Antes de nada, un aviso: mi admiración por Leila Guerriero es militante desde que leí su perfil de Idea Vilariño en El Malpensante. Luego, gracias a su libro Los suicidas del fin del mundo, entendí que la verdad del periodismo estaba en el silencio. Un periodista no habla. Quizá pregunta, pero sobre todo escucha, observa, recibe.
En Opus Gelber: Retrato de un pianista, Leila Guerriero fija su atención en un excéntrico pianista argentino al que no le gusta hablar de música. Un tipo acostumbrado a contarse a su manera, con sus frases ya hechas, sus anécdotas mil veces ensayadas y su público siempre fiel (un amigo, un alumno, una empleada) a modo de claque particular. Un hombre ante un público.
Leila le visita durante meses, fascinada. Le escucha, sí, pero también se deja atrapar porque es mortal: y es que Bruno, acostumbrado a ser araña de su red, necesita información para atrapar el entorno y controlarlo.
Y le di una respuesta irresponsable: le dije la verdad.
Eso dice Leila al principio, cuando aún no sabemos nada. Casi muda, atenta como solo sabe estarlo ella, Leila escucha, observa, recibe.
El humor feroz, las réplicas indóciles, el laberíntico retorno a temas inquietantes.
Bruno Gelber es un tipo inteligentísimo y cariñoso. Es, también, un manipulador.
Una máquina que irradia deleite, estupor, embeleso, curiosidad, burla, asombro, goce, perfidia. Pero nunca turbación, pero nunca duda, pero nunca jamás nostalgia.
La periodista atenta se observa también a sí misma. Y lo admite sin darse importancia ni protagonismo, como lo que es, un hecho:
Sin tener idea de hacia dónde voy, avanzo.
Pronto estaré en su telaraña.
La literatura es belleza y observación. La literatura es este libro preciso, de adjetivos exactos, de reconocimiento del otro. Porque Leila Guerriero, en su atención, incluye la empatía: intenta entender a este hombre extravagante que sufrió polio de pequeño y apenas camina, que desde los cinco años dice tener un solo novio: el piano.
…estudiar, estudiar, estudiar, hundir la música en el cuerpo hasta ser, todo él, el primero de Brahms, el cuarto de Beethoven, el tercero de Rachmáninov, insuflado de melodías brutales para terminar, una vez tras otra, bestialmente abandonado por ellas.
Bruno Gelber es aficionado a un juego rayano en la crueldad: un juego de preguntas excesivas, secas e hirientes como balas. Sus invitados suelen darle más información mientras él repite el relato que se ha construido.
Ha dicho que le gusta cultivar el arte de la conversación. Que parece ser, muy a menudo, el arte del descuartizamiento. En cualquier caso: un arte.
Quiere cómplice a la periodista, la quiere en la red.
Camino hacia el subte pensando en su rostro cuando me hacía preguntas con voz narcótica. Era el rostro de alguien tranquilo, concentrado y, a la vez, anhelante: el rostro de alguien que busca una revelación y tiene la esperanza de encontrarla en otro.
Su rostro, cuando toca el piano, es otro.
Es el rostro de alguien que contempla un cosmos de belleza inaudita o una bendición sideral o un epigrama que contiene el deslumbrante sentido de todo. El rostro de un devoto, de un raptado por el éxtasis, de un condenado, de un profundamente enloquecido.
Bruno se da a la entrevista y también se contiene. ¿Quién es Bruno cuando está solo, sin periodista, sin amigos, sin público? Eso es lo que no sabe nadie y lo que no sabe Leila después de tanto tiempo.
No hay nada que intentar. Solo hay que irse.
El lector y la narradora se van a la vez. Queda la belleza, queda la atención, queda Bruno Gelber.
Un piso alto. Un hombre solo. Un piano.
—Todo el día, todo el día, todo el día.
Después, todo se desvanece como si no hubiera sucedido.
Por suerte, estaba Leila Guerriero de testigo.
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Autora: Leila Guerriero. Título: Opus Gelber: Retrato de un pianista. Editorial: Anagrama. Venta: Amazon
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