Conocí a Juanma Lamet a través de Edu Galán en una reunión con amigos. Meses después me lo encontré junto a Antonio Lucas. Tanto Edu como Antonio me hablaron maravillas de él, y no se equivocaban.
Pasamos un rato muy agradable charlando sobre rap (del que es un gran entendido), amigos en común y libros.
Un lujo tenerle por aquí.
Para saber más sobre Juanma:
Nacido en Sevilla en 1983. Redactor de política del diario El Mundo, donde mantiene además una columna informativa semanal. Es analista en La 1, Telecinco, La Sexta, 24H, Telemadrid y Onda Madrid. Escribe columnas de opinión sobre música en Rockdelux.
Nos recomienda este libro a los lectores de Zenda:
Yo los libros, como los discos, los coloco en la biblioteca por estilos, no por orden alfabético, fechas, editoriales o extravagancias de ese tipo. Puestos así, van conformando una suerte de eslabonamiento de lecturas que se relacionan entre sí, de tal manera que una te lleva irremediablemente a otra, y así sucesivamente. Una biblioteca tiene que ser también un escalafón, y no debería existir otra jerarquía en el mundo que el buen gusto. Por eso tengo una balda entera dedicada a Salvador Dalí.
Si recomiendo Diario de un genio es por dos motivos fundamentales. El primero, para reivindicar que Dalí era un grandísimo escritor. El segundo, para defender la ficción como estadio supremo de la libertad de expresión. En un momento en el que el Séptimo de Puritanía se abalanza sobre el genio de Figueres para “cancelarlo” —tras pinchar en hueso con Picasso—, estas páginas dan mejor cuenta que ningún otro documento de la potencia creadora del Dalí escritor y del verdadero alcance de sus boutades. Sus segundas memorias son la prueba definitiva de que para Dalí no existe otra aproximación posible al hecho real y autobiográfico que la ficción más o menos paranoico-crítica. Sólo así se destila la cara surreal (y por tanto verdadera) de los acontecimientos —digamos— fácticos de la vida del pintor ampurdanés.
Diario de un genio, publicado en 1983, recoge el dietario que el artista escribió entre 1952 y 1964. Es un viaje agudo, deslavazado y brillante alrededor de la mente de Dalí. Es también un zapping de genialidades escritas maravillosamente bien, a fogonazos, en el que Dalí afronta el retrato de su cotidianeidad como si de una obra más de tratase. Si La vida secreta de Salvador Dalí (1942) suponía la declaración definitiva de principios vitales y artísticos del autor (es su mejor libro), Diario de un genio explora su lado más excéntrico y lenguaraz. La lectura de ambos testimonios ha de partir de una premisa que ahora olvidan los ofendidos de mente literal: Dalí ficcionaba en parte su vida.
Hay que leer a Dalí para entender a Dalí. O mejor dicho, para asimilar a Dalí. Sólo entrando en su juego estroboscópico de imágenes epatantes —y sin duda marketinianas— alcanza uno a entender el proceso de mutación que lo llevó de la vanguardia al hiperrealismo. De azote de los “putrefactos” cursis al catolicismo de envoltura ambarina. De El gran masturbador a Corpus hypercubus. Del anarquismo al monarquismo. De la rebeldía a la mística. Yo reivindico los 50 y 60 de Dalí a pesar de los pesares. A pesar de su aproximación cínica a Franco. Sólo alguien atiborrado de prejuicios se atrevería a difamarlo llamándolo franquista: Dalí fue fundamentalmente un oportunista. Y un provocador juguetón, a veces ácrata y a veces no. Y siempre fue antifascista, como concluyeron los mayores expertos académicos en el congreso Dalí siglo XXI.
No hay nada que descubrir sobre el Dalí pintor, que ahí está y estará, por los siglos de los siglos, en el Olimpo de la pintura española y mundial. Le pese a quien le pese. Pero sí conviene reivindicar aquí y ahora al Dalí que escribía a mano, sin ortografía y calzado con unos zapatos de charol que le apretaban terriblemente. “El doloroso constreñimiento que ejercen sobre mis pies tiene la virtud de acentuar al máximo mis facultades de orador”, escribe al inicio de Diario de un genio. “Siempre voy de uniforme de Dalí”, remata más adelante.
Dalí desparrama por estas páginas “sus pensamientos, sus tormentos de pintor sediento de perfección, su amor por su mujer, el relato de sus extraordinarios encuentros, sus ideas estéticas, morales, filosóficas y biológicas, que arrancan a la vez de su experiencia surrealista y de su reacción contra este movimiento literario que le habría devorado de haberse sometido humildemente a él”, como escribe Michel Déon, de la Academia Francesa, en la introducción. Dalí nos abre en canal su pasión por Gala, por Freud, por Nietzsche o por su adorado Vermeer, encumbrado en una deliciosa tabla comparativa de los mayores pintores de la historia. Y dedica un capítulo legendario y desopilante al estudio de las flatulencias y de los grandes “pedómanos” de la humanidad, como San Agustín, “que conseguía ejecutar partituras enteras” a golpe de ventosidad.
En un apunte agosteño de 1953, Dalí resume todo su afán vital y literario: “Siento que voy reuniendo la valentía que aún me falta para convertir mi vida heroica en una obra maestra. Lo lograré después de no haber dejado ni un instante de ser un héroe”. Ésa es la enseñanza central del libro: Dalí quiso ser su gran obra. Y vaya si lo fue: “¿Cómo puedo dudar de que todo lo que me ocurre es extremadamente excepcional?”.
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Me ha encantado esa reivindicación de la obra de Dalí.
Dalí y Cela se parecían mucho. Eran genios que hacían de su vida un espectáculo.