Tengo una especie de tesoro. De tesoro literario, quiero decir. O una reliquia.
Los cuadritos estaban envueltos en papeles viejos y hojas de revistas. Utilicé una de esas hojas como plato para comerme uno de los bocadillos —«sangüiches»— de vacío que un tipo preparaba en un rincón. Me atendió una mujer bastante joven. Mantenían algún tipo de parentesco, seguramente —recuerdo aquellos rasgos compartidos: el mentón ligeramente hundido, la severidad de sus labios—. Sería su hija, tal vez. O su hermana. Me fijé en sus manos, mientras me servía el bocadillo. Parecían de otro cuerpo, de otra edad. Rojas, arrugadas, llenas de marcas y cicatrices. Implantadas. Me alejé de la barra con una sensación extraña, como si su visión —la visión de esas manos— no me correspondiera. Era una imagen arrebatada, fuera de lugar. Una intromisión.
La carne estaba muy caliente, todavía. Abrí un poco el bocadillo y me fijé en la esquina de la hoja que el jugo de la carne empezaba ya a humedecer. Al parecer, se trataba de una revista o algo parecido. «La Herradura. Año 1919». Según supe después, se trataba de una revista cultural publicada en Dolores cuya vida duró menos de un año, de junio de 1919 a abril de 1920. Se publicaron diez números, nada más. La sexta página del sexto número —en la que yo apoyaba mi pedazo de carne asada— contenía unas columnas apretadas y un anuncio medio borrado de una loción de afeitado. El azar —o los rigores del tiempo— desdibujó el anuncio, pero dejó casi intactas las letras diminutas.
Mientras masticaba —y valoraba la oportunidad de haber pedido otra cosa, unas empanadas, tal vez, o unos chinchulines—, me entretuve leyendo el último párrafo en el que el periodista —o quien fuera— se despedía de un tal Borges, «J. L. Borges». La entrevista aparecía incompleta —los últimos párrafos, las últimas intervenciones—. Enseguida me fijé en el reverso de la hoja para comprobar si seguía por el otro lado. También revisé los otros pliegos. Lo hice con lentitud, casi con parsimonia, para favorecer su aparición. Pero no encontré nada, ni una línea más. Tuve que conformarme con la última respuesta de ese tal Borges sin conocer siquiera la pregunta. Nunca he leído nada al respecto. Nadie ha mencionado lo que el joven Borges decía ahí —como una prevención sobre sí mismo—.
Hablaba de una coma, nada más. De una coma que había escrito en un papel. Un signo ortográfico, un trazo vertical. Al parecer, había escrito —o dibujado— esa coma durante un paseo por Quilmes —«en las orillas de la ciudad», aclaraba—, y después de observarla durante un rato, le había otorgado algún tipo de entidad o de poder.
Un grito me distrajo por un momento de la lectura. El hombre de la parrilla tuvo que abandonar su puesto para espantar a unos perros que se acercaban a la carne. Eran dos. Parecían galgos, pero escondían algo extraño, un andar más decidido, más pesado. Uno de ellos tenía una llaga espantosa en una pata, cerca de la cola. El hombre lanzó unas patadas al aire y sacó un palo ardiente de las brasas. Los perros se alejaron, al fin. La mujer —la hija, la hermana— vociferó también desde la barra. “¡Fuera!”, les gritó. “¡Cucha!”. Pero yo sólo podía ver sus manos. Desde mi mesa, desde la distancia. Imaginarlas otra vez. Ajenas, dolorosas, injertadas. Unas manos equivocadas. Imaginé una araña pisoteada, revolviéndose en un rincón. El desorden de las patas amontonadas. Negras, brillantes. Unos gauchos ser reían en otra mesa. Se servían vino de una damajuana y charlaban animadamente. Uno de ellos se acariciaba a cada momento el facón, lo recorría con los dedos mientras alzaba la voz y soltaba sus carcajadas. El remate seguía, a lo lejos. El estanciero caminaba con lentitud. Lo acompañaba un séquito de gauchos, de peones, de curiosos, y cantaba los precios de salida, las pujas, con un micrófono de juguete. Cuando una oferta le parecía insuficiente —u ofensiva—, ladeaba la cabeza y lanzaba un silbido muy fuerte, amenazador.
Me concentré otra vez en la lectura. La guardo, decía el joven Borges, como un pretexto o como una promesa. Es una coma, nada más, pero anticipa algo, la posibilidad de un texto mayor, que corre hacia delante, o… (aquí se pierden algunas letras) hacia atrás, como un lastre. Es una coyuntura, tal vez, una pausa necesaria, la advertencia de que… (Letras borrosas). Una marca, en cualquier caso. Creo que me asusta un poco destruirla, negar esa… (letras borrosas) posibilidad. La guardo en el bolsillo como un grato y audaz remordimiento.
-
Españolas en el Nuevo Mundo, de Daniel Arveras
/abril 17, 2025/Daniel Arveras reúne en este trabajo las pequeñas y grandes historias de algunas de las miles de mujeres españolas que viajaron y se instalaron en América a partir de 1492. Una realidad escasamente tratada y conocida, pese a su importancia. En ágiles y amenos capítulos, el autor escribe sobre virreinas, gobernadoras, adelantadas, soldados, escritoras y religiosas que dejaron una mayor huella en las crónicas y documentos, pero también nos acerca fragmentos de las vidas de otras mujeres mucho más anónimas que vivieron diferentes realidades en América. En Zenda reproducimos el primer capítulo de Españolas en el Nuevo Mundo: Historias de mujeres…
-
Antonio Machado ingresará simbólicamente en la RAE con casi un siglo de retraso
/abril 17, 2025/También intervendrá en el encuentro Alfonso Guerra, comisario de la exposición Los Machado: Retrato de familia, dedicada a Manuel y Antonio Machado, que recalará en Madrid desde ese mismo día, tras su paso por Sevilla y Burgos. Y Joan Manuel Serrat ofrecerá un recital con poemas de Antonio Machado para cerrar el acto. “Hemos organizado un acto simbólico, de fuerte significación, considerando que don Antonio Machado ha sido uno de los grandes poetas de nuestra historia, de los más profundos y más conocidos también, es una nueva ocasión de homenajearlo”, ha señalado a Efe el director de la RAE, Santiago…
-
Elogio del amor, el canto a la vida de Rafael Narbona
/abril 17, 2025/Narbona se ha enfrentado con el dolor, la muerte de su padre, cuando era joven, por un infarto, el suicidio de su hermano, y ahora la enfermedad de su mujer. En la presentación del libro el pasado martes nos habló del dolor, pero también del amor y lo hizo a través de su pasión por sus perros, por la Naturaleza que contempla cuando sale a pasear con su mujer, Piedad, por su pasión docente, cuando era un profesor comprometido con los chicos, donde lo académico pasaba a un segundo plano y triunfaba el humanismo. Esa forma de ser que se…
-
Literatura al habla
/abril 17, 2025/Para Javier Huerta Calvo Aparte de todo, si esto denota algo, me temo, es la importancia y presencia que tiene en mí la literatura, desde hace muchos años, tantos que ésta ya se confunde y funde con toda mi vida. Quizá mi propia vida no sea otra cosa que literatura. El contacto para llamar a Umbral para entrevistarlo —cosa que me costó muchísimo— fue mi querido profesor, y gran escritor, Antonio Prieto. Me acuerdo que a Umbral, con voz temblorosa, le tuve que llamar varias semanas porque siempre me decía: “Llama la siguiente semana”. Me lo dijo muchas veces, no…
He conocido a uno de esos galgos no así al tal Marc. Todo un estupendo texto borgeano. Hay que tener el estilo de ese parrillero para citar la noche hablando de la oscuridad. Y Marc lo tiene.
Gracias, Javier!!!