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La biblioteca de Borja Ortiz de Gondra

La biblioteca de Borja Ortiz de Gondra

Conocí a Borja retratándole para una entrevista que le hizo en esta casa la compañera Raquel Jiménez, hace algunos años.

Tiempo después volvimos a coincidir, y le propuse visitar su casa en pleno corazón de Madrid, frente al parque de El Retiro, para hacer este reportaje.

Pasamos un rato muy agradable, hablando sobre amigos en común y su metodología de trabajo.

Para saber más sobre Borja:

Borja Ortiz de Gondra (Bilbao, 1965), tras estudiar dirección escénica en la Real Escuela Superior de Arte Dramático (Madrid) se trasladó a París, donde trabajó como ayudante de dirección en grandes teatros públicos franceses. Años después, de regreso en España, se consagra como dramaturgo al ganar, entre otros, los premios Marqués de Bradomín, Calderón de la Barca o Lope de Vega.

El estreno de su primera obra teatral se produce en 1999 en el Centro Dramático Nacional. Desde entonces, no ha dejado de presentar sus obras regularmente en teatros de España y América Latina; algunas de ellas han sido traducidas al alemán, checo, finés, francés, griego, húngaro, inglés, italiano, portugués o rumano: Duda razonable, Memento mori, El barbero de Picasso o Dedos (vodevil negro).

Se ha convertido además en un reputado adaptador de clásicos españoles (El burlador de Sevilla, para la Compañía Nacional de Teatro Clásico) y traductor de autores anglosajones y francófonos (Martin Crimp, Eugene O’Neill, Joe Orton, Michel Azama o Fabrice Murgia).

También cabe destacar su labor de enseñanza de escritura teatral en la Sala Cuarta Pared de Madrid, donde se han formado muchos de los dramaturgos españoles de las nuevas generaciones

Sus últimas obras se inscriben en el campo de la autoficción teatral, con una trilogía sobre su propia familia: Los Gondra (una historia vasca), Premio Max a Mejor Autoría Teatral 2018, Los otros Gondra (relato vasco), Premio Lope de Vega 2017, y Los últimos Gondra (memorias vascas). Las tres obras fueron presentadas conjuntamente en el Centro Dramático Nacional en otoño de 2021.

En la actualidad vive a caballo entre Madrid y Nueva York. En 2021 publicó también su primera novela, Nunca serás un verdadero Gondra, y en 2022 fue escritor residente en la Santa Maddalena Foundation.

En el campo audiovisual, está escribiendo una serie de televisión con el director Sergio Cabrera para Secuoya Studios y ha vendido los derechos de su obra teatral Duda razonable, que se convertirá en película en 2024, dirigida por Norberto López Amado y producida también por Secuoya Studios.

Nos recomienda estos libros a los lectores de Zenda:

Recomiendo L’art du roman, Les testament trahis y Le rideau (Folio), de Milan Kundera

En castellano, están publicados como El arte de la novela, Los testamentos traicionados y El telón (Tusquets).

A quienes habitamos el mundo de la literatura sin ningún diploma académico relacionado con las letras no nos abandona nunca el síndrome del impostor. Siempre sentimos que carecemos de formación, herramientas teóricas o recursos técnicos; en suma, que somos unos charlatanes intrusos cuyos libros dejan ver nuestras carencias. Y tratamos de adquirir eso que nos falta precisamente de los escritores que admiramos.

Yo me diplomé en montones de cosas, ninguna de ellas relacionada con estudios literarios: licenciatura en derecho, máster en derecho de las Comunidades Europeas, diploma de traducción inglés-francés, certificación en traducción jurídica, diploma en dirección de escena. Si llegué a la literatura fue por una necesidad práctica: como director teatral, no encontraba las obras que deseaba poner en escena, y me lancé a escribirlas. La primera vez que publiqué una de ellas, sentí que era una osadía por mi parte, y traté de estudiarme los manuales de escritura dramática que pude encontrar. Craso error: de poco me sirvieron aquellos recetarios de fórmulas para escribir la “obra perfecta” porque en lugar de llevarme de la mano a encontrar mi propia voz, lo que me proponían era escribir a la manera de sus autores; perfecta, tal vez, para escribir obras naturalistas de corte americano influidas por las estructuras del guion cinematográfico, pero inútiles para la nueva dramaturgia que algunos estábamos tanteando en los años 1990.

Mi primera novela fue un empeño titánico que me llevó catorce años e innumerables borradores. Cuando la comencé, vivía en Nueva York, cuyas librerías estaban atiborradas de manuales sobre cómo escribir un best-seller en diez días; gracias a Dios, para entonces ya había aprendido a evitarlos y busqué orientación en los únicos estudios que me han servido para algo: un curso de la New York University titulado “Fiction reading for fiction writers”. En él, leíamos cada semana una novela sobresaliente por algún aspecto técnico (descripción, diálogo, personajes, estructura, etc.) y desmenuzábamos el modo en que su autor había trabajado ese recurso. Creo que esto me reafirmó en la idea que se ha convertido en una obviedad: la única manera de aprender a escribir es leyendo, leyendo, y leyendo; de preferencia, la mejor literatura. Pero hay que leer con ojos de detective, lápiz en mano, a la caza de aquellas soluciones que algún día podrían servirnos en nuestras dificultades. Al fin y al cabo, los escritores que nos han precedido son como hermanos mayores que a veces te tienden la mano para que te subas a sus hombros y tomes impulso a fin de encontrar tu camino propio.

Y no hay mano tendida como la de los novelistas que han reflexionado sobre su oficio y han compartido su viaje personal. Yo me he hecho muy adicto a esos libros híbridos en los que escritores que admiro abren las puertas de su estudio y muestran al lector la trastienda del oficio, el modo en que se han enfrentado a las dificultades o las preguntas que se hacen sobre el sentido que puede tener escribir hoy. Curiosamente, muchos de esos libros nacieron como conferencias, que luego han sido recogidas y ampliadas en forma impresa; quizás porque muchas veces la reflexión teórica nace por invitación del mundo académico, pero luego vuela libre cuando el escritor se apropia del tema impuesto por una cátedra y se aleja del formalismo universitario para entrar de lleno en el misterio de la creación. Citaré algunos de los que más he disfrutado: Viajes con un mapa en blanco y La traducción del mundo, de Juan Gabriel Vásquez; Aspects of the novel, de E. M. Forster; El punto ciego, de Javier Cercas; Hand to mouth, A Life in Words y Why write? de Paul Auster; Cartas a un joven novelista, de Mario Vargas Llosa.

A los lectores de Zenda me gustaría recomendarles tres de Milan Kundera que estoy leyendo actualmente: L’art du roman, Les testament trahis y Le rideau. En puridad, casi podría decirse que constituyen un único libro dividido en tres volúmenes, porque todos ellos son recopilaciones de ensayos, entrevistas, discursos o conferencias, en las que Kundera fue destilando su visión de la novela contemporánea refiriéndose continuamente a su propia experiencia de escribirlas. Él mismo explicó al comienzo del primero el sentido de esta empresa: “¿Debo acaso insistir en que no tengo la más mínima ambición teórica y que este libro no es sino la confesión de un ‘practicante’? La obra de cada novelista contiene una visión implícita de la historia de la novela, una idea de lo que es la novela: es esta idea de la novela, inherente a mis novelas, la que he procurado dejar hablar”. Y así, a lo largo de las 700 páginas que reúnen las tres obras, Kundera vuelve una y otra vez, desde ángulos y perspectivas distintos, a las obsesiones que han conformado su universo narrativo y los escritores con los que dialoga continuamente, iluminándolos con su perspicacia: Cervantes, Kafka, Broch, Rabelais, Hemingway o Dostoyevski; pero también a compositores de música cuyas estructuras han influido en su arte de componer novelas: Janáček, sobre todo. Son libros para leer de a poco, degustándolos, dejándose convencer por sus reflexiones o peleándose con ellas, porque cada capítulo está plagado de ideas provocadoras sobre el arte de la escritura que incitan al debate. Sirvan de ejemplos estas dos: “A menudo, una novela no es, a mi parecer, otra cosa que un largo perseguir algunas definiciones escurridizas”; “Componer una novela es yuxtaponer diferentes espacios emocionales y en eso consiste, en mi opinión, el arte más sutil de un novelista”. Y si uno es admirador de Kafka, el análisis agudísimo sobre el motivo por el que se ha comprendido tan mal su obra y la disección iconoclasta de sus principales libros son una fiesta de la inteligencia que abre caminos nuevos para releerlo con ojos limpios de la interpretación tradicional.

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