Propone Gómez Bárcena en El cielo de Lima contar una broma bastante reconocida, que tuvo a dos jóvenes limeños como hacedores y al insigne Nobel moguereño JRJ como objeto de la misma. Se enmarca esta historia contada tan gustosamente, como otras bromas dentro de la literatura: la broma nabokoviana de Pálido fuego; también se puede entender como broma las cultas anotaciones borgianas de ciertos tratados, así como La broma infinita de Foster Wallace, que enfatiza las notas al margen como cuerpo de descargo del relato principal, dudando el lector ya en qué parte se encuentra de la broma. Bárcena, por su parte, nos despliega los pormenores de esta boutade y nos abre el enfoque para una mayor visualización de la historia global.
Célebre broma literaria es el Quijote de Avellaneda, cómo de una obra espuria y espínof de la más grande novela de todos los tiempos, se hace realidad y se transforma la segunda parte del Quijote con cambio de derrota incluida en la narración cervantina. El espejo frente al espejo convierte lo falso en verdadero.
Así nace la muy sensible señorita Hübner, Georgina Hübner, poetisa, no poeta, finisecular a comienzos de siglo, decimonónica en un incipiente siglo XX que se cartea con el mismísimo y sensibilísimo JRJ, gran poeta de las letras hispanas, honor de la poesía que manda sus cartas cuando se las requiere la Hübner, Georgina, que nació en un lóbrego altillo en una casa noble de la muy noble ciudad de Lima, eso sí, de la mano de dos jóvenes ricos, poetas mediocres, que escriben a un Juan Ramón que ha dejado todo ya para dedicarse íntegramente a la poesía, casi nada.
Como aquel personaje de La peste que trata de suicidarse anudando una cuerda muy floja de la viga del techo para que este nudo ceda en cada intento de saltar al vacío, adicto principalmente el suicida al dolor vital, que es lo único que lo mantiene vinculado a la muerte, el intento cotidiano de suicidarse, cíclicamente, a su vez, estos dos poetas limeños respetan en mucho su broma y la magnitud de la misma, porque, al mismo tiempo que se hartan de ella y de la magnitud, esperan ansiosos las cartas del célebre poeta de Arias tristes para fardar ante sus colegas poetas.
La broma se riza y mantiene dentro, como en la ínsula Barataria, a otros espectadores que miran, participando todos de las risas, pero también de los logros de la misma, algo que, quizá de otra manera, no existiría.
Por tanto, Bárcena va tejiendo excelentemente la narración y sus vicisitudes en un relato ágil e hilarante, para explicar, de paso, las más íntimas miserias de los poetas y de la poesía. Esa gracia que a veces no quiso darles el cielo. Las pestilencias de los letraheridos cuando se juntan a hablar mal de otros poetas, las cuchilladas traperas por la espalda. Creo que fue Keats el que afirmó que el poeta era el menos poético de todos los seres, y ya Platón los echó de su República ideal por cosas parecidas y por tergiversar la verdad con sus palabras. Gombrovich no se fiaba tampoco de ellos. No son de fiar los poetas: a la que pueden se ríen de ti, creando señoritas sin rostro que mandan cartas en buques apestados de ratas para que crucen un océano proceloso.
Pero El cielo de Lima es también una novela que da un pespunte a las luchas sociales, a los ingenios caucheros, y al mismo tiempo, muy bien cosida, la novela contiene otra novela dentro, y es cuando aparece el escribidor callejero, que junto a Carlos y José, los bromistas, comienzan a hablar de cómo debe ser la novela que escriban ellos, y así se forma un círculo dentro de un círculo, ya ensayado en las páginas del Quijote.
El propio escribidor de Lima quiso escribir alguna vez la novela que nunca le pidieron, esa novela que no tenía en el destinatario de sus cartas al lector ideal, sin olvidar nunca el papel fundamental del lector, que es, a la postre, quien da de comer al escritor:
“¿Sabe?, hubo un tiempo en que quise escribir novelas y luego venderlas de a poquito, de puerta en puerta. Y, ¿por qué no lo hizo?, pregunta Carlos”.
Él quería haber sido como un Dumas, ellos dos, tal vez, poder acercarse a JRJ.
También hay una novela adentro que cuenta la nobleza sin nobleza de los nuevos ricos del Perú. Familias hechas a base de trabajo duro en la selva, aquellos que compran por partes muebles y bibliotecas de familias ricas, vencidas en tapetes y lupanares amazónicos para aparentar la riqueza sin nobleza (sine nobilitas: S. NOB); los ricos que se han hecho a sí mismos a retales, a jirones de las fortunas maltrechas, buscando el aval de la nobleza entre manuscritos falsificados a ambos lados del océano.
Hay mucho, todo lo que cabe en un cielo de Lima, mientras se va construyendo a la sensible señorita Hübner, la primita fantasma, la voluble y olvidadiza. Lectora ideal o idealizada, tanto da.
Y es que la literatura se va haciendo también de jirones, o de cartas espurias muy reales y de personas que dicen existir y que no existieron, o que sí, pero poco importa. Así la broma creó una literatura epistolar digna de ser estudiada y tenida en cuenta en la literatura de comienzos del siglo XX en Perú.
CARTA A GEORGINA HÜBNER EN EL CIELO DE LIMA
“El cónsul del Perú me lo dice: Georgina Hübner ha muerto…
¡Has muerto! ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Qué día?
¿Cuál oro, al despedirse de mi vida, un ocaso,
iba a rozar la maravilla de tus manos
cruzadas dulcemente sobre el parado pecho,
como dos lirios malvas de amor y sentimiento?”
Este extracto apareció en el libro Laberinto, (1910), de Juan Ramón Jiménez. Más adelante lo eliminaría de posteriores ediciones.
La novela no solo permite narrar la historia de Hübner, sino que además se ofrece como un espejo de la realidad social en la que surgió. La Lima convulsa de principios de siglo XX, donde se suceden las luchas sociales, el papel del indio esclavizado, apaleado, trabajando en las caucheras de los ricos personajes principales.
También se comenta la guerra ruso-japonesa, cuya noticia se difunde por todo el mundo, todo ello mezclado con lecturas anarquistas, marxistas, que regala el joven Martín Sandoval al convaleciente Carlos tras las revueltas del puerto de Callao.
“Un día Martín Sandoval llega a la casa preguntando por Carlos. […] Y Carlos, a quien ni siquiera le dejan incorporarse durante las visitas, los va recibiendo en silencio en su cama: Marx, Kropotkin, Bakunin”.
Porque sucede una novela dentro de la novela, y (José) Gálvez (Barrenechea) —futuro ministro de Justicia del Perú y presidente del Senado— y Carlos le van añadiendo actos, huelgas, salarios mínimos, persecuciones…
Idas y venidas por los puertos, por los buques transatlánticos, por el arrabal del Panteoncito, donde las putas calculan deudas interminables; luchas que recorren Europa y una América que empieza a despertar del letargo colonial, una pelea entre los dos implicados, una separación. ¿No llegará nunca aquel poema? El de JRJ, ese que atesorarán con tanta estima.
El cielo de Lima es un excelente ejemplo de cómo se fraguan las buenas novelas, de cómo se diseña la literatura de una nación y de incluso cómo surgen las influencias a ambos lados del océano. Parece la novela una cajita de música que contiene otra cajita, así muchas veces. Eso es lo que cabe en el cielo limeño, excelente literatura.
La risa que se ríe de sí misma, y la broma nunca acaba.
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Autor: Juan Gómez Bárcena. Título: El cielo de Lima. Editorial: Seix Barral. Venta: Todostuslibros.
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