten en escritoras muy importantes); El viento en los sauces, de Kenneth Grahame: y Los hermanos Corazón de León, de Astrid Lindgren. Beatrix Potter es mi heroína. Decidí que sería ilustradora y escritora porque leí Los años mágicos de Beatrix Potter, de Margaret Lane. Hay un libro que una historiadora del arte, Véronique Andersen, escribió sobre mí, conmigo. Es una larga conversación de 168 páginas. Hace unas semanas, una joven me dijo que había decidido ser ilustradora y escritora gracias a ese libro. La vida es un círculo. Ilustradores que me han parecido y me parecen muy inspiradores: Tove Jansson, Maurice Sendak, Harriët van Reek, Nadja, Jon Klassen. Como adulta… Tristan Egolf: El amo del corral; Lee Seung-U: La vida secreta de las plantas; Tarjei Vesaas: Los pájaros; Agota Kristof: La trilogía de Claus y Lucas; Andrus Kivirähk: El hombre que hablaba serpiente; Etty Hillesum: Una vida conmocionada; Karen Connelly: La jaula del lagarto.
—Una de las características de los álbumes ilustrados, de la literatura infantil en general, es que permiten que la gente se reúna en torno al libro, como ocurría en tiempos de Cervantes. En este tipo de encuentros, que también tienen mucho que ver con el teatro y con el cine, se mezclan adultos y niños. ¿Qué ocurre en este encuentro?
—Creo que cuando lees una historia tú sola la entiendes de una manera, pero si te la lee alguien, la entiendes de otra. Tiene una vibración diferente, conducida y hecha vida por el lector. Adoro a los grandes contadores de historias. Creo que si no fuera autora o ilustradora, sería contadora de historias. La voz es una herramienta muy interesante. Me encanta leer en voz alta. Cuando me tomo mi tiempo y leo sola, oigo una voz en mi cabeza. Pero si leo rápido, me llegan imágenes. Sentimientos, atmósfera, detalles… Pero, de nuevo, depende de lo que leas. Algunos libros los olvidas tan rápido como los dejas a un lado, y otros te acompañarán toda la vida.
—El lector de los álbumes de Kitty Crowther se encuentra con un mundo abierto, plural, casi carnavalesco (mil tipos de humanos, mil tipos de perros, mil tipos de animales submarinos…). Hay una alegría, una exuberancia, un regocijo en esta forma abundante del universo. ¿Qué lugar ocupa la risa, la fe risueña, en su forma de imaginar lo que nos rodea?
—No era el caso cuando empecé a hacer libros, hace 30 años. Trataban como mucho de dos personajes. O quizás de pequeños grupos. Con el tiempo, empecé a amar de verdad a la gente. Y a amar que todo el mundo sea tan único. Me encanta el humor. Las personas más inteligentes, sabias y espirituales que he conocido en mi vida son personas muy divertidas. Creo que bromear con cariño es la mejor salida. Pero no me gusta reírme de la gente. Hay demasiados abusones, y cuando empiezas a leer comentarios en Instagram… Es una locura la falta de amabilidad de algunas personas. Casi enfermizo. Pero reír juntos es diferente. Me encanta sorprender a mis lectores para que no sepan cómo va a acabar la historia. En cierto modo, ese es mi trabajo. Hacer que quieran saber qué va a pasar después. Antes solía hacer libros muy melancólicos sobre temas graves. Ana se escribió en 2009. Y como ahora el todo mundo está muy asustado (ultraderecha, racismo, guerra, codicia…) siento que tengo que aportar alegría y amabilidad. Pero quiero decir que trabajo con mi instinto. Sólo puedo intentar explicar lo sucedido una vez terminado el libro. Siento que no soy la única que está escribiendo o dibujando. Hay algo más grande que yo. Llámalo como quieras, no importa. Lo que cuenta es el viaje.
—Por último, y a riesgo de volver sobre cosas que ya se han dicho pero son importantes, ¿qué significa un libro para un ser humano y dónde reside su poder?
—Creo que voy a echarme una siestecita con esto (ríe). Siempre es un poco peligroso reducir algo tan importante a unas pocas líneas… Lo único que puedo decir es que, en el mundo, la imaginación es una herramienta muy poderosa. Y la imaginación se alimenta leyendo. Aunque también con otras cosas, por supuesto. Definitivamente, leer ayuda a superar prejuicios y a buscar quiénes somos. Por favor, lean a sus hijos. O a niños cercanos a ustedes. Y sean humildes, porque ellos ven las cosas de una manera única y hermosa, muy diferente a la de los adultos.
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