Aunque todos argumentamos desde edades muy tempranas, hacerlo bien requiere un aprendizaje y un esfuerzo. Y argumentar bien no significa, por cierto, conseguir tener razón siempre. Muchas veces implica precisamente lo contrario. José Ángel Gascón cuenta en Zenda cuál fue el origen de su Manual de argumentación (Plaza y Valdés).
El Manual de argumentación que he publicado este año gracias a la valentía y el apoyo de Plaza y Valdés es el resultado de un largo periplo intelectual en busca de aquello que hace que las personas seamos razonables. Esa ha sido mi principal preocupación desde que comencé a estudiar la carrera de filosofía, hace ya casi veinte años: ¿qué es lo que diferencia al razonamiento sensato y riguroso de la irracionalidad y el fanatismo? Hoy en día, cuando asistimos a la negación del conocimiento científico, a la propagación de la charlatanería y a la intensificación de la polarización política, esa pregunta resulta aún más apremiante.
Si esa convicción mía no se hubiera trastocado, probablemente nunca habría escrito un manual. Existen en España multitud de manuales de lógica formal de los que los estudiantes y el público general pueden servirse para comprender los fundamentos de esa disciplina. Sin embargo, cuando cursé el último año de licenciatura y el máster, algunos de mis profesores me despertaron de mi ilusión. Tuve la inmensa suerte de recibir clases de algunos de los mejores teóricos de la argumentación de España —Cristina Corredor, Hubert Marraud, Paula Olmos, Luis Vega—, quienes provocaron en mí un profundo cambio de opinión. Sí, sin duda, el sistema de la lógica clásica es un sistema perfecto, completo y consistente, sin ambigüedades ni incertidumbres, pero hay un abismo insalvable entre ese sistema y el razonamiento humano.
Numerosos estudios han mostrado que no razonamos de acuerdo con sus reglas —ni tenemos por qué hacerlo—. Los argumentos que presentamos en el mundo real no pueden ser analizados por medio de la lógica formal sin ser traducidos a una forma simbólica, y carecemos de reglas incontrovertibles para realizar esa traducción, lo que en no pocas ocasiones provoca traducciones sesgadas y poco fieles al argumento original. Y, en fin, la lógica clásica es formal, lo que significa que no presta atención al contenido de los argumentos —solo a su forma—, pero en los argumentos que nos encontramos en nuestro día a día importa, y mucho, el significado y las connotaciones de lo que se dice.
Lo que es peor: observé que muchas de las reglas y de los principios de la lógica formal eran usados por personas que tenían un conocimiento superficial de la disciplina para silenciar a sus interlocutores en las discusiones. Esto es algo que ha sucedido también en buena medida con las clasificaciones de falacias, tan de moda hoy en día. En demasiadas discusiones argumentativas, en lugar de escuchar atentamente los argumentos de los demás y responder con objeciones fundamentadas, muchos argumentadores recurren a acusaciones poco acertadas de errores lógicos como «afirmación del consecuente» o «falacia de pendiente resbaladiza». Tales acusaciones pueden impresionar y hacer enmudecer a un interlocutor poco versado en estos asuntos, pero obstaculizan la argumentación productiva. Lo razonable no puede ser eso.
Así que mi preocupación por lo que implica ser razonable me llevó hasta el estudio de la argumentación en 2014, cuando comencé mi tesis doctoral. Lo que se conoce como «teoría de la argumentación» —un nombre engañoso, pues no es una sola teoría sino una gran variedad de teorías lógicas, dialécticas, retóricas y otras— surgió a finales del siglo XX a raíz del reconocimiento de las limitaciones de la lógica formal. Desde mis estudios de doctorado y mi etapa de investigador posdoctoral hasta mi actual puesto de profesor universitario he seguido trabajando en esa disciplina. Poco a poco, me fui dando cuenta de que ser razonable no consiste en una manera de pensar, sino de comunicarse. Decimos de alguien que es «razonable» cuando esa persona escucha las razones de los demás y las tiene en cuenta en sus reflexiones, cuando no pretende tener la razón absoluta y es capaz de cambiar de opinión, cuando da razones si se las piden.
Esbocé una primera versión de este Manual de argumentación mientras trabajaba en un proyecto posdoctoral en Chile en 2019. En aquel entonces, me ofrecieron impartir unas clases de argumentación y me sorprendí al comprobar la escasez de manuales en los que pudiera apoyarme, así que no me quedó otro remedio que redactar unos apuntes yo mismo. Con el paso de los años y numerosas revisiones, aquellos apuntes se convertirían en los capítulos 1-5 y 7 del manual que ahora se publica, que contienen lo esencial de la lógica informal y la dialéctica. Posteriormente añadí tres capítulos más que constituyen mis aportaciones más personales a este libro. El capítulo 6, sobre la coherencia, aborda ideas que rara vez se encuentran en un manual de argumentación o de lógica y que, en mi opinión, era necesario investigar. El capítulo 8 se centra en el que ha sido el tema principal de mi labor filosófica desde hace diez años: el carácter que debe tener un buen argumentador, con sus correspondientes virtudes: mentalidad abierta, humildad, honestidad, autonomía, etc. Porque, a fin de cuentas, ser un buen argumentador no consiste principalmente en cumplir reglas sino en ser un determinado tipo de persona. Y, finalmente, el capítulo 9 es una exposición —inevitablemente escueta— de lo que nos ha enseñado la psicología sobre la manera en que razonamos.
Resulta llamativo que este libro sea uno de los poquísimos manuales de argumentación o de lógica —tanto en España como en el extranjero— cuya portada representa un diálogo entre personas. El excesivo énfasis en nuestras reflexiones solitarias y una cierta desatención hacia las prácticas argumentativas reales ha sido, creo, una deficiencia de muchos manuales de lógica y argumentación hasta ahora. Con el Manual de argumentación espero haber contribuido a mostrar que lo razonable no se encuentra tanto en nuestras reflexiones como en nuestra comunicación con otras personas cuando argumentamos.
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José Ángel Gascón es licenciado en Filosofía por la Universidad de Valladolid (2010), máster en Lógica y Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Valladolid (2013) y doctor en Filosofía por la UNED (2017). Realizó una estancia en la Universidad de Windsor (Canadá) y trabajó con una beca postdoctoral Fondecyt en la UCSC de Concepción (Chile). Ha publicado artículos sobre teoría de la argumentación, razonamiento, epistemología y filosofía del lenguaje en revistas como Argumentation, Informal Logic, Topoi, Cogency, Revista Iberoamericana de Argumentación, Crítica y Theoria. Además, ha traducido varios libros sobre argumentación, entre ellos Una introducción al razonamiento, de Toulmin, Rieke y Janik, así como tres obras de argumentación jurídica de Neil MacCormick. Sus trabajos han sido reconocidos con el premio Frans van Eemeren de la European Conference on Argumentation (2017) y el premio de ensayo de la Association for Informal Logic & Critical Thinking (2020). Actualmente trabaja en la Universidad de Murcia (España), donde enseña teoría de la argumentación.
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Autor: José Ángel Gascón Título: Manual de argumentación: El ámbito de lo razonable. Editorial: Plaza y Valdés. Venta: Página web de la editorial
LA ENERGÍA COMPONENTE
DE LAS PALABRAS PARA EDIR.
LO EXCLUYENTE RESPECTO
DEL CONTENIDO PARA LA
LÓGICA FORMAL
PERCIBIDA POR GASCÓN.
EL FILÓSOFO ENTIENDE
COMO EL FILÓSOFO
TEOLOGAL [EDIR] QUE SE
DEBE ATENDER AL
SIGNIFICADO ,
CONNOTACIÓN DE LA
TERMINOLOGÍA COMO
RECURSO VALIOSO EN EL
TEJIDO DE UN TEXTO.
EN DEFINITIVA, AL
PRODUCIR UN
MENSAJE DECIMOS MUCHO
MÁS DE LO QUE
DECIMOS.