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La casa de Kyoko, de Yukio Mishima

La casa de Kyoko, de Yukio Mishima

Alianza Editorial publica una novela inédita del autor japonés más importante del siglo XX —con permiso de Yasunari Kawabata—, además del más polémico: Yukio Mishima. La casa de Kyoko cuenta la historia de cuatro hombres, cada uno de los cuales representa una faceta de la personalidad del propio Mishima: lo artístico (encarnado en un pintor), lo atlético (en un boxeador), lo nihilista (un empresario) y lo narcisista (actor).

Zenda ofrece las primeras páginas de La casa de Kyoko (Alianza).

***

Todos bostezaban.

—¿A dónde vamos? —dijo Shunkichi.

—¿Dónde vamos a ir a estas horas del mediodía?

—Nosotras bajamos aquí, iremos a la peluquería —dijeron Mitsuko y Tamiko, por lo visto aún de bastante buen ánimo.

Shunkichi y Osamu no objetaron nada. La única mujer que se quedó en el coche era Kyoko. A Mitsuko y Tamiko les pare­ ció bien. Shunkichi y Osamu, cada uno a su manera, se des­ pidieron de ellas como si nada. Ellas, en cambio, esperaban una despedida más atenta por parte de Natsuo, debido a su buen carácter y a que su relación nunca había ido más allá de la amistad. Natsuo, tal como se esperaba, cumplió las expec­ tativas.

Eran cerca de las tres de una tarde a principios de abril de 1954. El coche de Natsuo, conducido por Shunkichi, giró por una ca­ lle de sentido único. ¿Dónde podríamos ir? Algún lugar poco concurrido sería ideal… Demasiada gente los dos días que pasa­ ron junto al lago de Ashinoko. Y hoy, a su vuelta por el céntrico barrio de Ginza, otro tanto de lo mismo.

En momentos así convenía tener en cuenta la opinión de Natsuo:

—Hace tiempo fui a Tsukishima a pintar unos bocetos, ¿qué os parecen los terrenos ganados al mar de la bahía de Tokio?

Aceptada por todos la sugerencia, el coche se puso en mar­ cha hacia aquella dirección.

Aunque aún lejos, en torno al puente de Kachidoki se divisaban muchos coches en un atasco de tráfico.

«¿Qué habrá pasado?, ¿un accidente?», dijo Osamu. Al fi­ jarse mejor, se daba uno cuenta de que era el momento en que el puente levadizo se alzaba. Shunkichi chasqueó la lengua.

«Es desesperante, olvidémonos de ir a la bahía», dijo. Sin em­ bargo, Natsuo y Kyoko no querían perderse la impresionante apertura del puente, que jamás habían presenciado; aparcaron el coche y, uno a uno, fueron cruzando por la pasarela metálica del puente. Shunkichi y Osamu parecían no tener el mínimo interés.

La parte central del puente era de acero. Ésa era la parte móvil del puente que se levantaba para dar paso al tráfico marí­ timo y se bajaba para reanudar la circulación terrestre. En am­ bos extremos los operarios ondeaban unas banderas rojas de señalización ante la fila de coches parados. En la pasarela lateral para peatones una cadena impedía el paso. Había mucha gen­ te curiosa ante el espectáculo. Otros, como los repartidores de mercancía, se alegraban de la interrupción del tráfico que les proporcionaba un descanso en medio de su labor apresurada. Las placas metálicas para las vías del tren en el carril central despedían un negro resplandor. En ambos extremos del puen­ te, atasco de vehículos y aglomeración de mirones en silencio. Chirriaron las láminas metálicas y la estructura alzó sus ex­ tremidades, la armadura al levantarse fue dejando una brecha de espacio abierto. Al mismo tiempo se levantó la barandilla la­teral de hierro con la arcada protectora, apuntando hacia lo alto con sus bombillas levemente iluminadas. La gigantesca estruc­ tura articuló al unísono sus piezas. A Natsuo le emocionaba la belleza del tinglado mecánico en movimiento.

Cuando las partes metálicas del puente estaban a punto de alcanzar la verticalidad, desde los flancos del puente y la cavi­ dad de las vías del tren un remolino de polvo se levantó forman­ do una fina nube que luego iba lloviendo polvareda sobre el ca­ nal. La figura diminuta que dibujaban los numerosos remaches laterales a lo largo del puente iba, poco a poco, reduciéndose, a la vez que disminuía y desplazaba su ángulo la sombra proyec­ tada por las barandas laterales. Finalmente, al alcanzar la posi­ ción casi vertical las placas de metal, la sombra se detuvo de nuevo. Natsuo alzó la vista extasiado ante el arco del puente, cuyos pilares ya se plegaron horizontalmente; en ese momento cruzó por encima una gaviota en vuelo rasante.

Así fue como un gran muro metálico bloqueó inesperada­ mente el camino ante los cuatro jóvenes.

(…).

—————————————

Autor: Yukio Mishima. Título: La casa de Kyoko. Traductor: Emilio Masiá López. Editorial: Alianza. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

© The Asahi Shimbun. Getty Images.

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