Si con cada novela el lector aprende algo más de la condición humana, su capacidad de asimilar ese conocimiento y de integrarlo a su interpretación del mundo dependerá de su interiorización del texto, de la forma en que entre en resonancia con éste. La utilización de lugares específicos en la descripción de la acción hace que el lector los reconozca cuando los reencuentra en la realidad: el contenido del texto vuelve entonces a su mente para seguir transformándole, más allá del tiempo dedicado únicamente a la lectura. La novela interiorizada le asalta y actúa como un déjà vu, demostrando que vivimos tantas vidas como libros leemos.
Sin memoria, todo aprendizaje de la naturaleza humana obtenido gracias a la novela resulta inútil. En la novela histórica, el autor recupera esa memoria y la adereza con buenas dosis de ficción para crear un relato atractivo, que atrape al lector. Utiliza determinada época como el necesario contexto para desarrollar una trama, que discurre entre importantes hechos históricos, destacando personajes que vivieron los hechos de primera mano. La arquitectura permite mostrar escenarios que todavía existen en la actualidad, gracias a los cuales el lector puede orientarse e incluso interactuar. Porque cuando las localizaciones citadas pueden ser visitadas, la magia opera y da lugar a una lectura inmersiva. La literatura ofrece entonces una nueva vida a edificios en desuso o convertidos en meros museos, cuyo único leitmotiv es ser observados por visitantes que, la mayoría de las veces, no son siquiera capaces de apreciar su verdadera esencia.
Es el caso del castillo de If, esa fortificación del siglo XVI erigida en una pequeña isla frente a Marsella, utilizada como cárcel y visitada en la actualidad por quienes quieren ver y tocar el lugar en donde fue encerrado Edmundo Dantés, antes de convertirse en el conde de Montecristo, el protagonista de la célebre novela de Alejandro Dumas. Una vez allí, descubrimos un inesperado museo dedicado al autor y una teatralización del espacio: entramos en la celda de Dantés y vemos con nuestros propios ojos el túnel que la comunica con la del abate Faria, gracias al cual pudo escapar. La ficción se transforma en realidad y la realidad se transforma a su vez para acercarse a la ficción. Se crea entonces una inspiradora ilusión: vemos cosas que nunca sucedieron, pero que nos permiten soñar, hacen volar nuestra imaginación y nos devuelven al texto. Como un trampolín en el que cada salto es un viaje de ida y vuelta entre la literatura y la arquitectura.
Y ahí fue donde tomé impulso para empezar mi tesis. Donde dejé de recorrer los hexágonos de la Biblioteca infinita de Borges, en los que arquitectura y literatura han interactuado en incontables ocasiones, en función de cada autor y oportunidad presentada, para estudiar en detalle un caso concreto: cómo un mismo autor se sirve de la arquitectura y cómo la relaciona con cada trama. Un autor francés, además, al que puedo acercarme sin el filtro de la traducción, desde mi lugar de residencia, en Francia. El castillo de If inspiró a Dumas, pero no fue el único apoyo arquitectónico del que se sirvió para ambientar El conde de Montecristo. Además, Dumas demostró su amor hacia la arquitectura en muchas ocasiones, como en la construcción de su propia casa, el denominado Château de Montecristo o de su propio teatro, el Théâtre Historique. Pero, ¿cómo acercarme a tan vasta obra, que comprende más de seiscientos títulos? Si el punto de partida estaba claro, con El conde de Montecristo y su inspirador castillo de If, necesitaba completar el plan de acción con otros ejemplos significativos.
En la obra de Dumas destaca un caso excepcional: la historia más extensa que ha escrito, contada a lo largo de unas cuatro mil páginas, ordenadas en tres novelas que relatan las peripecias de sus protagonistas durante unos cuarenta y cinco años, lo que nos permite apreciar, mejor que en ningún otro libro, su evolución, así como su relación con la arquitectura. Se trata de la llamada trilogía de los Mosqueteros, compuesta por Los tres mosqueteros, Veinte años después, cuyo título hace referencia al lapso temporal con la primera, y El vizconde de Bragelonne, cuya acción empieza diez años después de la segunda y se desarrolla durante nada menos que trece años. Cada una de las novelas está intencionadamente alejada de las demás, recurso del que se sirve Dumas para apoyarse en señalados hechos históricos y profundizar en la personalidad de los protagonistas, que vemos cambiar con el paso del tiempo. Es un caso único en la obra de Dumas, que permite ver cómo el tratamiento de la arquitectura cambia con los mismos personajes y comparar cómo dicho recurso espacial es utilizado en distintos contextos. A partir de localizaciones reales en donde sucedieron los hechos históricos que motivan cada trama, el autor se toma ciertas licencias y proyecta curiosos espacios, con mecanismos y guiños que incluso se repiten de un libro para otro.
En todos ellos, como en tantos ejemplos de la Biblioteca infinita, la realidad inicial, el mundo objetivo, es el punto de partida para crear el texto literario: el autor construye escenas cuya traducción espacial depende de cada lector, de su imaginación y de su bagaje cultural, lo que da lugar a una realidad literaria, a un mundo subjetivo. La interacción entre ambos mundos, entre la realidad inicial y la realidad literaria, da lugar a un tercero, a una realidad modificada, un mundo híbrido, fruto de la transformación cultural experimentada por el mundo objetivo, el punto de partida.
Es un viaje de ida y vuelta: la realidad alimenta a la ficción, que a su vez nos proporciona las herramientas necesarias para ver la realidad con otros ojos. Esta simbiosis entre ficción y realidad es entendida como un elemento creador, ofreciendo un primer atisbo de respuesta a la pregunta que planteo con mi tesis: ¿qué puede aportar la literatura a la arquitectura? Y de una forma concreta: ¿qué influencia tiene la literatura de Dumas en la arquitectura?
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