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Un fantasma recorre el mundo, un pánico atenaza miles de corazones, un temor desmantela infinidad de sueños: es el miedo de los hombres que quieren vestirse bien, pero no se atreven.
Hoy traigo un mensaje de esperanza para los hombres que sufren en silencio por no poder vestirse como desean: no tengáis miedo porque la hora del cambio ha llegado.
Recordemos al joven senador Barack Obama, que en su carrera a la presidencia de Estados Unidos pronunció estas palabras en Chicago:
Esta noche quiero dirigirme a aquellos que aún no se han unido a este movimiento, pero tienen un deseo de cambio. Saben que las cosas pueden hacerse mejor, pero tienen miedo y dudan que pueda lograrse. A todos ellos les digo que el cambio no llegará si esperamos a otra persona o a otro momento. Nosotros somos aquellos que estamos esperando. Nosotros somos el cambio que buscamos.
Hombres del mundo, vosotros sois el cambio que estáis esperando. Una vida nueva os espera de gracia, distinción y donosura, pero no os será dada sin esfuerzo. Tendréis que batiros por ella, y no solo hoy o mañana, sino todos los días de vuestra existencia.
Nunca olvidéis que la elegancia es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos: con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre. Por la elegancia, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el mayor mal que puede venir a los hombres es el de estar mal vestido.
Caballeros, el cambio no será fácil, porque no es solo una cuestión de dinero, sino que requerirá una nueva mentalidad, espíritu de sacrificio y un renovado sentido de la audacia. ¡La audacia de la elegancia!
El cambio no será fácil, pero empieza con una simple palabra: “NO”. ¡No a los pantalones de tiro bajo, no a las camisas con bolsillo, no a los logotipos, no al nudo Windsor, no a los trajes termosellados, no a la estafa del oversize, no a las solapas minúsculas, no al cutrerío y al poliesterazo!
El cambio no será fácil, pero continúa con otra simple palabra: “SÍ”. ¡Sí a los pantalones de tiro alto, sí a los tirantes, sí a las camisas de cuellos generosos, sí a la entretela de crin de caballo, sí a la zampa di gallina y al after dinner split, sí a los tejidos naturales y a las corbatas shantung! Y por encima de todo, sí y mil veces sí a Italia, nuestro paraíso terrenal, el único país del mundo en el que los hombres se atreven a vestirse mejor que las mujeres. Todos los hombres elegantes, dondequiera que se vistan, son ciudadanos de Italia. Y por eso, como hombre elegante, me enorgullezco de poder decir: “Io sono italiano”.
Tengo un sueño: que todo hombre, de cualquier condición y pelaje, se eleve y viva plenamente el significado de nuestro credo. Un credo sencillo, pero donde hallamos las certezas fundamentales de las que nunca debemos abdicar: “Mantenemos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres han sido creados iguales; que han sido dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la elegancia”. Ha llegado, pues, el momento de dar un paso adelante, de comenzar a recorrer el camino hacia la mejor versión de nosotros mismos.
Hoy nos hemos reunido aquí, en el parque Eduardo VII de Lisboa, para reivindicar la grandeza del dandismo. Y no es casualidad que estemos congregados precisamente en este sitio, pues Eduardo, príncipe de Gales y después rey de Inglaterra, fue uno de los mayores dandys de la historia. Fue él quien inició la costumbre, después convertida en ley inquebrantable, de dejar, tanto en el chaleco como en la chaqueta, el último botón desabrochado. Poco importa que lo hiciera porque estaba gordaco y le apretaba la ropa. Lo primordial es que a esas pastas de más que se tomaba con el té de las cinco les debemos una de nuestras principales señas de identidad: un toque de sprezzatura al que no podemos ni queremos renunciar. Por eso hoy, en el parque que lleva su nombre, alcemos nuestros pasteles de nata y engullámoslos de un bocado en memoria de aquel rey gordinflón que nos legó el último botón desabrochado. Repetid conmigo:
¡De un solo bocado
por el último botón desabrochado!
Caballeros, ya no hay marcha atrás. Ante el espíritu de Eduardo, que anida en este lugar, conjurémonos para librar la batalla por la elegancia hasta el final. Será una ardua tarea, pero no podemos decaer ni fallar. Nos vestiremos bien en las playas, en los campos, en las calles. ¡Nunca nos malvestiremos! Porque prefiero morir elegante que vivir desarreglado.
Una y otra vez se pondrá a prueba la firmeza de nuestro propósito, pues nos hallamos inmersos en una gran contienda entre el fast fashion y el estilo genuino. Por ello, en los momentos de flaqueza, tengamos siempre presentes a Eduardo y a todos los dandys que nos precedieron. El mundo apenas notará o recordará lo que aquí digamos, pero jamás olvidará cómo ellos se vistieron. Ahora somos nosotros, los vivos, quienes debemos continuar la hermosa labor que ellos iniciaron. Resolvamos, pues, firmemente que aquellos hombres no se acicalaron en vano, que el mundo asistirá a un renacer del dandismo, y que una elegancia del pueblo, por el pueblo, para el pueblo, no desaparecerá de la faz de la Tierra.
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