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La bravura del amor

La bravura del amor

La historia que relata el narrador de Brujería empieza con una doble pregunta que podría armar cualquier novela, o será que todas las novelas podrían contener la respuesta a cada una de esas cuestiones. La primera, “¿qué nos retiene en un sitio?”; la segunda, “¿por qué nos quedamos al lado de alguien?”. El resto de relatos ya son los que vienen generados por las preguntas previas a estas dos, algo así como “¿qué nos hace escoger un sitio? ¿Por qué elegimos estar al lado de alguien?”. Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) hace que el narrador Diego Duocastella (o Dídac de Castellar) construya parte del territorio que el escritor ha ido trazando a lo largo de los años en esa suerte de biombo narrativo que son sus novelas, con personajes que entran y salen, que piden paso y que, con suerte, logran apropiarse de un nuevo volumen autónomo de la obra en marcha que es este proyecto literario tan ajeno a modas como tan apegado a quien es Gonzalo Torné, desde Hilos de sangre y Divorcio en el aire a Los años felices, pasando por El corazón de la fiesta. Y no divaga, o eso dice Diego, sino que va al grano, al verano en el que conoció a Laura Pons.

"Todo es una opción, no una prioridad, sino una especie de tinderización de nuestro catálogo de elecciones diarias"

Tras siete años entre Ferrara y Mantua, Diego, que llevaba casi una década fuera de Barcelona, regresa a la Ciudad Condal tras haber aceptado la propuesta de dirigir el nuevo Museo de Memoria Contemporánea de la ciudad. Pero antes recala en lo que él llama el Poblet, un pueblo de la costa norte catalana con muchas concomitancias con el Cadaqués en el que recalaba la plana mayor y menor de lo que todavía se conoce como la Gauche Divine —aquí droite divine de “apellidos antiguos, miserias largas”—, la misma que hoy siguen poblando los descendientes de aquellas estirpes privilegiadas. Todo lo que relata va dirigido a otro cogollito de amistades que le sirve de narratario, al tiempo que convierte al lector en privilegiado receptor ilusorio de lo que se nos proponía como una historia sin divagaciones. No habrá que culparle, pues bien pronto se nos advierte de que “conocerse lleva mucho trabajo, así que me conformaré con la sospecha de que en lo sustancial la vida íntima de las personas es idéntica, que solo varía la espuma de las emociones”. Una variante que parafrasea a la sentencia de Octavio Paz que reza que todas las historias de amor son esencialmente iguales, que lo que cambia es la forma de contarlas. Es lo que hace el ilustrado Diego Duocastella, y lo que hace ulteriormente Gonzalo Torné, avisado por la prosa de figuras tutelares como las de Henry James, Virginia Woolf, Pierre Choderlos de Laclos o Iris Murdoch.

"Novela de melancolías controladas y de nostalgias evidentes, Brujería prospera a partir de trucos de magia blanca"

Ya se sabe que el aburrimiento estimula la aventura. Diego parece ver en lo que él llama burlescamente el Cogollito de Mayo una fuente de diversión, o al menos de evasión. Aunque lo cierto es que el pequeño colectivo de frivolidades aburguesadas pronto quedan ensombrecidas, o desvanecidas por mejor decir, debido a la aparición de los Pons en ese pueblo costero de la infancia del desapasionado Duocastella, pero también libre, soltero, despreocupado y sin responsabilidades familiares. Esos Pons son Julio, un emprendedor de origen humilde, y Laura, de familia adinerada. Tres hijos por descendencia y una cuñada enigmática, sobre los que planea el insoslayable cruce entre el deseo y las ambiciones, o lo que es lo mismo, entre el irrefrenable juego de las posibilidades de vivir otras vidas y la forma de llevarlas a cabo sin descalabro económico, porque el descalabro emocional viene de fábrica cuando se entra en la rueda de las alternativas vitales. En el fondo, se trata de ciertas actitudes ante el subterfugio del compromiso sin amarres (que no es compromiso), en un tiempo en el que la ausencia de Dios en el horizonte y la inevitabilidad de la muerte convierten el juego de las relaciones de amor —de pareja, de amistad, de familia…— en una ruleta cínica sin la autenticidad que justificaría nuestro paso por la tierra con la que tratar de aplazar la sensación de finitud que a cualquiera aflige de un modo u otro. En este orden de cosas, todo es una opción, no una prioridad, sino una especie de tinderización de nuestro catálogo de elecciones diarias, sean en el ámbito que sean. De ahí que Gonzalo Torné mencione que “hoy disponemos de más formas posibles de vida que nunca”, con el consiguiente vértigo que ello supone. Algo así como “sentir nostalgia amable por vidas que podríamos vivir y no hemos podido porque se no se puede vivir todo”, añade el autor en lo que es una nueva vuelta de tuerca al mundo de ficción al que ya nos tenía acostumbrados.

Novela de melancolías controladas y de nostalgias evidentes, Brujería prospera a partir de trucos de magia blanca, en esta ocasión gracias a la preponderancia del discurso dialogado y a una querencia por la frase bien trabada y mejor resuelta (“Las farolas de Montjuïc desprendían una luz de sudario sobre la vegetación domesticada”). Al tiempo, Torné hace con su novela lo que hace el enamoramiento con las personas: convencernos de que el ser amado se sale de lo corriente, de que es único, el momento en el que nos alcanza “el fuego del verdadero, el que nos mezcla con la otra persona y nos cambia la vida.” Como no podía ser de otro modo dada la naturaleza de lo que se nos cuenta, hay aquí también un retrato del conflicto entre la moral restrictiva y los impulsos naturales de difícil resolución. La escritura trata con su brujería de resolver ese conflicto convertido en enigma. Dejarse seducir por la trama construida por Torné podría ser una de sus posibles resoluciones del misterio. Lo que no será es una pérdida de tiempo.

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Autor: Gonzalo Torné. Título: Brujería. Editorial: Anagrama. Venta: Todostuslibros.

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