Una leyenda impregna las calles de Sevilla: la joven conversa Susona sale cada noche al encuentro de su amado caballero Nuño de Guzmán. Pero estamos en el siglo XV y las historias de amor entre judíos y cristianos no están permitidas. La escritora Andrea D. Morales reconstruye en esta novela una de las leyendas más conocidas de la capital andaluza.
En este making of, Andrea D. Morales narra el origen de La dama de la judería (Ediciones B).
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Entre las laberínticas callejuelas que conforman la judería sevillana hay una pequeña plazuela conocida como la plaza de las Cadenas debido a las columnas que la decoran y que quedan unidas con ristras de eslabones. Justo allí reposan dos mosaicos, en uno figura una calavera con el nombre de SVSONA, en el otro reza:
«En estos lvgares, antigva calle de la mverte, pvsose la cabeza de la hermosa Svsona Ben Suzón, qvien por amor a sv padre traicionó y por ello atormentada dispvsolo en testamento».
Así se narra la desdichada historia de la bella Susona, una célebre leyenda que a día de hoy sigue congregando a los turistas que se acercan a escuchar al guía que allí se detiene. A todo el mundo parece gustarle esa historia de amor y traición en la Sevilla de finales del siglo XV, quizá porque tiene elementos de lo más seductores: una joven muchacha judeoconversa, un caballero cristiano desconocido, un amor imposible, una conspiración secreta y un final tormentoso.
No fue hasta principios de marzo de 2020 cuando decidí que quería novelar aquella leyenda. Mi interés no residía en el asentamiento de la Santa Inquisición en Sevilla y su consiguiente auto de fe, en la posible conjura conversa o incluso en la historia de amor en sí misma —aunque reconozco que esto último siempre me encantó—. Lo que en realidad me atrajo y empujó a la escritura fue lo que yo consideraba que era una injusticia para con la figura de Susona, pues se había decidido que la traición de esta era mayor que la del noble caballero cristiano que, a su vez, la había traicionado a ella, pese a que de forma objetiva ambos habían sido responsables de las muertes acaecidas. Esta leyenda ejemplifica que, incluso en aras del amor, las mujeres reciben una punición tan brutal y devastadora que arrastra sus nombres mancillados a la posteridad.
Y es ahí donde empezó mi trabajo.
Concebí esta novela no solo como una historia con un matiz shakesperiano, dado su evidente final. Quería que tuviera una fuerte carga simbólica así que volqué en ella el peso de la simbología medieval, utilizándola como si se tratara de un personaje más, pues está presente en todo momento al igual que lo estaría un comensal en un rico banquete. Así, cuando Susona porta ropajes verdes se alude directamente a la volatilidad intrínseca de dicho color, que se degrada con suma facilidad y, por ende, demuestra la volubilidad en el sentimiento de los jóvenes amantes, un amor pasajero. Lo mismo sucede cuando Nuño viste calzas amarillas, el color de la mentira, siendo esto un preludio de los engaños que brotarán de su boca.
Esta misma técnica la observamos en pasajes en los que la pareja se recuesta bajo la sombra de un árbol que en el medievo se percibe como “árbol maldito” y presagia un mal augurio, o en la corona de rosas que Susona entrega a Nuño de Guzmán y que es símbolo del amor cortés.
A menudo me gusta pensar que este es uno de los puntos fuertes de La dama de la judería, el significado que subyace en muchos fragmentos.
Para la elaboración del libro tuve que sumergirme en un estudio que hasta entonces me era ajeno, dado que mi especialidad es la historia de género en al-Ándalus, singularmente del s. VIII al XI. Por tanto, adentrarme en el reino de Sevilla en 1480 suponía alejarme completamente de todo lo que me era familiar e indagar en fuentes que, al no ser musulmanas, me eran extrañas.
Durante el proceso de documentación recurrí a la obra de Diego Ortiz de Zúñiga, los Anales ecclesiásticos y seculares de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla que contienen sus mas principales memorias desde 1246 hasta 1671, además de al cronista Andrés Bernáldez y su Historia de los Reyes Católicos. En general, consulté a los cronistas del periodo de doña Isabel y don Fernando con el fin de obtener más datos sobre lo acaecido en ese momento en Sevilla y la supuesta conjura conversa de 1480, es decir, Hernando del Pulgar, Diego de Valera…
Para otros asuntos ilustrados en la novela, como es la magia femenina medieval que era el aojamiento, opté por el Tratado de fascinación o de aojamiento del marqués don Enrique de Villena y El manifiesto de los secretos del coito. Un manual árabe de afrodisiacos de al-Shayzari. Del mismo modo, en lo referido a la belleza y los cosméticos hay distintas obras que explican la fabricación de afeites, pócimas y ungüentos, como el Tratado de muchas medicinas o curiosidades de las mujeres, de Manuel Dies de Calatayud y el ya mencionado de al-Shayzari. Por último, no quería no citar el excelente Tratado sobre la demasía en el vestir, calzar y comer de fray Hernando de Talavera, confesor de la reina doña Isabel.
Ha sido un proceso de investigación y escritura arduo que quiero creer redunda en beneficio de la novela y se refleja en cada una de sus páginas. Al final, la intención de La dama de la judería no es solo extender la leyenda que todavía pervive indemne en las calles de Sevilla sino también revalorizar la época medieval y acercar al público elementos que no solo se basen en célebres acontecimientos históricos, como guerras y política.
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Autora: Andrea D. Morales. Título: La dama de la judería. Editorial: Ediciones B. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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