La inocencia también sabe mentir, porque los niños no siempre dicen la verdad. Culturalmente tenemos asociada la inocencia como una virtud de todos los niños, pero este libro desmonta una vez más que la capacidad de mentir de los niños, y más si son presionados y/o inducidos, es digna de una tesis doctoral. Trincia narra el calvario de muchas familias acusadas falsamente de pederastia, ritos satánicos y asesinatos de niños, y cómo el olvido impuesto en la mente quiere apagar los malos recuerdos de una mentira colectiva. Pero el tiempo ni perdona ni olvida.
El libro se estructura en cuatro partes que sirven para narrar esta investigación periodística: una primera titulada “el contagio”, porque aumenta el número de casos de forma exponencial; otra “el mundo sumergido”, porque en las investigaciones se infieren cosas “mayores”; la tercera titulada “un ejército de fantasmas”, porque cuando Trincia avanza en sus investigaciones entiende que sólo unos fantasmas pudieran hacer tales barbaridades en lugares tan expuestos a la vista de cualquier transeúnte o vecino, teniendo en cuenta las pruebas obtenidas por los investigadores; y el último capítulo titulado “una noche que dura ya veinte años”, donde deja patente cómo la sensación de ser abandonado con tres, cinco, siete o diez años es tan fuerte que les hace no querer saber nada de sus padres biológicos. Les puede más la incomprensión del abandono que la propia verdad, como le ocurre a Margherita.
Este libro es un manual para explicar en las facultades lo que significa la profesionalidad de un buen periodista, y cómo una investigación periodística puede mejorar la vida de las personas. Pero también es la historia de cómo la pobreza te hace más vulnerable a la vida y cómo los aparatos del Estado pueden arrasarte con todo lo que deseen.
La familia Galliera fue la primera acusada, siguiendo con Federico Scotta, su mujer Kaemper y sus hijos, la familia Giacco, los Covezzi, entre otros. Darío (Davide), hijo pequeño de los Galliera, niño cero de esta historia, había dicho dos frases inconexas que la madre de acogida y la psicóloga reinterpretaron, llegando a la conclusión de que el niño sufría abusos sexuales, lo que desmintió 20 años después, como otros niños. El asunto se saldó con 16 niños separados de sus familias y la mayoría de los adultos acusados y encarcelados. Usaron siembre el mismo modus operandi, un registro domiciliario de madrugada, un camino hasta la comisaría de Mirandola, después firman unos documentos en una sala aparte y cuando salen no vuelven a ver a sus hijos.
Cuando Pablo Trincia conoce al sacerdote Ettore Rowatti y éste le entrega su libro, escrito en honor al padre Giorgio Govoni, que fue el acusado de cabecilla, nuestro autor descubre todos los datos y fechas que le faltaban para comenzar su investigación sobre una “histeria colectiva provocada por la inexperiencia e impericia de profesionales que, creyendo haber descubierto a un grupo de pederastas, habían destrozado familias enteras” […] “Y así el fenómeno se fue extendiendo como aguas residuales densas y negras a otras familias”. En la página 85 se resume en dos párrafos.
El propio Trincia, en una entrevista concedida hace año y medio, dijo: “Donati (Valeria Donati, fue la psicóloga que interrogaba a los niños) montó una estructura privada, Centro Aiuto Bambino (Centro de Ayuda al Niño), que llevó desde 2002 el tratamiento de todos los niños implicados en aquellos abusos tras acuerdo con la sanidad pública regional. Esta empresa ha facturado 2,2 millones de euros en once años. Por cada niño se cobraba entre 1.032 y 1.400 euros al mes por la terapia”, datos ratificados en la página 265 de este libro. El enorme “olfato profesional” de Donati, le hizo llegar a la conclusión de que todos los que ella entrevistaba acabaran siendo niños abusados sexualmente y testigos de ritos cruelmente satánicos. Una vez más el pánico satanista se usa, como se hizo en EE UU tras los casos de Charles Manson, James Warren o el libro Michelle Remembers, que originaron las acusaciones sobre la familia McMartin, quienes regentaban una guardería y cuyo juicio duró siete años, o los dueños del jardín de infancia Oak Hill en Austin, condenados a 48 años de prisión por despedazar animales y a un bebé en presencia de tres niños, así como violarlos, para que 17 años después el ginecólogo que hizo el estudio reconociese que el cuadro clínico era normal. En Reino Unido se vivieron situaciones similares.
La psicóloga Valeria Donati y la doctora Cristina Maggioni fueron piezas claves para montar estas historias de terror, mentiras, pruebas falsas y presiones a los niños, que llevaron a sus familiares incluso al suicidio y la muerte en prisión. Unas historias que Trincia compara con los cuadros de escaleras imposibles del pintor neerlandés, Maurits Cornelis Escher y unos jueces que aplicaron el método cherry-picking, o falacia de la prueba incompleta.
Este libro narra “una historia de angustia, de lágrimas y de muerte”, una historia en la que Pablo Trincia, con la ayuda de la también periodista, Alessia Rafanelli, se sumerge con angustia, desconcierto y miedo; una historia tensa y muy triste.
“Aquella historia era como un agujero negro. Cuanto más me asomaba a su interior, menos parecían responder sus mecanismos a las normas sociales y humanas de comportamiento…”.
Suscribo las palabras de Trincia: “Nunca he entendido —y tal vez nunca entenderé— el mecanismo mental que ha llevado a tantos profesionales involucrados en este caso a ver lo que en realidad era invisible o incluso inimaginable”.
Una comarca entera entierra la culpa en el olvido, pero nunca se pierde la esperanza de retomar el contacto perdido por mentiras inducidas e intereses personales.
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Autora: Pablo Trincia. Traductor: Carlos Gumpert Melgosa. Título: Veneno. Editorial: Ariel. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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Justo acabo de leer el libro ‘Veneno’ y resulta escalofriante, no ya por la impericia (o algo peor) de la psicóloga Donati o la ginecóloga Maggio, sino por la idiocia colectiva de maestros, peritos, alcaldes, policías, jueces y demás Fauna del Estado Institucional. Resulta escalofriante que TANTA gente supuestamente docta se haya tragado el culebrón de familias ENTERAS entregadas a un satanismo de truculencia inverosímil. Líbrenos Dios de juicios y juzgadores. (O, en su defecto, que siempre haya un Henry Fonda en el jurado.)