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La ascensión al Mont Ventoux, de Francesco Petrarca

La ascensión al Mont Ventoux, de Francesco Petrarca

El ascenso al Mont Ventoux (Provenza francesa) por parte del poeta Petrarca, en compañía de su hermano Gherardo, constituye un episodio extraordinario para la historia del alpinismo. Parece que tan extraño impulso tuvo por deseo imitar la ascensión de Filipo V de Macedonia al monte Hemo de Tesalia, una ascensión narrada por Tito Livio, con la excusa de contemplar los mares Adriático y Euxino.

En Zenda reproducimos la Introducción que Eduardo Martínez de Pisón ha escrito a La ascensión al Mont Ventoux (La Línea del Horizonte), de Francesco Petrarca.

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I

Alrededor del Mont Ventoux

El Mont Ventoux o Monte Ventoso —nombre derivado probablemente de Mons Ventosus, aunque también hay otras posibles raíces toponímicas— es un destacado macizo calcáreo de los Alpes provenzales. Aislado y prominente, alcanza los 1.912 metros de altitud, con sus flancos cubiertos por vegetación, principalmente mediterránea, pero con una cumbre desnuda, rocosa, que resalta por su blancura. Azotada la cima por el viento mistral, a lo que algunos atribuyen su nombre —entre ellos el mismo Petrarca—, se abre a amplias y célebres vistas sobre su entorno. Aunque más conocido por ser una meta ciclista, tiene valores naturales de especial interés, por lo que está en la actualidad declarado como Reserva de la Biosfera, encontrándose inmediato a varios dominios boscosos y cercano también al Parque Natural de las Baronnies.

Es posible que la consideración erudita de este texto de Petrarca como inicio de la actitud moderna ante el paisaje proceda del libro de Jacob Burckhardt La cultura del Renacimiento en Italia, que se editó en 1860. Se encuentra justamente en un capítulo titulado «Descubrimiento de la belleza del paisaje», en el que afirma: «Los italianos son los primeros entre los modernos que han percibido el paisaje como un objeto más o menos bello y han encontrado un goce en su contemplación», remitiendo al lector a lo expresado en el Cosmos de Alejandro de Humboldt. Es decir, a un libro geográfico. Porque Petrarca, además, era geógrafo, cuestión básica para entender correctamente por qué ascendió a un monte para mirar el panorama.

Por un lado, dice Burckhardt, «el goce de la naturaleza fue para él la más anhelada compañía de toda labor intelectual»; y, por otra parte, conocía «la belleza de las formaciones de las rocas» y distinguía «la significación plástica de un paisaje y su utilidad». No obstante, «la emoción más profunda y honda que experimenta es […] su ascensión al Mont Ventoux. […] Escalar un monte, sin un designio práctico determinado, era algo inaudito para las gentes que le rodeaban». Y señalaba, además, un importante precedente con resonancias literarias: la ascensión de Dante al Bismantova.

Tengo muy vivo el recuerdo de mis primeras lecturas, a mediados del siglo pasado, sobre el espíritu del montañismo. Entonces empezaba yo a escalar y me nutría intelectualmente con todo lo que encontraba sobre las razones culturales de tal pasión. Los autores de aquellos escritos, que poseían con frecuencia sólida información y buen estilo, recurrían al relato de Petrarca sobre su ascensión al Mont Ventoux en sus Cartas familiares (Familiarium rerum libri, iv, I, «Ad Dyonisium de Burgo Sancti Sepulcri ordinis sancti Augustini…») como el origen literario de las crónicas alpinistas y del arranque del sentimiento moderno de la montaña y, con él, de la voluntad de subir a las cumbres. Luego, esta interpretación se ha repetido numerosas veces. O también, aunque con menos énfasis montañero y más acento paisajista, se ha acudido al resto de sus expresiones de afinidad con la naturaleza como síntomas de un significativo y temprano cambio cultural en Europa sobre la percepción literaria del entorno, que enlazaría la Edad Media con el Renacimiento.

En esta línea, por ejemplo, Charles Gos, que publicó el año 1944 en Neuchatel su precioso libro L’Époppée alpestre, introducía en un cuadro sinóptico sobre la evolución del sentimiento de la montaña y dentro del apartado «Nacimiento del alpinismo», ya en el siglo xiv, a Petrarca en el Mont Ventoux. Aunque tal monte, añade, es de fácil ascensión y de cota moderada, «no hay que olvidar la época» de tal escalada, ni la destacada personalidad de su escalador; pero, sobre todo, tal hecho es trascendente porque se trataría de una reacción nueva, subjetiva, en busca de la resonancia de un estado del alma.

También en la enciclopédica obra La Montagne, dirigida por Maurice Herzog, que apareció en 1956, se decía que «Dante y Petrarca son los que dan a la literatura alpestre [medieval] sus credenciales de nobleza». Y añadía: «las almas heridas van a pedir consuelo y olvido a la paz de los montes. Esta nota aparece ya en Petrarca». De modo que, cuando este subía al Mont Ventoux el 26 de abril de 1336 «iba a aquellas alturas en busca de la paz interior». Llama la atención, por otro lado, que en mes tan temprano no encontrara nieve en la parte superior de su ascenso a la cumbre.

Hubo, además, un libro tan breve como excelente en esta bibliografía, la Introducción a la montaña, de Giuseppe Mazzotti, editada su traducción al español en 1952, que dedicaba un capítulo a los «presentimientos poéticos» que adelantaron la cultura de la montaña en Europa y mencionaba entre ellos primero a Dante y luego a Petrarca, «quien también tuvo muy despierto el gusto por la naturaleza alpina». No pasaba de ahí, pero estaba claro que nadie podía dejar de citar a Petrarca como clave remota del espíritu alpinista. Incluso Enrique Herreros, que era, aparte de conocido humorista y cineasta, montañero, escribió hace tiempo en la revista Peñalara que fue Petrarca quien encontró y expresó «el placer de andar, de cansarse».

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Autor: Francesco Petrarca. Título: La ascensión al Mont Ventoux. Traducción: Iñigo Ruiz Arzalluz. Editorial: La Línea del Horizonte. Venta: Todos tus libros.

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