En esta ocasión retrato a una persona muy interesante, más allá de que su obra tenga un talento indiscutible. No me interesa tanto la faceta literaria o cultural de Alfonso, sino que me interesa la que me llamó la atención para poder hacerle este reportaje: la humana.
Alfonso, una persona repleta de experiencias, se sabe manejar tan bien en las «altas esferas» de la literatura como en un poblado chabolista, es un trabajador y soñador inagotable. La gran capacidad que tiene para saber adaptarse a cada entorno por el que transcurre su vida es una sencilla y a la vez gran virtud —muy difícil de conseguir o entrenar— llamada naturalidad, esa llave que le abrió y le sigue abriendo a día de hoy puertas aparentemente inaccesibles, donde se maneja con gran soltura de manera innata. Es una persona entrañable, curiosa, divertida, carismática y cariñosa, empaquetada en un tío de no más de 70 kg que son puro nervio, amante infatigable de su mujer, Bárbara, y sus dos hijos.
Por todo esto quería huir de la foto del autor con sus libros y su mundo literario; eso me daba igual, él ya tiene solvencia suficiente para mostrar ese perfil fuera del postureo cultural. Me interesaba el Alfonso humano, y qué mejor manera de hacerlo en este reportaje junto a su gran amiga Saba, una labradora de pelo negro como el azabache de dos años de edad, con la misma energía que él y con un carácter muy similar: bondadosa, alegre, despierta y libre.
Espero que disfrutéis de este reportaje sincero y humano, donde se ve más a la persona que al escritor, y donde se pone en valor una vez más que si la persona no es interesante, poco puede ofrecernos su prosa.
Para saber más sobre Alfonso:
Nacido en Madrid en 1983, Alfonso Javier Ussía ha trabajado en la industria musical, como road manager de artistas como Antonio Vega, antes de fichar en EMI Music como A&R, trabajando en discos de Luz Casal, Enrique Bunbury, Macaco, Dover, Camela, El Arrebato, Mota, Falling Kids, Conchita, Antonio Vega, Bunbury & Vegas… en Capitol Francia o Bertín Osborne. Tras su paso por EMI, Alfonso comenzó a escribir en prensa, tanto escrita como digital, publicando en los principales medios y revistas sobre música, historia y literatura.
Tras fundar dos empresas, una discográfica y otra editorial, y fracasar estrepitosamente en las dos, Alfonso trabajó en diversos sectores para pagarse deudas y poder afrontar, libre de causas, una carrera literaria que comenzó con la novela Cuento del Norte y siguió con Vatio, novelas que han recibido una crítica excepcional. Actualmente inmerso en su tercera novela, prepara una serie de televisión basada en un trabajo que verá la luz muy pronto y acaba de fundar la editorial Coba Fina, marca bajo la que pretende reunir su prosa y alguna sorpresa que prepara para este fin de 2021.
Nos recomienda este libro a los lectores de Zenda:
Recomiendo Memorias de un poeta asesino, libro escrito en 1836 por un reo bastante especial, poco antes de pasar a la inmortalidad tras ser declarado culpable por asesinato y estafa. El libro tiene dos lecturas muy distintas: por un lado trata un asunto espinoso y real, como es la confesión de ciertos crímenes en los albores del paseo, pero realmente me enganchó la dualidad del personaje, una especie de bipolaridad manifiesta que lo hace tremendamente literario y que me conquistó al descubrirlo. En su día fue una revolución en la prensa, puesto que no era común del todo que la delincuencia fuese llevada a cabo por un hijo de la burguesía con dotes literarias, pero así fue. Hasta la fecha, o al menos eso pensaba Lacenaire, los crímenes estaban considerados “hechos de baja estola”, es decir, que las clases con ciertos recursos y no sólo materiales sino más bien intelectuales, no debían encontrar en las fechorías sus escenario de juego. Pero tiene un grado de absurda manipulación, de aceptación moral en la cabeza de este asesino y golfo, que no era más que eso. Mantiene la misma manera de relacionarse con la sociedad de La conjura de los necios, aunque aquí el penoso soñador Ignatius se convierte en un literato guillotinado, porque vive convencido en la facilidad del crimen como estilo de vida.
Tiene también un punto divertido, porque fue un caso que la prensa siguió a diario y sirvió de inspiración para los monstruos de la época como Flaubert, quien lo denominó “el primer hombre moderno”, Stendhal, o hasta el mismísimo Dostoievski, quien se inspiró en «el caso Lacenaire” para redactar Crimen y castigo.
Aquí describe de esta forma tan dura y natural a la vez el estado de calma: “El hombre es feliz cuando en la naturaleza nada hay ya que pueda conmoverlo. Cuando al abrigo de los remordimientos sabe dormir sin miedo y sin esperanza. Cuando a la espera del momento que lo libere puede contar lo que le queda de vida. Y después, a la luz de una lúgubre antorcha, componer cantando un libro, como epitafio para su tumba. Él es feliz, cuando en su hora postrera, puede abrir un ojo sereno sin encontrarse a una madre que llora, ni a un amigo que aprieta su mano…”.
Hay que tener un par de vainas para escribir eso así. Es quijotesco, es auténtico y también es un poco gilipollas, por lo que cumple con creces los requisitos para ser un buen autor.
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