Si alguien ha pensado en alguna ocasión en una novela concebida directamente para ser llevada al cine, La chica del tren (The girl on the train), de Paula Hawkins, editada por Planeta, sería un magnífico ejemplo. Tanto es así, que sus derechos fueron adquiridos por la productora DreamWorks Pictures en 2014, meses antes de la propia publicación de la novela a principios de 2015.
Los registros de ventas de la obra son prácticamente imbatibles. Un millón de ejemplares vendidos durante los dos primeros de meses; cifra que ascendió a cinco millones a los seis meses. Todo un fenómeno, sin duda alguna. El argumento gira alrededor de su personaje principal, Rachel, cuya vida es todo un desastre —divorciada, alcohólica y en el paro que vive en una habitación alquilada merced a la amistad, o compasión, de una vieja conocida—, toma todas las mañanas, pretendiendo engañar a no se sabe muy bien quién, el mismo tren con el pretexto de ir a trabajar. Durante el trayecto observa las casas, las vidas de sus ocupantes, que pasan por la ventana del vagón en el que viaja. Tiene debilidad por una pareja en concreto, a los cuales bautiza como Jess y Jason. Éstos llevan una vida en apariencia idílica. Aparentemente; este es el soporte inicial de la trama, la cual es presentada desde el punto de vista de las tres mujeres, en mayor o menor medida, protagonistas, Rachel, Megan y Anna, adoptando el recurso estilístico del diario.
La chica del tren, un best seller de manualLa chica del tren aglutina alguno de los ingredientes que convierten a una novela en un best seller. No es difícil empatizar con Rachel, sus circunstancias personales están lejos de ser envidiables, algo que ayuda sobremanera. Por si fuera poco, ésta tiene la afición de fisgar en la vida de los demás, una inclinación, cuanto menos, nada extraña. La historia está además contada desde diferentes puntos de vista, los cuales se alternan en una sucesión de acontecimientos, incluyendo una desaparición misteriosa, que van encadenándose y encajando paulatinamente.
Sin embargo, en lo que se refiere a su transposición a la gran pantalla, el reto que tiene por delante no es, en absoluto, nada sencillo. Inmediata e inevitablemente viene a nuestra memoria, cómo no, La ventana indiscreta (Rear window), una de las obras maestras de Alfred Hitchcock estrenada en 1954, basada a su vez en el relato corto del mismo nombre, It had to be murder en su versión original, de Cornell Woolrich, publicado en 1942. Aquí James Stewart encarna a un reportero accidentado con una pierna escayolada obligado a permanecer inmóvil en su casa con vistas al patio de un bloque de apartamentos, quien, entre visita y visita de su prometida, nada más y nada menos que Grace Kelly, se entretiene husmeando en la vida de sus vecinos reflejada a través de sus propias ventanas como si de diminutas pantallas se tratase. Igualmente imagina nombres para ellos. En lugar de Jess y Jason, aquí tenemos, por ejemplo, a la señorita corazón solitario. Por supuesto, también se incluye una desaparición femenina y la consiguiente sospecha de asesinato.
Posteriormente podrían encontrarse semejanzas evidentes con El tren de las 4:50” (4.50 from Paddington, o What Mrs McGillicuddy saw, en su versión americana), la novela de intriga de Agatha Christie publicada en 1957, con la señorita Marple (Miss Marple) como investigadora. La ya entrada en años Sra. McGillicuddy es testigo fortuito del asesinato de una mujer. Va en un tren, el cual, por unos instantes, viaja en paralelo con otro. A través de su ventana, asiste al estrangulamiento de una mujer perpetrado en el otro tren. Sin embargo no aparece ningún cadáver, por lo que nadie, salvo su amiga la señorita Marple, la cree. La novela fue llevada al cine, sin tanta fortuna como en el caso anterior, en 1961. La cinta, dirigida por George Pollock , y que llevó el mismo título en castellano, Murder she said en su versión original, fue protagonizada por Margaret Rutherford y Arthur Kennedy.
Pero hay otra referencia que a pesar de no surgir tan espontáneamente como La ventana indiscreta o El tren de las 4:50, no por ello deja de presentar similitudes con “La chica del tren”. Es, de nuevo, otra obra esencial del cine de todos los tiempos. Se trata de Luz que agoniza (Gaslight), dirigida por otro de los grandes, George Cukor, en 1944. Basada en la obra de teatro homónima —en castellano, a diferencia de su versión cinematográfica, curiosamente mantuvo la traducción directa Luz de gas— de Patrick Hamilton publicada dos años antes. El argumento de esta película está centrado en el matrimonio encarnado por Charles Boyer, en el papel del marido supuestamente perfecto, y por la también supuestamente frágil y paranoica Ingrid Bergman.
Contando con Emily Blunt haciendo de Rachel, y dirigida por Tate Taylor, La chica del tren tendrá su estreno en las pantallas de todo el mundo en octubre de 2016. Si resistirá las comparaciones —tarea harto difícil— o cumplirá con las expectativas, únicamente el tiempo, y la recaudación, juzgarán.
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