La capacidad de transformar el dolor en belleza

Esta novela de corte espiritual y fantástico narra la vida de las Guardianas, unas hermosas mujeres que viven a medio camino entre los ángeles y los humanos y que buscan por todos los medios proporcionar felicidad de los mortales. Una historia diferente para los tiempos que vivimos.

En este making of Concepción Hernández narra el origen de Lágrimas de pan.

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Esta novela comenzó a gestarse mucho antes de que escribiera su primera palabra. Creció dentro de mí, alimentada por la conexión que sentía desde niña con las letras y las emociones. Siempre supe, intuitivamente, que escribir era importante; con los años descubrí que esa fuerza radicaba en su poder transformador. Escribir no es solo un acto creativo, es una forma de liberar emociones, de buscar respuestas y de reconstruirnos cuando la vida nos fragmenta. También consigue estremecer, motivar, alentar e impulsar a otros en la toma de acción.

En mi juventud, enfrenté varios desafíos emocionales que no supe gestionar adecuadamente. A los dieciséis años sufrí una crisis de ansiedad que sacudió mi mundo. Demasiada autoexigencia, dijeron, pero se trataba de un caos interno que tenía causas ocultas que todavía no alcanzaba a comprender. Años después, tras un desamor que me afectó profundamente, caí en una depresión. Tenía veintidós años. Estos dos eventos marcaron mi vida de forma decisiva. Fueron momentos oscuros, en los que sentía que había tocado fondo, atrapada en una niebla mental provocada por la medicación, y llegué a convertirme en una extraña para mí misma. Pensar, reflexionar, formular preguntas y debatir conmigo había sido siempre una parte esencial de mi identidad, un juego divertido que compartía con pocos. Pero en esas condiciones, ese ejercicio mental se volvió imposible.

Un día, contra todo consejo, decidí dejar la medicación. No sabía cuál era el camino que debía seguir, pero tenía la certeza de que no era ese. Durante esa etapa incierta, escribí un relato corto sobre Manuela, una Guardiana del Amor que, al enamorarse, perdía la razón. Manuela era, sin duda, una extensión de mí misma. Su historia me permitió liberar el dolor y la frustración que llevaba dentro pero, una vez cumplido su propósito, la guardé en un cajón y la olvidé.

Mi vida continuó. Terminé mis estudios, comencé a trabajar como matrona y más tarde como psicóloga. Durante mucho tiempo olvidé mi pasión por escribir, tanto como a la pobre Manuela. Era como si aquella parte de mí apenas latiera en susurros, oculta tras las distracciones de la rutina.

Dos décadas después, una inesperada llamada cambió mi vida. Un señor me buscaba para hablarme sobre uno de los premios literarios que había ganado en mi juventud. Se cumplía un aniversario importante, veinte o treinta años, no lo recuerdo con exactitud. Quería saber si había seguido escribiendo. Le dije que no, pero esa conversación avivó una pasión. No podía dejar de pensar en Manuela y en aquel relato. Lo recuperé y, al releerlo, sentí que era hora de escribir de nuevo. Y decidí hacerlo sobre otra Guardiana, porque yo era otra. Ya no era la Guardiana del Amor que había enloquecido, sino la Guardiana de Almas, que ayudaba a los demás a liberarse de sus traumas y pesares.

En uno de los momentos más conmovedores de la novela un personaje, durante un episodio de absoluta desolación, crea un dulce al que llama “lágrimas de pan”. Esta receta, inspirada en su dolor, le permite transformar su tristeza en algo positivo que puede compartir con los demás; simboliza la capacidad innata del ser humano para transmutar las experiencias negativas de la vida en algo hermoso.

Me pareció emocionante volver a escribir. Concederme permiso para soñar y ser capaz de crear un nuevo mundo se convirtió en una liberación sanadora. Dar vida a las Guardianas, hermosas mujeres que vivían ocultando su condición cuasi angelical, cada una con un don particular y todas ellas con un propósito común: darse a los demás, procurarles consuelo, alivio y esperanza a pesar de pagar un precio tan alto como su propia vida.

Poco a poco, inocentemente y de manera honesta y sencilla, esta historia fue creciendo hasta convertirse en Lágrimas de pan. No pensé en compartirla con el mundo sino cuando estuvo terminada. Entregarla a la vida suponía una especie de reivindicación personal, una forma de decirme a mí misma, y al mundo: “Ese fue mi camino, y aunque no fue fácil, aquí estoy, lo he logrado”, y es que, un día pensé para crear y obtuve un resultado inmensamente bello, casi sin darme cuenta surgió ante mí esta novela, un cántico de amor y perdón. Amor a los demás y perdón a mí misma.

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Autor: Concepción Hernández. Título: Lágrimas de pan. Editorial: Star sale. Venta: Todos tus libros.