Como se ha explicado muchas veces, la Tierra Media fue el intento de JRR Tolkien de imaginar cómo podría haber sido una mitología puramente inglesa, al estilo de la griega, la escandinava o la romana, de no haber sido Gran Bretaña invadida por los normandos, hecho que a partir de 1066 cambió decisivamente la naturaleza del idioma predominante en la isla (quien haya pensado en el Rey Arturo, por ejemplo, como gran mito inglés, deberá saber también que varias de sus versiones más conocidas se compusieron… en francés). De entre todo el gran esfuerzo creativo surgido a raíz de esta idea, que llevó a Tolkien a escribir obras inmortales como El hobbit, El Señor de los Anillos o El Silmarillion, fue el relato de la caída de Gondolin (pronunciado «Góndolin», como esdrújula) el primero en ser redactado en cierto detalle. Esto empezó a ocurrir en 1916-17, cuando Tolkien tenía 25 años de edad y se encontraba en medio de las trincheras de la Primera Guerra Mundial.
El problema que tuvo Tolkien con este su gran empeño fue no solo las dos guerras mundiales que se le metieron por el medio, sino la falta de tiempo para poder escribirlo todo como él hubiera deseado. Entre su familia, sus ocupaciones como profesor universitario, los racionamientos durante décadas en la posguerra y la propia dificultad de la tarea, no pudo publicar El hobbit hasta los 45 años de edad y El Señor de los Anillos hasta los 62. Añádase a esto la costumbre del autor de reescribir continuamente varias versiones de los mismos relatos, a veces en cuadernos, a veces a lápiz, a veces a pluma, a veces a máquina y a veces hasta en el dorso de otros papeles sueltos, como partituras u hojas de exámenes, y ese es el motivo de que hayan pasado 45 años tras su muerte para que al fin se pueda leer este documento fundacional al completo.
O más bien «documentos», habría que decir, porque el libro contiene hasta seis versiones del relato, algunas ya publicadas antes en El Silmarillion o los Cuentos inconclusos, más un análisis sobre su evolución, un prólogo recordando las particularidades del mito élfico en el cual encaja esta historia, una conclusión, un índice onomástico, unas notas adicionales, un glosario de términos arcaicos (en la edición en inglés), un mapa, y ocho ilustraciones del habitual veterano del universo Tolkien, Alan Lee. Todo esto recogido y amorosamente editado por el tercero de los cuatro hijos del autor, Christopher Tolkien, que de esta manera eleva a once el número de títulos póstumos de su padre (y eso considerando como uno solo los doce tomos de La historia de la Tierra Media).
La trama esta vez, ambientada en un imaginario pasado milenario y heroico, en una pre-Tierra con mar a Occidente y tierra sin fin hacia Oriente, donde hay dioses, elfos inmortales y humanos mortales, está centrada en Tuor, un príncipe humano cuya curiosidad por la naturaleza que lo rodea y su personalidad solitaria lo llevan a descubrir, de la mano de Ulmo el dios de las aguas, la ciudad oculta de Gondolin. En ella vive una comunidad de elfos (llamados aún «gnomos» en esta época), rodeada de montañas, a salvo del gran dios malhechor de esta mitología, Melko. Turgon, el fundador y aún rey de Gondolin, nunca ha querido salir de la ciudad a luchar contra las criaturas de Melko (orcos, balrogs, incluso otros elfos capturados y convertidos en vasallos), prefiriendo fortificar el lugar con torres, murallas y una cantidad de armas suficientes como para pasar una vida entera disparándolas. La llegada de Tuor, primer humano en tener contacto con los elfos (y también el primer humano en ver el mar, por ejemplo) se supone que es el aviso de Ulmo, único de los dioses que ayudaron a crear el mundo que aún presta algo de atención a las criaturas que en él viven, para que Turgon tome medidas al respecto. Turgon se mantiene en sus trece, mientras Tuor se queda a morar entre los elfos, recibiendo las atenciones de Idris, la hija del rey. Esto provoca los celos de Meglin, primo y pretendiente de la princesa, lo cual acabará en la catástrofe anunciada en el título.
Cualquier lector de Tolkien que se haya adentrado por primera vez en la Tierra Media a través del cuento inicialmente infantil de El hobbit o por la aventura de El Señor de los Anillos, historias ambas de la llamada Tercera Edad de este mundo, recordará siempre el gran choque que le supuso pasar a leer alguno de los relatos situados en la Primera Edad, mucho más épicos, incluso titánicos, y más similares a lo que serían un Antiguo Testamento, una Odisea o una saga vikinga en comparación, incluso en el tipo de lenguaje utilizado, más deliberadamente arcaizante. No hay personajes cercanos, llanos o juguetones, y es casi todo grandes héroes, demonios de malicia insondable, guerras devastadoras, migraciones en masa, amores trágicos y pasiones desatadas que arruinan a pueblos enteros, todo esto mientras los dioses que crearon el mundo están cada vez más apartados de las vidas de quienes habitan esas tierras de naturaleza bella, agreste e imponente. La caída de Gondolin, quizá por ser como hemos dicho el primero de los textos del legendarium tolkieniano, es uno de los que más refleja esa idea inicial de ser una mitología inventada, pero con grandes motivos esenciales como la violencia, la traición, la naturaleza del mal, el heroísmo y hasta un hubris a la griega que hace parecer inescapablemente predestinado lo que ocurre después. Aparte, no faltará quien compare el aislacionismo de Turgon en Gondolin con la política del siglo XX, que permitió florecer —dos veces— a movimientos imperialistas y belicistas, a pesar de las voces que avisaban del peligro. Por otro lado, la propia Gondolin recuerda a una Troya asaltada sin piedad por los griegos, y el detalle de varias de las cruentas escaramuzas, con algunos de los combatientes mencionados por su nombre y su manera de morir, parecen claramente inspiradas por la Ilíada: por ejemplo, se describe cómo Ecthelion atraviesa a dos capitanes de los orcos y hiende la cabeza de su principal campeón, Orcobal, hasta los dientes. Después, la huida de los supervivientes de su patria, Gondolin, deja ecos de la Eneida también. Añadido a todos estos elementos está el toque personal del amor de Tolkien por la naturaleza, con impactantes descripciones de los dramáticos escenarios naturales por los que discurre la acción, entre picos, cuevas, ríos, árboles y animales.
En suma, es un libro en principio para los ya muy aficionados, o al menos para los que no teman pasar de nivel y se atrevan a enfrentarse a una narración hecha de personajes mucho mayores que la vida real, sin hobbits ni nada, y que vengan avisados de que esta es una recolección de fragmentos desperdigados durante décadas, que dejan unas poderosas imágenes en la mente, para después no poder terminarse por completo. Un poco, pues, al estilo de las grandes sagas legendarias reales, milenarias ya en edad, en las que se inspira, llenas de documentos perdidos, versiones alteradas y tramas inconclusas.
Dice Christopher Tolkien en el prólogo de esta obra que no esperaba haber podido llegar a los 94 años de edad en las condiciones suficientes como para haber sido capaz de editar a su gusto este libro, a la vez el primero en el que trabajó su padre y el último en el que trabajará él, con 102 años de diferencia entre las dos cosas. JRR Tolkien sobrevivió a la Primera Guerra Mundial (el Somme nos podría haber dejado a todos sin Tierra Media) y Christopher a la Segunda, y de hecho el padre le fue enviando al hijo capítulos de El Señor de los Anillos según los iba acabando en mitad de esta contienda, aún más terrible y denodada que la primera. El gran tema general del legendarium de la Tierra Media es la historia de cómo primero los dioses y luego los elfos, las primeras criaturas inmortales, se fueron apartando del mundo para dejárselo en herencia a quienes ahora vivimos en él (los humanos que llegamos los últimos), y cuyo regalo divino para nosotros fue el tener una vida limitada, en lugar de una eternidad sin fin, como ellos. El Señor de los Anillos en concreto es el momento en el que los elfos van a irse yendo definitivamente, y ese tono crepuscular es una de las principales emociones que provoca esa obra. De la misma manera, pues, estamos asistiendo, con este libro, al final de una época, aquella en la que aún quedan historias de la Tierra Media por publicarse, hechas por el autor original, y cuidadosamente trasladadas a nosotros por quien pronto pasará también a las Tierras Imperecederas tras su ímproba labor. Se le hace decir al inmortal maia Gandalf en El Señor de los Anillos que lo único que tenemos que decidir es qué hacemos con el tiempo que se nos ha dado, y qué duda cabe de que Tolkien padre e hijo han usado el suyo de manera memorable.
Título: La caída de Gondolin. Autor: JRR Tolkien, editado por Christopher Tolkien. Traducción: Martin Simonson. Editorial: Minotauro.
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