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La chica que caminaba colgada de una nube

La chica que caminaba colgada de una nube

Es un hecho. Marilyn Monroe nunca se agota. Tantas décadas después de su muerte, en sí misma un misterio aún sin resolver, nos fascina el magnetismo irresistible, su aura de criatura inocente y arrolladoramente hermosa. Marilyn no pasa de moda. Yo misma guardo en una caja las postales donde aparece con la tez de vainilla que alabó Capote y el cabello más dorado que el mismo oro. Empecé a coleccionarlas a los trece años y me gusta mirarlas de vez en cuando. Allí está ella vestida de blanco, dorado o negro, luciendo un traje bordado con nueve mil cristalitos de Swarovski o sin más adorno que su propia piel láctea resplandeciendo contra un fondo de terciopelo rojo, en la imagen comprada a traición por Hugh Hefner y que acabó convertida en portada de Playboy. Siempre me conmueve Marilyn, igual que le ocurría a su amigo Truman Capote, que le escribió un maravilloso cuento donde juega a resucitarla y pasear a su lado, a conversar con esa adorable criatura vestida de luto riguroso por Manhattan, como si la muerte no existiera o fuera solo un mal sueño.

Procuro hacerme con todas las biografías y novelas que se publican sobre ella para recuperarla, quizás, para atrapar un dato nuevo sobre una mujer que nació con hechuras de diosa y fue siempre huérfana. Por eso he leído con interés este libro de María Hesse, ilustradora sevillana sobradamente conocida por su estilo inconfundible, que ya había publicado obras basadas en las vidas de dos mitos contemporáneos, Frida Kahlo y David Bowie. Su tercera propuesta conforma un libro muy cuidado en lo formal. Marilyn es la protagonista absoluta de la cubierta, donde aparece enmarcada en un fondo negro cuajado de diminutas estrellas doradas, elementos que remiten al mundo del celuloide que la enamoró desde niña.

"El resultado es una semblanza libre, que incide en la sensación de desamparo que siempre acompañó a Marilyn Monroe"

Esta peculiar biografía novelada será sin duda muy del agrado de la legión de admiradores de las ilustraciones de Hesse, porque todo el itinerario vital de Marilyn se ilumina con multitud de instantáneas suyas, adaptadas, eso sí, al trazo personal de la ilustradora, que juega de nuevo a sobredimensionar los ojos del personaje y a adornar su figura con motivos florales o símbolos que adquieren en algunas páginas un significado trascendente. A veces las imágenes recrean fotografías famosas de la actriz, desde las primeras que le tomaron siendo aún una niña de sonrisa dulce y confiada a los últimos, amargos retratos para los que posó en las campañas de promoción de la crepuscular Vidas rebeldes. Otros dibujos de Hesse, sin embargo, son más simbólicos. La propia creadora se acerca al lado más íntimo de la diva a quien nadie pareció conocer y querer del todo y la imagina como una criatura etérea, que soñaba con reencarnarse en mariposa, o en una mujer que al enamorarse se abría el pecho y entregaba literalmente su corazón a quienes no iban a saber apreciarlo.

En cuanto al texto en sí, Hesse opta, y así lo avisa desde el prólogo de la obra, por fabular desde una primera persona, igual que si la historia nos la contara Marilyn, un recorrido por su vida, retomando informaciones de otras biografías, como la canónica de Spoto, pero también del libro editado por Seix Barral en 2010 que recogió los poemas y fragmentos en prosa que la rubia menos tonta de Hollywood escribía cuando se quedaba soñando a solas en el sofá de su apartamento. El resultado es una semblanza libre, que incide en la sensación de desamparo que siempre acompañó a Marilyn Monroe. Fue el bebé que nació a destiempo, cuando la pareja formada por sus padres ya estaba rota, y la niña a la que sentaban en una butaca del cine cuando Gladys, su madre, no tenía con quién dejarla si le tocaba trabajar o salía a divertirse. También la chiquilla que acabó en orfanatos y casas de acogida cuando la enfermedad mental de Gladys hizo que la internaran.

"En la parte más privada de su vida sufrió muchos varapalos, porque ni en sus esposos y amantes, ni siquiera en sus supuestos amigos, o en sus doctores, encontró la comprensión que necesitaba"

Marilyn creció y se transformó en la adolescente codiciada por los ojos y las manos de los hombres que vivían en esos hogares transitorios que frecuentaba, una joven que se casó para no acabar en otro centro de menores, que quería ser actriz y ganar su dinero, pero cuya imponente presencia física impedía que nadie la tomara muy en serio. Los hombres que la asediaron, los productores que la obligaron a modificar sus pequeñas imperfecciones para que cuadrara completamente con el prototipo de sex-symbol vacua y curvilínea, no sospecharon nunca que esa mujer despampanante leía a poetas de culto y novelas rusas del siglo XIX. Siempre hubo en ella un conmovedor afán de superación, un deseo de crecer y formarse como intérprete, una curiosidad y sensibilidad extremas por el mundo de la literatura que Hesse nos recuerda.

También nos habla de su defensa activa de los derechos sociales, representada por la entrañable amistad que mantuvo con la cantante Ella Fitzgerald, despreciada por los dueños de clubes de jazz a causa de su aspecto “demasiado negro”. Marilyn se comprometió con el propietario del Mocambo a asistir a cada actuación de la gran Ella como reclamo, a cambio de que la contrataran, en un hábil ejemplo de sororidad avant la lettre que dice mucho de su talante compasivo, de su capacidad para ponerse en la piel de otra mujer injustamente tratada por un mundo del espectáculo patriarcal y racista, un microcosmos en el que, como en tantos otros, prevalece la falta de empatía. Marilyn dio unas cuantas pequeñas lecciones de humanidad en esa faceta más combativa de su existencia, e incluso desafió a la Fox, que la explotaba vilmente, creando su propia productora junto a su amigo, el fotógrafo Milton Greene. Pero por otro lado, en la parte más privada de su vida sufrió muchos varapalos, porque ni en sus esposos y amantes, ni siquiera en sus supuestos amigos, o en sus doctores, encontró la comprensión que necesitaba. Sintió en diferentes ocasiones que también ellos la confundían con el personaje modelado por la maquinaria implacable de Hollywood, que todos se sentían fascinados por el mito y desdeñaban sus cualidades como mujer.

Hesse repara en esa capacidad suya para resistir y trae a colación anécdotas que hablan de su espíritu luchador, del orgullo que sintió el día en que aprendió a caminar como si de su cabeza pendiera el hilo que colgaba de una nube, transformándose en una actriz poderosa que miraba al frente y quería que la tomaran en serio. Señala el dolor de no ser comprendida por sus parejas o el de la pérdida de los tres bebés que concibió durante su matrimonio con Arthur Miller, marcado por la desgracia desde el mismo día de la ceremonia. En esta recreación de su vida se muestra a Marilyn comprendiendo que los seres humanos duelen a otros seres humanos, que casi todos fallan en la relación que mantienen con ella, deslumbrados por su belleza, no por su inteligencia o talento, no por su bondad. Pero no es un libro pesimista. Muy conscientemente se elige obviar el final que todos conocemos, dejar la historia en otro punto del camino. Y en eso, me parece, Hesse ha estado especialmente acertada, porque si nos paramos a pensar, Marilyn no está muerta. No lo estará nunca, en realidad, mientras en cualquier época haya una sola adolescente que necesite guardar sus fotos en una caja y se sienta conmovida por esa belleza, tan rotunda como triste. Entiendo muy bien a la autora y comparto su voluntad de dejar vivir un poquito más a su protagonista, de mostrarla feliz por fin, dotada de alas como esa mariposa en la que un día soñó que se reencarnaría.

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Autora: María Hesse. Título: Marilyn: Una biografía. Editorial: Lumen. Venta: Todos tus librosAmazonFnac y Casa del Libro.

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