Entrar en El edificio de piedra supone, como dice la propia autora en esta novela evocadora y exigente, asumir el reto de afrontar un laberinto, un viaje a través de las vidas de diversos personajes cuyas palabras encierran imágenes que atravesamos con la esperanza de hallar respuestas cuando, en realidad, solo vamos a encontrar nuevas preguntas.
La última de novela de Aslı Erdoğan (Estambul, 1967) presenta una arquitectura tan llena de galerías y pasadizos como el edificio que le da título, aunando lo lírico y lo experimental. Su primera mitad está compuesta por tres relatos protagonizados por tres mujeres en situaciones y contextos distintos que se niegan a convertirse en víctimas, luchando con las armas con que cuentan contra formas de opresión tan diversas como, a la vez, tristemente análogas. Sus historias anteceden a una segunda parte en la que, desde esa ciudad fantasmagórica que rodea al edificio de piedra y que hemos recorrido gracias a ellas, nos adentramos en una narración polifónica donde la violencia se erige como antagonista de las vidas que exploraremos a través de este espacio simbólico.
La autora juega en todo momento con la capacidad de sugerir gracias a una prosa esmerada y poética con la que erige un texto conscientemente alegórico —en ocasiones, con cierta tendencia a lo autoexplicativo—, en el que importan más las raíces y las consecuencias de los sucesos de su fragmentaria trama que los eventos en sí mismos:
Dejo los hechos, apilados como gigantescas rocas, a quienes les interesen las cosas importantes. Lo que a mí me atrae es solo lo que susurran entre ellos.
Ese susurro constituye el máximo aliciente y, a la vez, también la previsible dificultad de esta novela con ambición claramente literaria y en la que, en algunos de sus pasajes, la búsqueda de la cadencia poética propicia ciertas reiteraciones y subrayados que hacen que se extrañe, a cambio, un mayor desarrollo de esas vidas que, cuando se abren ante nosotros, no solo nos intrigan por cuanto ocultan, sino que también nos perturban por cuanto se denuncia.
Las metáforas y símbolos que sirven de cimientos a esta construcción alegórica apuntan a muchas de las cuestiones e inquietudes sociales habituales en la literatura de Aslı Erdoğan y, sin caer en un mensaje evidente ni simplista, le permiten denunciar la violencia institucional presente en ámbitos como el carcelario, el policial o el de los hospitales psiquiátricos, buscando en todos ellos las raíces de esa opresión estructural —y heteropatriarcal— que enfrenta a sus protagonistas tanto al medio en que habitan como a su propia realidad:
El muro que te separa de ti mismo es frío y húmedo, está completamente agujereado y lleno de palabras que han grabado miles de manos y que el tiempo y otros miles de manos han borrado.
La pluralidad de voces narradoras, en las que la autora despliega su habilidad saltando de la primera a la segunda persona, no solo es uno de los rasgos estilísticos destacables de esta novela, sino que contribuye a que, pese a cuanto nos oculta y omite, podamos seguir avanzando a través de su edificio, descubriéndonos a veces al otro lado de las ventanas desde donde podemos mirar lo que sucede dentro y, en otras ocasiones, buscando esas huellas íntimas en las palabras con que intentan contarse quienes quizá han escogido la poesía porque, despojadas de su libertad, se ven obligadas a inventar su propio lenguaje:
Ya has descifrado el significado de la melodía que llega de los muros, de las profundidades, de lo más hondo. “Déjame ir”, dice el coro de jóvenes muertos, lo dice continuamente, siempre lo mismo, siempre igual.
Un coro que, como escribe Erdoğan, quizá siempre diga lo mismo en diferentes tiempos y geografías, pero que, sin duda alguna, nunca lo dice igual. Un coro en el que, a lo largo de estas páginas donde la luz nace de la capacidad para no rendirse, sus integrantes no dejan de buscar formas de solidaridad —muy especialmente, de sororidad— y de resiliencia.
En esa naturaleza abierta y polisémica radica una de las mayores fortalezas de esta novela que sortea los límites convencionales del género narrativo, aunando el tono onírico con el trazo expresionista: «No me creen, piensan que el edificio de piedra es un sueño mío, ¿no?». Si su lectura nos sobrecoge es, precisamente, porque no importa cuánto deseemos creer que ese edificio al que nos dirigimos es una pesadilla: basta mirar con atención las piedras que lo construyen para tener que asumir su realidad. Y hasta su cercanía.
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Autora: Aslı Erdoğan. Traductor: Rafael Carpintero Ortega. Título: El edificio de piedra. Editorial: Armaenia. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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