El inicio famoso de Anna Karénina que ideó Tolstoi, ese que se refiere a las familias felices y a las infelices para aclararnos que son las tragedias las historias que merecen la pena ser contadas, ha sido denostado con contundencia en muy pocas ocasiones. Nos referimos a relatos que nos hablen de la alegría de vivir, algo que no van a retransmitir los hechos, ni la trama ni, lo diremos con atrevimiento, la psicología de los personajes. La alegría de vivir viene impuesta por el tono de la narración. El ejemplo más patente que se nos ocurre no viene de la mano de la literatura, sino del cine, y se titula Cantando bajo la lluvia. Esa misma alegría de vivir es la que contiene este libro de viajes, A Oriente por el norte, escrito por la que fuera mujer del famoso aviador Charles Lindbergh, Anne Morrow Lindbergh (Englewood, 1906 – Vermont, 2004). Nos relata la peripecia que fue viajar en avión desde Nueva York a China atravesando el estrecho de Bering por el camino. Y nos habla, con toda la inocencia que puede contener la literatura, sobre la libertad, que se iguala con tanta frecuencia con el vuelo, pero que aquí viene a significarse sobre todo por el descubrimiento. «No se trata de lo que nos pareciera Rusia, sino sus gentes, y a mí me gustaron», sostiene, y anuncia que esta es la réplica que está dispuesta a dar cada vez que le pregunten por ese país, una mujer que afirma, en una de las primeras páginas, que «El cuento de hadas de ayer es el hecho de hoy. El mago camina solo un paso por delante de su público».
Estamos en el inicio de la década de los 30 cuando emprenden este viaje, planificado con mimo, como deben planificarse siempre las aventuras, porque las aventuras hay que cuidarlas. Confiesa la autora que emprende el viaje con la mochila del desconocimiento, y a medida que avanzamos en la lectura nos damos cuentas de que posee uno de los grandes dones que hacen a la gente grande: las ganas de aprender. Así pues, lo que consigue transmitir es sorpresa. Y esta sorpresa la encontraremos mayormente en las escalas, no en los desplazamientos. La sorpresa vendrá por el estilo de vida de la gente con la que irá topando. Comenzando por esos habitantes de territorios que más parecen de exilio que vitales. Lugares inhóspitos donde las personas se apañan para vivir casi aisladas, lugares donde tendrá lugar lo inusitado, donde comprobaremos que llevar a los humanos al límite de lo humano no tiene que significar privarles de humanidad. Y luego vendrán los encuentros en Japón o China, culturas tan diferentes, educaciones tan distintas que se nos hace inconcebible la convivencia perpetua, pero sí la elaboración creativa a partir del encuentro.
Hay algún pasaje en el que se describen las vistas desde el avión o se atraviesan fenómenos meteorológicos, y algún momento en el que los protagonistas de la aventura debieron de pasarlo mal. Pero eso no impide que la impresión de belleza y de epopeya se imponga con alegría. Estamos frente a un relato en el que se nos habla de distancias y de culturas, pero en el que no existen las fronteras, ni las físicas, ni las geográficas ni las mentales. Estamos ante una autora agradecida por vivir, y eso, a su vez, lo agradece el lector. Será ella quien mejor lo exprese al inicio del libro: «Y es que, aunque suene paradójico, cuanto más irreal se vuelve una experiencia —traspuesta la acción real en palabras irreales, símbolos muertos de la propia vida—, más vívida resulta. Y no solo parece más vívida, sino que su núcleo esencial se esclarece».
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Autora: Anne Morrow Lindbergh. Título: A Oriente por el norte. Traducción: Blanca Gago. Editorial: Nórdica. Venta: Todos tus libros.
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Magnífico.
Buenos días:
Sí que es difícil encontrar ese espíritu que emana, según el comentarista, del libro en cuestión.
Gracias por la referencia.