De sobras es conocida la trayectoria de Víctor del Árbol como novelista, brillante, con importantes galardones como el Premio Nadal en 2016 o el nombramiento de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras en Francia en 2017, entre otros reconocimientos. Sin embargo, su faceta como poeta, ejercida en el más absoluto secreto hasta el momento, nos resulta, cuando menos, sorprendente.
De entrada, leer la poesía de Víctor del Árbol es situarse en el reverso, fuera del tópico y del lugar común. El poeta mira cara a cara al presente y al pasado, en un relato directo y contundente, instalado en la tragedia, con un acento melancólico, pero hollando en todo momento el territorio de la negación, de la rebeldía y la sublevación; con una actitud inconformista frente a la muerte, el caos, las injusticias y las hostilidades de un mundo que con demasiada frecuencia dice no y al que, sin embargo, hay que darle otra oportunidad “por si acaso”, como en el poema que abre el libro, titulado precisamente así:
Habrá que empezar por algo,
me digo,
un juego de manos
o el artificio perfecto
para el pirómano.
Lo cierto es que, por extraño que parezca, Mientras el mundo dice no es una obra gestada durante más de quince años, con poemas de diferentes épocas y momentos vitales, inevitablemente confesional y memorística. El autor la ha dividido en dos partes: “Tierra adentro” y “Desde la orilla”. En la primera, el poeta nos increpa desde el epicentro de su memoria, una herida que no logra cerrarse, con silencios y secretos elocuentes; en la segunda, el yo poético observa otras realidades, a las que impregna con un discurso crítico, ácido y en el que no ha lugar a la benevolencia.
Los poemas contenidos en este libro se sitúan en la órbita del realismo sucio, por motivación y procedimientos, por su estilo directo y visceral, a medio camino entre la melancolía de un Denis Johnson, y la procacidad y el desdén del gran Charles Bukowsky.
En un sucio váter del barrio sur
se lee el epitafio de un cazador:
“Yo conocí al rinoceronte blanco y él me conoció a mí”.
Y aunque eso es decir mucho, a la vez es quedarse corto, porque cualquier clasificación tiende al reduccionismo y por tanto acaba siendo falsa, aunque innegablemente posea un valor orientativo. Más allá de esa corriente concreta llamada realismo sucio, se detectan influjos tan diversos como la beligerancia social de Blas de Otero; el gusto por lo sensorial y la presencia del color de Anna Ajmátova, a la que Del Árbol admira sinceramente; o el tratamiento de la soledad, al estilo de Rilke, generador de verdad y belleza, con raigambre machadiana: “Anduve soledades tempranas”.
Otros versos, en cambio, nos transportan el desengaño lúgubre del barroco, con su penumbra, sus paradojas y su fatalismo, donde la muerte y el tempus fugit alzan su fatídica guadaña:
Tengo que contar con los dedos
las muertes que me faltan,
Al final, Mientras el mundo dice no se define como un juego de claroscuros, una gradación de la vida, de ese acontecer que el poeta define así: “Vida es lo que llega”. La cuestión ontológica queda reducida a un compás de espera en el que “la muerte ha pasado de largo”.
Uno de los mayores logros de la poesía de Víctor del Árbol es su capacidad de actuar como un revulsivo, interpelándonos. Con ello no solo nos conmueve, sino que nos atrapa, como sucede al leer “La verbena, madre”, sin duda uno de los mejores poemas de todo el libro:
En el columpio de tu locura
balanceaba yo mis pies,
esperando contigo que volviera de sus cacerías de dragones
Caben, no obstante, muchos matices en su poesía y temas que reconcilian al autor con una visión nihilista de la existencia. Detengámonos en el poema amoroso titulado “Y Laura”, donde el lirismo místico, extraído de la liturgia católica (que Víctor tan bien conoce por sus años de seminarista), nos ofrece un planteamiento in extremis. Como dijera Octavio Paz, “amar es combatir si dos se besan”:
No sabes que eres mi templo
donde yo me arrodillo,
A lo que se añade una transustanciación de lo sensual a través de la vía espiritual:
Eres el sexo almo,
el alma boca,
No olvidemos, asimismo, el estilo elegíaco, admirablemente logrado en otro de los mejores poemas del libro, que es “Un hombre valiente”, donde, sin rehuir cierto coloquialismo, el realismo sucio se redime a través de un verso categórico:
Fuiste el hombre más valiente que jamás he conocido.
Víctor del Árbol “no divorcia palabras con los dedos, no es alejandrino ni profeta”. Su poesía transcurre sin artificiosidad entre versos de hondura poco usual y belleza desgarradora, entre la tragedia y la ternura. Sus metáforas, deslumbrantes, en ocasiones oníricas, nos permiten atisbar lo innombrable y responderle que sí, que adelante, que sus lectores estamos aquí para decirle que sí.
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Autor: Víctor del Árbol. Título: Mientras el mundo dice no. Editorial: Espasa. Venta: Todos tus libros.
Bueno y brillante