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La ciudad de los muchachos: La utópica historia de una generación

La ciudad de los muchachos: La utópica historia de una generación

«Cuando tienes un problema con once o doce años tienes a tu madre o a tu padre que te rodea con sus brazos y lo solucionan contigo. Se imagina el miedo y la soledad que debe sentir un niño que no cuenta con esa comprensión. Quiero un hogar para ellos donde puedan estar, aprender, una ciudad de muchachos, gobernada por muchachos». Poco pudo imaginar Spencer Tracy, transmutado en el padre Flanagan en la película Forja de hombres, que con esa frase estaba prendiendo la mecha de la una de las mayores utopías españolas: la Ciudad de los Muchachos. Esta es la historia de una quimera, fundada en Ourense por un jesuita comunista, que daría la vuelta al mundo.

Este soñador se llamaba padre Silva, y quedó tan impresionado por la historia del verdadero padre Flanagan que visitó Boys Town, su fundación real en Nebraska. Sin embargo, aquel refugio para huérfanos se le quedaba corto. Silva quería algo más, un lugar donde además de darles cobijo y comida se les alimentara la mente y el espíritu crítico. Y lo consiguió. ¿Dónde está el mérito? Pues en que lo hizo en mitad del régimen franquista.

Su historia comienza en 1956, cuando un joven padre Silva se acercó a un grupo de quince muchachos de una zona humilde de la ciudad que, sin padres ni ayudas de ningún tipo, sobrevivían como podían. El cura les contó su proyecto y estos muchachos, tan pobres como espabilados, se fueron con él. Su primera sede fue la vieja cárcel de la Corona del centro de Ourense ―de ahí que años después la moneda de la Ciudad de los Muchachos se denominase así: corona―, pero el asunto duró poco, pues en cuanto el gobernador y el obispo se enteraron de que durante las clases impartidas por el padre se les enseñaba el desarrollo de la vida a través de la defensa de sus derechos y de la igualdad, los pusieron de patitas en la calle.

"La noticia de que un cura daba comida y enseñaba a trabajar a cambio de asistir a clases corrió como la pólvora entre los chicos más desfavorecidos"

De ahí pasaron a unos galpones propiedad de la familia del cura, donde crearon un sistema de autofinanciación para poder seguir adelante con las clases y la cocina comunal. Nació así la compañía Trapabocha: una unidad compuesta por los propios chicos que se encargaba de recoger todas las telas, botellas, periódicos y chatarra de la ciudad para ganar algo de dinero vendiéndolo a los traperos y chamarileros de la zona. Gracias a lo conseguido, y al apoyo familiar del cura, Silva montó los primeros talleres para que los chicos aprendieran un oficio. La noticia de que un cura daba comida y enseñaba a trabajar a cambio de asistir a clases corrió como la pólvora entre los chicos más desfavorecidos. El lema del grupo era «siempre hay sitio para uno más» y se aplicaba a rajatabla, por lo que el espacio comenzó a convertirse en un verdadero problema.

Por tanto, no les quedó otro remedio que volver a trasladarse, en este caso a un lugar mucho más amplio donde poner en marcha el proyecto cumbre del padre Silva: la Ciudad de los Muchachos. El terreno lo encontrarán en el año 1963 en las afueras de Ourense, en la finca conocida como Benposta. La zona fue totalmente acondicionada por los muchachos, que hicieron las calles, los primeros barracones, los edificios, la iglesia, el ayuntamiento… La Ciudad de los Muchachos comenzaba a ser una realidad, manteniendo su carácter abierto y donde todo aquel que quisiera formar parte era bienvenido.

El padre Silva posa ante la carpa del Circo de los Muchachos.

El padre Silva creía que la dependencia económica eliminaba la libertad pedagógica y educativa, y por ello, con el fin de mantener la autonomía financiera de Benposta, decidió aumentar la industria de la Ciudad de los Muchachos creando nuevos talleres de oficios y abriendo una gasolinera destinada a recaudar fondos para la comunidad, regentada, como el resto de negocios de la ciudad, por los propios muchachos. A la entrada del núcleo poblacional existía una aduana, donde un niño controlaba el acceso, recogía los datos de los visitantes y les permitía el acceso a su pequeño mundo. Pronto la ciudad creció y tuvo hospital, ayuntamiento, iglesia, escuela, panificadora, supermercado, talleres de carpintería, de metalurgia, escuelas de peón, bar, banco y su propia moneda. Incluso allí se levantó la que durante muchos años sería la única mezquita de toda Galicia. Los muchachos cobraban un sueldo por acudir a clase a diario, con el que pagaban su manutención y alojamiento. Era la forma que el padre Silva encontró para demostrarles que el esfuerzo era recompensado, y al mismo tiempo les enseñaba que el dinero costaba ganarlo. También podían conseguir un sueldo extra limpiando las calles, trabajando en los talleres, colaborando en la cocina, o realizando alguna de las múltiples tareas que se necesitaban para sacar adelante una ciudad donde vivían más de seiscientas personas. Las decisiones diarias se tomaban por las mañanas, tras el desayuno, y en forma de asamblea donde todos los muchachos, fuera cual fuera su edad, contaban con voz y voto. Además, cada cuatro años el censo universal de la Ciudad de los Muchachos elegía su alcalde de manera democrática, con diferentes candidatos, campaña electoral y votaciones libres. Algo que en el resto del país no ocurriría hasta veinte años más tarde.

"Tras buscar profesores y, como si fuera un oficio más dentro de la Ciudad de los Muchachos, se creó el espectáculo del Circo de los Muchachos"

Poco después nacería la idea de crear la Escuela de Circo, que se convertiría en la segunda del mundo después de la de Moscú. El padre Silva siempre sintió querencia por el circo, pues su tío dirigió el famoso Circo Americano. Tras buscar profesores y, como si fuera un oficio más dentro de la Ciudad de los Muchachos, se creó el espectáculo del Circo de los Muchachos. De ese modo, los chicos del traje arlequinado negro y blanco se convirtieron en ejemplo pionero de circo-espectáculo del que bebería incluso el propio Circo del Sol. Debutaron en 1966 en la Plaza Cataluña de Barcelona con un rotundo éxito que recogería el NODO, continuando con una gira por todo el país que remató en las actuaciones del Circo Price de Madrid. De allí fueron a Francia, donde comenzaron a triunfar después de varias vicisitudes, y gracias a que Bernard de Fallois ―uno de los inventores del libro de bolsillo― les abrió las puertas del Grand Palais. Tras ser portada del Paris Match pasaron a Bélgica, siendo recibidos por la reina Fabiola, y por Alemania donde fueron acogidos como verdaderas estrellas. Der Spiegel hablaba de ellos, de su ciudad demócrata, de la utopía del padre Silva… Allí grabaron varias de sus actuaciones para la televisión, convirtiéndose en uno de los programas más vistos. De Alemania saltaron a los Estados Unidos, donde actuaron en el Madison Square Garden de Nueva York con un rotundo éxito. Después pasaron por México, Venezuela y Colombia. En 1975 realizaron una gira por Japón, Taiwán, Tailandia, Singapur, Australia, Rusia y la India. Gracias a estos viajes, el padre Silva comprendió que el futuro de la humanidad estaba en la tecnología, y en Japón se hizo con varios equipos con los que a su vuelta crearía la Radio-Televisión de Benposta, y poco después un centro pionero y único de formación: la primera escuela de imagen y sonido de España, germen de las escuelas audiovisuales actuales.

"Resisten algunas de las construcciones originales y puedes encontrarte con alguno de aquellos muchachos, ya jubilados, que no dudan en enseñarte el interior de la vieja carpa"

Pero como toda utopía que se precie, la de la Ciudad de los Muchachos también tuvo un final amargo. Durante los años 1977 y 1978 el circo volvió a Latinoamérica, donde además de actuar fundaron sedes de Benposta en lugares con alta pobreza infantil ―a día de hoy siguen funcionando las de Colombia, Venezuela, Nicaragua y Santo Domingo―. Pero el mensaje que predicaba el padre Silva y sus Muchachos no gustaba a todo el mundo, y cuando desembarcaron en Argentina se toparon con que a Videla, presidente de la dictadura militar del momento, todo aquello le sonaba a revolucionario y subversivo. Recibieron amenazas, sufrieron intentos de secuestro y, finalmente, durante una de sus actuaciones en Bahía Blanca, los militares interrumpieron la representación y los muchachos y Silva fueron detenidos y secuestrados durante tres días. Al volver a recobrar la libertad se encontraron con que el circo había sido totalmente destruido, lo que provocó la ruina económica del proyecto.

El circo no llegó a recuperarse nunca, y con ello arrastró al resto del proyecto de la Ciudad de los Muchachos de Ourense. Por otro lado, los muchachos crecieron, comenzaron a casarse y se fueron a vivir fuera de Benposta. Al mismo tiempo, con la llegada de la democracia a España, se crearon instituciones sociales públicas para acoger a los niños huérfanos o desentendidos, por lo que Benposta dejó de tener la importancia capital para la que había nacido. Luego llegó la especulación urbanística, que intentó arrasar con los terrenos, y las traiciones. El padre Silva continuó viviendo allí hasta que falleció en el año 2011. La noticia de su muerte, que pasó bastante desapercibida en la prensa española, fue recogida por cabeceras internacionales como The Telegraph o Der Spiegel.

Hoy en día en Benposta resisten algunas de las construcciones originales y puedes encontrarte con alguno de aquellos muchachos, ya jubilados, que no dudan en enseñarte el interior de la vieja carpa de circo, mientras se les ilumina la mirada al rememorar unos momentos únicos que, gracias a la cabezonería de un cura soñador, los convirtieron en los protagonistas de la mayor utopía vivida en nuestro país.

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