«También mejoré la dicción de Jim, aligeré un poco la trama y retitulé el libro como ‘Las aventuras libres de términos despectivos y los viajes espirituales e intelectuales del afroamericano Jim y su joven protegido, el hermano blanco Huckleberry Finn, en busca de la familia negra perdida'».
El que habla en la anterior cita es Foy, uno de los personajes de la novela El vendido, de Paul Beatty (Malpaso, 2017). El personaje es un amago de líder de la comunidad negra que destroza los clásicos de la literatura estadounidense reinterpretándolos con un discurso políticamente correcto. En esta historia, pura sátira, su opuesto es el protagonista: Bombón. Él, siendo también negro, consigue mejorar la educación y eliminar la violencia en su barrio recuperando la segregación racial y la esclavitud. Todo ello en pleno siglo XXI, con Obama en la Casa Blanca.
El personaje que cae mal es el políticamente correcto, el héroe es un tipo que tiene un esclavo y pone carteles separando a negros y blancos en autobuses, escuelas, hospitales, etc. Así, resumida en un párrafo, sin contexto, esta novela merecería una acción coordinada de una ciberturba tuitera paleta contra su autor.
No hay que alarmarse, Beatty no es un racista defensor de la esclavitud, es un negro que utiliza el humor para retratar a la disparatada sociedad estadounidense. De su novela se deducen varias obviedades que estamos olvidando a golpe de discurso políticamente correcto. Una de las principales tiene que ver con el efecto somnífero que provoca la imposición de un relato social desinfectado. La desigualdad no desaparece bajo la alfombra de las palabras de moda, crece en silencio.
Si el lenguaje no reconoce la diferencia ni admite la historia, la sociedad se desactiva, cree que ha cumplido sus objetivos. Foy vive obsesionado por borrar las marcas del racismo en la ficción del pasado. Reescribe libros y oculta episodios con chistes racistas de La pandilla (amigos mileniales, esto lo vais a tener que mirar en Wikipedia). Lejos de mejorar su entorno, Foy lo narcotiza, ya que la radicalización de lo políticamente correcto elimina el debate y convierte en invisibles los verdaderos problemas.
Todos los días asistimos a linchamientos multitudinarios desde la ultracorrección que desembocan en titulares mediáticos centrados en qué ha dicho o ha dejado de decir un personaje famoso. La ciberturba y el perseguido se convierten en protagonistas mientras el verdadero problema a resolver pasa a ser un decorado al fondo. En la sátira de Beatty, cuando Bombón se pasa por el forro los convencionalismos y recupera la segregación racial en Dickens, el barrio se transforma y mejora. El cambio de discurso conlleva un cambio de agenda.
En la actualidad los vigilantes de la corrección política ya han superado al personaje satírico de Foy en El vendido. Esperemos que a nadie se le ocurra recuperar la esclavitud, latigazos incluidos, para hacer de contrapeso.
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