Apuntes sobre la creación de Tinta y fuego (NdeNovela), una novela de Benito Olmo sobre el saqueo de libros perpetrado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
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Desde un primer momento tuve claro que Tinta y fuego debía ser una novela de aventuras, pero también un canto de amor a los libros, a las librerías y a las lecturas. Esto me obligó a profundizar en un asunto que siempre me ha fascinado y que, hasta aquel momento, me había limitado a observar de lejos y con un respeto rayano en la devoción: la bibliofilia.
Lo primero que hice fue echar mano de las fantásticas selecciones de Libros sobre libros que mi buen amigo Daniel Heredia realiza de forma ocasional. Les aseguro que no sólo tomé nota de las lecturas propuestas, sino que además disfruté vivamente muchas de ellas. Así descubrí los libros de Miguel Albero, que desgranan el negocio del libro antiguo con precisión y de forma muy amena. También algunas rarezas como Las confesiones de un Bibliófago, de Jorge Ordaz; La biblioteca en llamas, de Susan Orlean; El amante de los libros, de Charles Nodier; El Bibliótafo, de Leon H. Vicent; y naturalmente El infinito en un junco, de Irene Vallejo, que ya se ha convertido en un clásico.
Especial mención merecen los libros de Jesus Marchamalo, sobre todo Tocar los libros, un fantástico recorrido por las bibliotecas y manías lectoras de algunos grandes escritores que les recomiendo no perderse.
Por supuesto, a lo largo de este recorrido literario también hice hueco a la ficción. Los libros sobre libros siempre me han fascinado, por lo que fue un gustazo releer la tetralogía El cementerio de los libros olvidados, de Carlos Ruiz Zafón, a quien rindo homenaje en las páginas de Tinta y fuego. También disfruté mucho la relectura de El nombre de la rosa, de Umberto Eco, quien además fue un consumado bibliófilo y cuya biblioteca personal llegó a albergar mas de 30.000 libros, entre ellos auténticas joyas. Por eso, me permití hacerle este pequeño guiño en una conversación entre dos de los protagonistas de mi novela:
«—Las cosas nunca suelen ser tan complicadas, Greta. Que un bibliófilo asesine a otro para hacerse con ciertos libros y preservar su identidad es un disparate. Esto no es El nombre de la rosa, ni tú eres Guillermo de Baskerville.»
Otra novela que resultó ineludible fue El Club Dumas, de Arturo Pérez-Reverte, que leí con catorce años y que, casi 30 años más tarde, disfruté aún más que la primera vez. Las aventuras en torno al misterioso manuscrito de El vino de Anjou me volvieron a fascinar, sobre todo porque mis recién adquiridos (y escasos) conocimientos bibliófilos me permitieron valorar aún más la corte de secundarios que desfilan entre sus páginas. Coleccionistas, restauradores, libreros… Y en el centro de todo el inolvidable Lucas Corso, el cazador de libros por cuenta ajena de rasgos afilados y que siempre lleva una bolsa de lona al hombro, al igual que cierto personaje de Tinta y fuego.
Naturalmente, en mi novela quise distanciarme de esta obra para evitar paralelismos y malos entendidos. La sombra de Lucas Corso es muy alargada, de modo que mis personajes debían tener su propia entidad y luchar contra sus propios demonios.
Sin embargo, si hubo un libro que me ayudó más que ningún otro fue La Pasión por los Libros, de Francisco Mendoza Díaz-Maroto. No exagero si les digo que se trata de una auténtica enciclopedia bibliófila, en la que pude encontrar respuestas a prácticamente todas las cuestiones que me asediaron durante el proceso de escritura de Tinta y fuego. Lo encontré en una biblioteca cerca de casa pero, tras una primera lectura, me di cuenta de que necesitaba tenerlo a mano para llenarlo de marcas y anotaciones y poder echarle un vistazo cada vez que me asaltara alguna duda. No obstante, este ensayo se encuentra descatalogado y los pocos ejemplares que siguen en circulación son verdaderamente codiciados y difíciles de encontrar. Tuve que dedicar varios días a visitar librerías de viejo y a controlar algunas webs de libros de segunda mano, a la búsqueda de alguna oferta que me permitiera hacerme con un ejemplar a un precio razonable. De alguna forma, fue mi primera incursión real en el mundo de la bibliofilia, ya que conseguir ese libro se convirtió casi en una obsesión.
Finalmente, después de varias semanas, me hice con un ejemplar en muy buen estado a través de una librería de Toledo, aunque me van a permitir no decirles cuánto pagué por él.
Con la cabeza a rebosar de información y buenas lecturas, me vi preparado para comenzar mi ronda de librerías, coleccionistas y bibliófilos, una experiencia que resultó muy provechosa y que me permitió realizar algunos descubrimientos bastante sorprendentes.
Antes de este proceso de documentación, pensaba que la bibliofilia estaba íntimamente ligada al amor por la lectura y las buenas historias, pero nada más lejos de la realidad. A este respecto, no se diferencia demasiado de otras formas de coleccionismo y responde más a las pulsiones que mueven a unos y a otros que a una verdadera devoción por la palabra escrita.
He visto a libreros codiciosos doblar el precio de venta de un ejemplar en apenas una décima de segundo, al intuir el anhelo de un potencial cliente. También he conocido a tipos especializados en falsificar la firma de determinados autores, lo que les permite ofrecer ejemplares «únicos» que jamás pasarían la tasación de un experto, pero que los incautos adquieren con la ilusión de haber dado con una ganga.
He conocido a un tipo que una vez adquirió dos ejemplares de un mismo libro, sólo para que la competencia no se hiciera con él. Y me han hablado de un reputado bibliófilo de Valladolid que, un día, dio con una tirada completa de una obra muy difícil de encontrar. ¡Unos quinientos ejemplares! Al tipo no se le ocurrió otra cosa que destruir esa edición al completo, a excepción de un sólo ejemplar que se quedó para su colección, con el objetivo de que fuera único y, por tanto, más valioso.
¿Creen que esto es amor por los libros?
Yo diría que no.
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Autor: Benito Olmo. Título: Tinta y fuego. Editorial: NdeNovela. Venta: Todostuslibros.
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