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La biblioteca de Ignacio del Valle

La biblioteca de Ignacio del Valle

Hace unas semanas retraté a Ignacio en su casa del barrio de Salamanca, en Madrid, ante una de sus bibliotecas, llena de clásicos y de ediciones del siglo pasado.

Aquí puedes ver algunos de los retratos que hicimos y saber más acerca de su trabajo y trayectoria.

Para saber más sobre Ignacio:

Ignacio del Valle (Oviedo, 1971) vive en Madrid desde hace más de veinte años.

Es autor de la serie de suspense histórico protagonizada por Arturo Andrade y formada por El arte de matar dragones, El tiempo de los emperadores extraños —que fue llevada al cine por Gerardo Herrero (Silencio en la nieve, película con Juan Diego Botto y Carmelo Gómez estrenada en 2012)—, Los demonios de BerlínSoles negros, Los días sin ayer y Cuando giran los muertos. 

Asimismo ha escrito las novelas De donde vienen las olas, El abrazo del boxeadorCómo el amor no transformó el mundoBusca mi rostroÍndigo marCoronado y el libro de relatos Caminando sobre las aguas.

Sus obras han sido traducidas a varios idiomas. Mantiene todos los lunes una tribuna de opinión en el diario El Comercio y colabora con El Viajero de El País, entre otras publicaciones. Desde 2010 dirige la sección cultural Afinando los sentidos en La brújula de Asturias, de Onda Cero Radio.

Actualmente Ignacio está en la gira de promoción de su última novela, Cuando giran los muertos (Algaida), Premio Ateneo de Sevilla 2021.

Nos recomienda a los lectores de Zenda:

La Anábasis, o el mejor manual de autoayuda.

Hace 2400 años diez mil mercenarios griegos se vieron obligados a hacer una retirada a pesar de haber ganado la guerra. Aparte de las circunstancias, que no vienen al caso, nosotros tenemos la enorme fortuna de que un hombre (escritor, general y discípulo de Sócrates), Jenofonte, narrase la épica de este hecho en un libro titulado Anábasis (La retirada).

Fieros y disciplinados, los griegos recorrieron de regreso a casa todo un imperio enemigo, el persa, casi cuatro mil kilómetros, acosados en todo momento hasta lograr alcanzar las colonias griegas en la actual Turquía. Jenofonte nos regala un tratado de inteligencia, cómo sobrevivir en entornos hostiles, bien utilizando la violencia explícita, la negociación, el chantaje, la amenaza o el engaño. Realmente es impresionante. Momentos en que hace descarnadas declaraciones de principios: “Nosotros, los mercenarios, nunca tenemos gloria, solo botín». Periodos de desmoralización que se remontan a base de soberbios discursos: “Mientras estéis juntos y seáis tantos, seréis respetados».

Escenas que recuerdan directamente a El Padrino, cuando los griegos, para obligar a un pueblo a darles mercado para comer, les recuerdan que tienen conocimiento de otro pueblo adversario que sabría perfectamente qué hacer con diez mil aliados extranjeros, dicho esto con tono Corleone. Traiciones brutales, como cuando los persas prometen la paz y en las negociaciones ejecutan a todos los estrategas griegos, obligando al resto a elegir nuevos comandantes. Las distintas maneras de organizar las falanges militares en pasos de montaña o en campo abierto para no quedar nunca desguarnecidos. El uso directo del terror cuando capturan prisioneros persas y los descuartizan, dejándolos en el camino de sus perseguidores a fin de comerles la moral. Las triquiñuelas (tan del gusto de Odiseo), cuando el negociador persa les anuncia que «si no se mueven habrá paz, si se mueven habrá guerra. ¿Qué le comunico al rey, paz o guerra?», y los griegos responden para ocultar sus intenciones: «Pues eso, que si ve que nos movemos que declare la guerra, y si ve que nos mantenemos quietos que declare la paz».

Se describen costumbres, comidas, vestimentas, bailes, paisajes de las distintas naciones que cruzan (los kurdos siempre han estado ahí y siempre han sido belicosos). Momentos estéticos, como cuando algunos griegos se desnudan para ungirse con aceite de oliva. Ríos, montañas, desiertos, siempre en retirada, hacia el mar salvífico, hasta que, de repente, se escucha una voz que encuentra su eco en todo un ejército: ¡Thalassa, Thalassa!, ¡el mar, el mar! Estamos en casa.

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