Apuntes sobre la creación de Tinta y fuego (NdeNovela), una novela de Benito Olmo sobre el saqueo de libros perpetrado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
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A lo largo de la Segunda Guerra Mundial, los ladrones de libros camparon a sus anchas por toda Europa y el saqueo literario se extendió con la rapidez de una cangrena. En su empeño por hacer el mayor daño posible a sus enemigos, Alfred Rosenberg prestó especial atención a colecciones y bibliotecas muy concretas, ya fuera por su importancia a nivel simbólico o por el valor económico de su contenido.
En Roma se encontraban dos de las bibliotecas judías más importantes de Europa: la Biblioteca del Colegio Rabínico y la Biblioteca de la Comunidad Judía de Roma. En cuanto el ejército alemán sometió a la ciudad, Rosenberg envió a sus hombres a inspeccionar ambas colecciones, ubicadas en la Sinagoga de Lungotevere De’ Cenci. En esta ocasión no habría selección de títulos y las órdenes eran expoliar estas dos bibliotecas en su totalidad.
Según los testigos, dos miembros del ERR se presentaron en la biblioteca y examinaron la colección con sumo cuidado. Uno de ellos era Johanes Pohl, uno de los hombres más apreciados por Rosenberg, de quien ya hemos hablado anteriormente. El periodista y crítico literario Giacomo Debenedetti describió aquella desagradable visita de la siguiente manera:
«Un oficial alemán examinó la colección como si se tratara de un delicado bordado. Acarició los papiros e incunables y pasó las páginas de los manuscritos y la ediciones raras. Su cuidado y atención eran proporcionales al valor de cada ejemplar. Sus ojos brillaban como los de un lector que sabe lo que busca y ha dado al fin con un pasaje deseado o un par de líneas reveladoras. En sus elegantes manos, aquellos viejos libros parecían gritar como si estuvieran siendo sometidos a una cruel tortura».
Estaba claro que aquellos tipos sabían lo que hacían. La directora de la biblioteca, Rosina Sorani, relató en su diario que, tras examinar la colección, uno de aquellos oficiales se dirigió a ella: «Mañana vendremos a por los libros. Si falta uno solo, lo pagará con su vida».
Obviamente, también hubo héroes en Roma.
La propia Rosina Sorani, acompañada de otros bibliotecarios y voluntarios, se introdujo en la sinagoga al caer la noche y puso a salvo todos los libros que pudo, trasladándolos a la cercana Biblioteca Vallicelliana. Allí escondieron muchos ejemplares valiosos, disimulados entre los libros que ya colmaban aquella colección, en una lucha contrarreloj en la que arriesgaban algo más que sus vidas: era una batalla desigual por poner todos aquellos libros a salvo de los saqueadores.
Aún así, no fue suficiente.
En octubre de 1943, dos enormes trenes llegaron a la ciudad y fueron estacionados en las proximidades de la Sinagoga de Lungotevere De’ Cenci. Los soldados comenzaron a cargar la Biblioteca del Collegio Rabinico y la Biblioteca de la Comunidad Judía ante los ojos desesperados e impotentes de Rosina Sorani y sus compañeros.
En diciembre de 1943, ambos trenes partieron de Roma rumbo de Alemania, donde pasarían a engrosar la fastuosa biblioteca que Alfred Rosenberg estaba construyendo.
Sin embargo, uno de los trenes nunca llegó a su destino.
El tren que contenía la Biblioteca de la Comunidad Judía de Roma desapareció. Se esfumó, y su destino sigue siendo un misterio a día de hoy. Hablamos de una colección de más de 7.000 ejemplares, entre los que se incluían miles de incunables, primeras ediciones y manuscritos de los primeros judíos sefardíes de España. El valor de esta biblioteca es incalculable, y no solo por la rareza de su contenido, sino también por las aciagas circunstancias que ocasionaron su desaparición.
Tanto es así que, en 2002, el gobierno italiano creó una comisión para que investigara el paradero de la Biblioteca de la Comunidad Judía de Roma y averiguase qué había sido de ella. Esta comisión, dirigida por el experto Tadeo Tedeschi, trabajó durante nueve años examinando informes, entrevistándose con bibliotecarios y testigos y moviéndose sobre el terreno. Sin embargo, no consiguieron dar con la biblioteca, aunque emitieron un informe muy completo que debería sentar las bases para que, en el futuro, una nueva comisión de investigación pueda dar con la biblioteca.
El informe final de esta comisión es público, así que pueden consultarlo AQUÍ.
Aunque Tedeschi y sus hombres no dieron con el paradero de esta colección, llegaron a algunas conclusiones muy interesantes.
La primera de estas conclusiones es que la biblioteca no fue destruida. No hay constancia de que ningún bombardeo destruyera un tren de mercancías en las fechas señaladas. Es decir, que la biblioteca tuvo que llegar a algún lugar.
La siguiente conclusión es que el tren nunca llegó a Frankfurt, su destino más probable, dado que allí se encontraba el Instituto de Estudios de la Cuestión Judía, donde los libros saqueados eran enviados e inspeccionados.
La Biblioteca de la Comunidad Judía podría estar en cualquier parte, pero después de nueve años tras su pista, los investigadores han conseguido reducir su paradero a dos posibilidades:
—Rusia: Tal vez, el tren que contenía esta colección fue conducido a Berlín. Cuando el Ejército Rojo tomó la ciudad, encontraron la biblioteca y se la llevaron con ellos. Es una opción improbable, pero que vale la pena explorar.
—Silesia: Cuando los bombardeos aliados arreciaron, Frankfurt se convirtió en un objetivo prioritario. Esto llevó a Rosenberg a trasladar los libros saqueados a unos almacenes situados en esta pequeña región al sur de Polonia, donde habrían permanecido hasta el día de hoy. Cabe la posibilidad de que el tren desaparecido pusiera rumbo a Polonia, lo que según los investigadores es la opción más plausible.
Como saben, Rusia y Polonia son dos países especialmente herméticos, cuyos gobiernos no se molestaron en colaborar con la comisión dirigida por Tadeo Tedeschi. La Biblioteca de la Comunidad Judía de Roma debe de languidecer en uno de esos lugares, a la espera de que alguien dé con ella. Tal vez se encuentre abandonada en los sótanos de algún palacete, en un almacén herrumboso, o puede que en los aposentos de un bibliófilo muy celoso de su intimidad y que se sabe en posesión de algo que mucha gente desea.
No sé a usted, pero a mí la idea de una biblioteca perdida y de un grupo de aguerridos bibliotecarios que se dejan la piel por encontrarla, siguiendo pistas por toda Europa que la mayoría de las veces conducen a callejones sin salida y sorteando las trabas burocráticas que encuentran en su camino, me resulta fascinante. Está claro que aún quedan tesoros ahí fuera, a la espera de que alguien dé con ellos. De hecho, yo mismo viajé a Polonia y realicé mis propias pesquisas en pos de esta biblioteca perdida, si bien mis escasos recursos no me permitieron llegar muy lejos.
Por ese motivo, la búsqueda de la Biblioteca de la Comunidad Judía de Roma aparece en Tinta y fuego, y no de forma tangencial, ya que espoleará la imaginación y las ansias de los protagonistas y los hará embarcarse en una «búsqueda del tesoro» en la que, se lo digo con total franqueza, me lo he pasado en grande.
A día de hoy, el paradero de la Biblioteca de la Comunidad Judía de Roma sigue siendo un misterio. ¿Estará en Rusia? ¿En Polonia? ¿O tal vez en otro lugar?
En Tinta y fuego me permito deslizar una tercera teoría, más probable cuanto más pienso en ello.
Ahora es el turno de los lectores.
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Autor: Benito Olmo. Título: Tinta y fuego. Editorial: NdeNovela. Venta: Todostuslibros.
La biblioteca de la Comunidad Judía de Roma se encuentra en nuestra patria. El tren que la transportaba fue astutamente desviado a Francia, tras algunas paradas intermedias, y desde allí a la frontera a traves de la estación de Canfranc, que atravesó de forma secreta y huidiza una noche a principios de enero de 1944, con la aquiescencia del personal de la estación y de algunas autoridades españolas, relacionadas con la cultura y la comunidad sefardí. Las pistas de esta historia y del destino final de la colección se encuentran en la Biblioteca Nacional en Madrid. Hasta ahí puedo contar…