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La alegría de leer

La alegría de leer

No sé qué hacer con los libros que me envían conocidos y desconocidos para que los lea. A pesar de que últimamente he leído aún más de lo habitual, se me acumulan en la mesa, querría leerlos, pero mis intereses me empujan hacia otros títulos. Leer por compromiso, leer para no parecer arrogante, leer por cortesía; sólo en una vida en la que sobra el tiempo es posible.

Y luego están los libros de amigos que, por el motivo que sea, encajan mal justo ahora en lo que me apetece o necesito leer. Me recriminan desde el montón en el que se apilan diciéndome: él/ella leyó y comentó tu último libro; él/ella te hizo un favor, ha sido siempre tan amable contigo.

Es verdad que podría ser más generoso. Pero es que leer un libro supone muchas horas, y hay tan pocas en el día…

"A veces, a la vista de cuánto escribo, me preguntan si soy muy disciplinado. La respuesta es que soy obsesivo"

Un día comenté a un amigo (¿he escrito ya esto en algún sitio?) que a veces, antes de acostarme, siento el deseo de que la noche haya terminado ya, de estar fresco inmediatamente para seguir haciendo cosas, de levantarme antes de haberme acostado con el entusiasmo de quien tiene una atractiva tarea por delante. Mi amigo respondió muy enfático: «Nunca, eso no me ha ocurrido nunca, ni una sola vez».

Me entristecí por mi amigo, porque pensé que eso sólo puede suceder en una vida donde la felicidad está ausente. Pero ahora me pregunto si no debería entristecerme por mí, por esta incapacidad para detenerme, olvidarme, respirar.

Uno de los pocos fragmentos de poema que escribí hace muchos años y todavía recuerdo es: «Mi corazón no conoce reposo / dudo que cuando descanse / sea en paz».

A veces, a la vista de cuánto escribo, me preguntan si soy muy disciplinado. La respuesta es que soy obsesivo. Sólo necesito la disciplina para obligarme a trabajar menos.

"Seguiré haciéndolo aunque me acabe convirtiendo en un escritor sin lectores"

He terminado una novela. Tengo muy avanzado un libro sobre la enfermedad de mi padre, más bien sobre nuestras relaciones, que probablemente nunca publique (demasiado íntimo, demasiado aterrador, no la enfermedad, yo), tengo ya unas decenas de páginas de un ensayo y de una novela, escribo para este blog y mi diario, algún que otro artículo, ahora colaboraciones puntuales con EPS. Y no se me pasan las ganas de escribir, seguiré haciéndolo aunque me acabe convirtiendo en un escritor sin lectores. Aunque, bien pensado, hay pocas actividades más patéticas que inundar el mundo de libros que nadie quiere leer.

Pasamos dos días en el congreso de la Fundación Caballero Bonald. Tengo la impresión de que el nivel de las mesas en los encuentros literarios es más alto que hace, pongamos, veinte años. Antes a menudo maldecía porque tenía la impresión de que los escritores españoles improvisaban simplezas, contaban anécdotas, no eran capaces de profundizar en nada. Es cierto que a menudo los organizadores de encuentros eran los primeros en pedirte que no fueses demasiado serio: que sea algo divertido, que entretenga a la gente, me dijo casi literalmente el organizador de un encuentro en el que participé, como si no hubiese oyentes hartos de que los entretengan, ávidos de escuchar, por fin, una charla que de verdad les descubra algo nuevo o que, al menos, los haga pensar.

Escuchaba los discursos de muchos compañeros latinoamericanos y me parecían, por comparación, brillantes, cultos, comprometidos con su trabajo y con la inteligencia del público.

"Me alegra apasionarme con frecuencia creciente por lo que leo"

Puede que mi recuerdo sea injusto, pero hoy creo percibir un aumento general del nivel intelectual y disfruto muchos encuentros, me siento orgulloso de participar en alguno de ellos, esos en los que mostramos más respeto a nuestro público y a nosotros mismos.

También leo cada vez con más interés a autores españoles. Después de décadas de sentirme mucho más atraído por autores extranjeros y de afirmar en entrevistas que la literatura española me parecía, en general, poco atractiva, me encuentro hoy con más libros —ficción, poesía, ensayo— que me interesan mucho. No sólo porque las generaciones más jóvenes tienen propuestas muy sugerentes, también porque los más mayores (algunos) han renovado su propuesta literaria. Me alegra apasionarme con frecuencia creciente por lo que leo (también porque es agradable no ser, por una vez, el antipático gruñón al que todo le parece mal).

"Siempre he sido escéptico ante quien dice que leer es revolucionario (o escribir) y que los gobiernos temen a ciudadanos que leen"

Desde el verano he leído, por ejemplo, libros que me han interesado muchísimo de June Fernández, Natalia Cerezo, Antonio Orejudo, Sara Mesa, Isaac Rosa, Marta Sanz… Yo creía que mi escepticismo generalizado ante lo que leía, nacional o importado, tenía que ver con mi envejecimiento, con esa sensación de haber leído tanto que casi nada me suena a nuevo, que no encuentro mundos novedosos en los que habitar. Pero a lo mejor lo que ha cambiado no es tanto la literatura como yo mismo: quiero creer que he recuperado la alegría y el entusiasmo que te permite no pasar por alto esos detalles que hacen de un libro una experiencia que no desearías perderte.

Aunque me surge una duda: tanto leer y tanto escribir, ¿no son formas de conformismo? ¿No exigiría una vida plena dedicar más tiempo a la acción que a la contemplación? Siempre he sido escéptico ante quien dice que leer es revolucionario (o escribir) y que los gobiernos temen a ciudadanos que leen. Por mucho que valore la literatura, pienso que los gobiernos no temen a quien se queda encerrado en su casa leyendo, sino a quienes salen a la calle a defender sus derechos.

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