El Premio Goncourt es uno de los galardones más importantes en la literatura francesa. Desde 1903 el jurado se reúne en Chez Drouant, en París, para deliberar ante un almuerzo que a buen seguro supera los diez euros que figuran en el cheque que se entrega al ganador del galardón. Este premio ya incluye nombres como Simone de Beauvoir, Mathias Énard o Marguerite Duras y, el pasado 2020, recayó sobre Hervé Le Tellier, miembro del Oulipo, un instituto literario que aboga por la innovación literaria. El hecho de que un premio tan importante recaiga sobre una novela como La anomalía es una buena muestra de la evolución literaria y del apoyo a la innovación, y es que La anomalía es precisamente eso, una anomalía literaria.
La novela comienza con un vuelo comercial entre París y Nueva York en el que nos presentan poco a poco a distintos pasajeros, que incluyen matrimonios, un escritor, un cantante o un piloto enfermo, que ve cómo su vuelo se ve atrapado por una inclemencia temporal. Hay gente que comienza su vida, otros la están cambiando, y alguno está sopesando si cambiarla o vivir en un estado conformista. Hasta aquí todo normal. Pero a partir de esa premisa el autor juega con la realidad, las relaciones, las decisiones y la propia vida en un enredo entre los propios personajes que se ven enfrentados a sí mismos de la forma más literal posible para poner sobre el tapete la condición humana de cada uno. Y el último jugador es el lector. Porque entre la ciencia y la ciencia ficción hay una barrera que salta por los aires en las primeras páginas para comenzar una carrera en la que el lenguaje y la filosofía van de la mano sin que sea apenas perceptible para quien se ve inmerso en la vorágine imaginativa de Le Tellier. Adentrarse en sus páginas es aceptar las reglas del juego, y Le Tellier escribe para mostrar al lector, que tiene la mala costumbre de observar la escena escrita como si se tratara de una suerte de dios de esta ficción condensada en unas trescientas páginas, que el hombre es capaz de no dar la respuesta ni siquiera a quien observa. Y ese mérito, a buen seguro criticado por muchos, es el que hace que la novela sea un juego sobresaliente. Porque el lector, acostumbrado a ganar y encontrar al asesino en la última página (tranquilos, aquí no hay asesinos), cree que es un simple mirón en este baile de tiempos y decisiones sin saber que ha tenido la clave de todo desde el principio, firmada por uno de los personajes. Sucede entonces que llega a un final preconcebido sin tener en cuenta que el libro es propiedad de quien lo compra pero siempre va a pertenecer a quien lo escribe y, en este caso, el autor hace uso de esa máxima para utilizar la costumbre del ser humano y dejar un game over que poco o nada tiene que ver con el clásico The End que estamos acostumbrados a encontrarnos.
La anomalía es divertido, es original, recuerda en algunos momentos a títulos de éxito, para alejarse rápidamente de los caminos tomados por dichos títulos, y embauca al lector para seguir página tras página buscando la resolución imposible a un hecho que, sin darse cuenta, ha aceptado como “real”. Y una vez nos ha convencido de ello nos coloca la realidad por delante para decirnos «¿qué esperabas?». Es un libro que se lee rápido en un plano y se reposa en otro. O lo que es lo mismo: nadie se salva de subir en ese avión, aunque ni siquiera se haya dado cuenta del momento en el que lo hacía. Y es, sobre todo, una muestra de que siguen quedando muchas historias que contar y muchas maneras de hacerlo. Tantas como plumas sigan rasgando el papel.
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Autor: Hervé Le Tellier. Título: La anomalía. Traducción: Pablo Martín Sánchez. Editorial: Seix Barral. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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