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La carta esférica

Quien ahora emprende esta reseña tiene ante sí un ejemplar de La carta esférica dedicado por su autor. Sabe que Arturo Pérez-Reverte tal vez escogió esta aventura como el lugar donde perderse alguna vez. Y por ello, antes de empezar, esta lectora siente el respeto merecido. Se trata de su decimocuarta novela y es la favorita de quien hoy les escribe. Contemplo con cierta nostalgia las inequívocas líneas de la vida que han sido grabadas en la cubierta del volumen, recordando las sensaciones que tuve por primera vez, cuando no podía dejar de leerlo. Y capto nuevos matices.

Para alguien que ha pasado su vida frente un mar añejo por donde desfilaron los compositores de una parte de la Historia, imaginando qué hay más allá de la línea del horizonte, donde la vista humana no da más de sí, esta es la novela perfecta. Pero ojo, no hay que amar necesariamente el mar para que te enganche la lectura de esta obra, porque aquí hay mucha tela. Basta con pisar tierra firme y haberse dejado llevar alguna vez por algún sueño. Aquí está condensado todo el universo revertiano. Está él mismo, o su mirada.

Pérez-Reverte nos tiene acostumbrados a una ambientación impecable. Visual. Desde el primer segundo mete al lector en situación con un barrido de cámara sobre el escenario hasta centrar la atención en el elemento central de la composición. Principio y final unidos, como las grandes sinfonías. Y una historia en medio, la de un marinero desterrado de su mar (más acertado sería decir desmarinado), obligado a permanecer en tierra firme por tocar fondo durante su guardia, y la de una misteriosa mujer que se hace con un valioso atlas marítimo del siglo XVIII en una subasta. Cuesta imaginar un escenario mejor: el mar, un velero, un tesoro de un viejo galeón, un hombre y una mujer. La historia de una búsqueda. Amor, tal vez; aunque difícil y peligroso.

«Voy a contarte una historia de naufragios y barcos perdidos».

"Cada uno tiene su ambición en esta historia: Tánger Soto, la mujer, busca un tesoro, y tal vez recuperar algo de su infancia perdida"

El lector que inicia La carta esférica se embarca en dos aventuras: la búsqueda del secreto que oculta un pecio del siglo XVIII, y la búsqueda que emprende el hombre sobre la mujer, aun sabiendo que en la derrota que inicia a bordo de su particular Isla Negra la carta de navegación le advierte de imprecisiones en los levantamientos. Ambas aventuras discurren en paralelo, cediéndose el pulso mutuo en equilibrio casi perfecto. Y digo casi porque esa tensión emocional que hay entre Tánger y Coy cautiva rotundamente al espectador, mientras el enigma del pecio constituye el telón de fondo. El poder de la presencia del barco fantasma es el que la mujer le otorga en su obsesión por encontrarlo.

Cada uno tiene su ambición en esta historia: Tánger Soto, la mujer, busca un tesoro, y tal vez recuperar algo de su infancia perdida, la que le devuelve momentáneamente la sonrisa espontánea y sincera. Manuel Coy, el hombre, busca poder contar, una a una, las pecas de Tánger, y descifrar así los misterios que hay detrás de la enigmática mujer. El catedrático Lucio Gamboa, que hace su oportuna aparición en el penúltimo acto de la escena, y que al mismo tiempo asume el papel de narrador, conduce al clímax de la historia. Pedro el piloto, un viejo amigo leal y honrado, lo contempla todo desde fuera. Los malos, prototípicos y cortados por los patrones de “malos a la antigua”, son Nino Palermo y Horacio Kiskoros. De la mano de todos ellos Reverte nos va metiendo en una historia que ya hemos visto antes.

«Ojalá encuentre pronto un buen barco.

Quizá llegaste a esa isla demasiado tarde».

Manuel Coy. Sintonía. Esto es lo que sentí con este personaje. Se agradece que su visión del mundo sea simple y honesta. Admiro su capacidad de ser consecuente y de aceptar su destino. Este marinero de Cartagena que de joven sacaba ánforas del Mediterráneo y que sólo lee novelas en las que sale el mar, es rudo, algo torpe de maneras, sincero y tímido, y tiene la lucidez de su creador, aunque no tan explícita en actos o palabras como en pensamientos. La lucidez que, me atrevería a afirmar, parte de la mirada particular del autor hacia el mundo en general y hacia el mar en particular. Esa añoranza que, a veces, es tan desgarradora. Y esa certeza de que la tierra firme pudre a los seres humanos y también que el único lugar habitable se encuentra a diez millas de la costa más próxima.

«Todas las mujeres inteligentes que conozco han querido ser Justine alguna vez.

Te mentiré y te traicionaré».

"El navío es portador de un secreto, una intriga de Estado. Y un tesoro"

Tánger Soto. He tratado de acercarme a esta mujer y no lo he logrado. He querido desvelar sus secretos y me ha pasado lo mismo que a Coy. El barco fantasma y su tesoro en cuestión pierden protagonismo cuando ella sale a escena. Y ella, casi siempre, está en escena. Nos hallamos ante la mujer revertiana por antonomasia, a saber, misteriosa, interesante y ciertamente ambiciosa. Como ya le ocurrió a Teresa Mendoza, luchará con armas de hombres en un mundo de hombres y llegará hasta las últimas consecuencias por conseguir su sueño. No en vano lleva en sus genes un progenitor militar. Una mujer complicada, o tal vez una mujer sencilla que vive situaciones complicadas. Hermética. Con sombras. Con un mundo interior que sólo a ratos se consigue entrever. Me atrevería a afirmar que ni siquiera su creador ha desvelado sus secretos. Quizás no fuera ése el objetivo. Es mejor que algunas cosas sean tan simples o tan secretas como aparentan ser.

Un dato: 4º y 51 minutos de Longitud Este; 37º y 32 minutos de Latitud Norte.

Tiene que haber una excusa. El entorno perfecto para la aventura. Y la excusa no podría ser mejor: el siglo XVIII. Tiempos del reinado de Carlos III, un bergantín —el Dei Gloria— propiedad de la Compañía de Jesús y procedente de la Habana es abordado por el buque corsario Chergui, y se hunde frente las costas de Cartagena. El navío es portador de un secreto, una intriga de Estado. Y un tesoro. Con ello, Reverte nos regala para mayor atractivo un episodio de nuestra Historia y plantea la intriga con su característico ingenio. Siempre hay un ingrediente en sus novelas que invita al lector a preguntarse cuánto hay de cierto en esta historia. Lo mismo que en Alatriste, cuando te preguntas si existió de verdad el héroe.

«Los tesoros no existen».

"Un justo homenaje al mar, a un mar antiguo colmado de Historia donde aún hay tesoros por descubrir"

Reverte sonríe cómplice a los clásicos en La carta esférica. Esta novela tiene el sabor de las aventuras de toda la vida. Stevenson, El halcón maltés, El conde de Montecristo… Y Hergé. Algún pasaje, que no desvelaré, recuerda a un episodio concreto de En busca del Unicornio, de Eslava Galán. También hallamos guiños al cine negro y referencias musicales, porque esta novela tiene banda sonora. Es el jazz, el insolente jazz.

No me cabe duda de que esta novela va a encantar al lector, y permítanme un consejo: esto no es Melville ni es Homero. Es cien por cien Pérez-Reverte. Así que déjense llevar, vayan desgajándola poco a poco y desvelen ustedes mismos sus secretos. Un justo homenaje al mar, a un mar antiguo colmado de Historia donde aún hay tesoros por descubrir. Abrir las páginas de esta novela es abrir las puertas a misterios tan antiguos como los que se esconden en los corazones de los hombres y las mujeres. Y tal vez se cumpla la LCDSR: Ley de Cuando la Descubras Seguro que Repites. Como a mi me ha ocurrido.

«Soñando con tiempos en los que aún era posible buscar de ese modo un barco donde enrolarse y existían islas lejanas que daban asilo a un hombre: justas repúblicas que nada sabían de suspensiones por dos años, y a las que nunca llegaban citaciones de tribunales navales ni órdenes de captura». 

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Autor: Arturo Pérez-Reverte. Título: La carta esférica. Editorial: Alfaguara. Venta: Amazon

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