La gran novela de Barcelona puso a Eduardo Mendoza a la cabeza de la nueva narrativa española de la democracia. Reproducimos el prólogo de Sergio Vila-Sanjuán a la nueva edición que publica editorial Austral el día 18 de mayo.
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Pocos libros han generado una identificación tan fuerte con el espacio donde transcurren como La ciudad de los prodigios con Barcelona. Apareció en mayo de 1986, cinco meses antes de la proclamación de la capital catalana como sede de los Juegos Olímpicos de 1992, y el espíritu entusiasta que la carrera olímpica estaba despertando, y las maravillas urbanísticas y deportivas que se anunciaban, fueron vistos como los más actualizados y espectaculares “prodigios” que Eduardo Mendoza asociaba en el título con su ciudad natal.
Los recibió de la comunidad literaria. El novelista y ensayista Juan Benet escribía poco después de su llegada a librerías: “Se trata de una obra excepcional, que ni el propio Mendoza desplazará con otra ulterior, aún cuando la llegue a superar a juicio de los entendidos”. Y el crítico entonces de referencia Rafael Conte sentenció, algún tiempo más tarde: “Es casi seguro que Eduardo Mendoza sea nuestro mejor novelista de los últimos años, o al menos lleva camino de serlo (…) Con esta su cuarta novela, Eduardo Mendoza se puso definitivamente en cabeza del nutrido pelotón de los nuevos narradores españoles”.
Los recibió también al más alto nivel institucional. En 1987 Mendoza era invitado a leer el pregón de las Fiestas de la Mercè en el Saló de Cent del Ayuntamiento barcelonés. En su visita a Cataluña de abril de 1990, el entonces príncipe Felipe de Borbón compraba el día de Sant Jordi La ciudad de los prodigios. En febrero de 1992 el presidente francés François Mitterrand visitaba Barcelona en visita privada. La novela que le obsequió el alcalde olímpico Pasqual Maragall, quien hacía de cicerone, es la que el lector tiene en sus manos.
Como ocurre de tanto en tanto con unos pocos libros señalados, éste conectó con un estado de ánimo colectivo y trascendió el terreno literario para convertirse en un fenómeno social.
No se quedó en triunfo localista. La traducción alemana enriqueció el catálogo de la prestigiosa y prescriptora editorial Suhrkamp. La versión italiana obtuvo el premio Grinzane Cavour. La traducción francesa resultó finalista del Médicis y se llevó el galardón al mejor Libro del año de la revista Lire, dirigida por Bernard Pivot.
En la entrevista que concedía a Lire, en enero de 1989, Eduardo Mendoza asumía “con modestia y humor el papel de escriba casi oficial de una ciudad en plena expansión”. Aunque reconoció que le fastidiaba haberse convertido en algo así como “el escritor de Barcelona”, “sobre todo porque no soy un especialista de la historia, ni del urbanismo, ni de la política”, apostillaba que “sería muy ingrato que me quejara, ya que también me he beneficiado de que la ciudad esté de moda”.
Y por si acaso, en otra entrevista de ese mismo año matizaba: “Para mí La ciudad de los prodigios era en realidad la ciudad de los engaños, no la de las obras públicas bien hechas. Era una ciudad que quería pasar del atraso a la modernidad y se deslumbraba por todos los prodigios de aquella época: la electricidad, el teléfono…”
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Barcelonés de 1943, tras estudiar Derecho y trabajar un tiempo en este campo Eduardo Mendoza había publicado en 1975 su primera novela, La verdad sobre el caso Savolta. Innovadora combinación de thriller, revisión histórica de los años del pistolerismo, humor y relato de costumbres, con una estructura fragmentada que jugaba con el empleo de supuestos documentos legales de época, sorprendió y entusiasmó a los lectores, a la crítica –que le otorgó su premio anual- y a la academia. Hoy está considerada como el primer aldabonazo de la llamada –por el citado Rafael Conte y por muchos otros analistas- “nueva narrativa española” de los años de la democracia, condensadora de alguno de sus distintivos, como la ironía y la voluntad de reencuentro con el lector, tras una etapa de apogeo de la literatura más o menos experimental y “difícil”.
Mendoza se había instalado en 1973 en Nueva York, donde trabajó como intérprete. Según relata Llàtzer Moix en su imprescindible perfil biografico Mundo Mendoza (Seix Barral, 2006), tras la primera novela centró sus esfuerzos literarios en una obra de considerable ambición, pues pensaba “que Savolta había sido un gran ensayo, y que una vez superado con nota ya me podía meter en honduras”. Pero arrinconó el manuscrito en 1977 para iniciar la serie policíaco-humorística del majareta Ceferino, de la que publicó, bastante seguidas y con inmediata aceptación, dos entregas: El misterio de la cripta embrujada y El laberinto de las aceitunas.
A principios de los años 80 el novelista barcelonés retomaba el proyecto abandonado. El grueso de La ciudad de los prodigios lo redactó durante un periodo como traductor itinerante de las Naciones Unidas, en que viajaba a menudo a distintas ciudades y disfrutaba de bastante tiempo libre, con especial intensidad en los años 1984-1985.
En su versión definitiva la obra abarca un periodo que se extiende entre la Exposición Universal de 1888 y la Internacional de 1929. Relata la trayectoria de un hombre de negocios sin escrúpulos, Onofre Bouvila, desde su menesterosa llegada a Barcelona desde la Cataluña interior hasta convertirse en uno de los hombres mas ricos de España. Como ocurría en La verdad sobre el caso Savolta, el autor partió de una documentación rigurosa y exhaustiva – gozó de amplio acceso a la biblioteca del Museu d´Art Modern, donde trabajaba su hermana Cristina, y a otro espacios especializados de la ciudad- ; una documentación que reelaboraba, y regularmente subvertía, para sus propósitos narrativos.
En La ciudad de los prodigios Mendoza combina la descripción realista con la fantástica, a veces puntuada de notas humorísticas. Onofre llega a la ciudad desde una zona “agreste, sombría y brutal que se extiende al sudoeste de la cordillera pirenaica”, un lugar de “nieblas cerradas y bosques densos, propicios a las supersticiones”, donde en determinados días del año “se ve a las vacas muertas bailar sardanas”. Marca de la casa, son numerosos los personajes con apellidos paródicos, como los de origen vegetal en lengua catalana “Joaquin Colibròquil” o “Humbert Figa i Morera”.
El autor, fascinado con las vidas de santos -características en su narrativa-, no vacila en sacar a la palestra a San Restituto o brindar un comentario sobre “santa Leocracia, Leocricia o Locatis”. Recuerda que en el transcurso de una revuelta del siglo XIX “hicieron escudella i carn d´olla con los huesos de los santos” y cita a la Monja Társila, bigotuda, que toca el acordeón
La Barcelona real, la que contaba 416.000 habitantes al arranque de la trama en 1887, le permite internarse en los preparativos y celebración de las dos grandes exposiciones y deambular por los cenáculos anarquistas, los ambientes legales y jurídicos, las tabernas de los barrios bajos, los domicilios burgueses… Su personaje central, como el Tenorio, asciende y desciende por los ambientes más dispares de la urbe.
El tono desenfadado no oculta la reflexión de fondo de Mendoza sobre la sociedad, tintada de un suave pero inequívoco escepticismo que cristaliza en sucesivas sentencias, casi aforismos, sobre las relaciones sociales y el poder: “para ellos cualquier engaño era aceptable, todo les parecía éticamente justificado por la estupidez de la víctima”; “su vanidad, como toda vanidad auténtica, no tenía propósito, era un fin en sí·”; “para el marqués y sus correligionarios el orden existente era algo natural, todo desorden era por nececesidad externo al sistema y había de ser eliminado por el método que fuera”; “el cinismo cándido de los años mozos era ahora reemplazado por el pesimismo horrorizado de la madurez”; “no parecía un sinvergüenza ni tampoco un hombre honrado”
Los personajes de largo recorrido como el señor Braulio, su hija Delfina o Efrén Castells; los hombres de negocios como Figa, para quien la sociedad se asienta en cuatro pilares, “la ignorancia, la desidia, la injusticia y la insensatez”; los matones como Joan Sicart u Odón Mostaza; el inventor Santiago Belltall; el Marques de Ut, aristócrata turbio, o el director de cine Faustino Zuckermann componen un elenco variado y vigoroso. Al que se suman figuras reales como los alcaldes Rius y Taulet y el barón de Viver. O un castizo Alfonso XIII, varias veces de visita a la ciudad.
En estas páginas hay gangsters, grandes fiestas, vida nocturna, periodismo, corrupción, rodajes cinematográficos, conspiraciones, aviadores, el desastre del 98, la Semana Trágica, Picasso, Rasputín y Mata Hari, la tradición gastronómica del panellet, todo el sabor de una época y ese aire de no tomarse nada demasiado en serio, generador de una ligereza que hubiera gustado a Italo Calvino. Los cerebros de la ordenación urbana cuentan en más de una ocasión con ayudas sobrenaturales, y el muy elogiado Eixample de Cerdà recibe una crítica rara de encontrar en un intelectual catalán. La novela que encandiló a la Barcelona preolímpica y olímpica no es complaciente con el pasado urbano: la plasmación de la injusticia económica o los abusos sexuales motivados por la prepotencia machista es recurrente.
El texto de Mendoza, original e imprevisible, un proyecto literario muy sofisticado, está lleno de sorpresas argumentales y estilísticas. En tanto que narración histórica La ciudad de los prodigios se autorelativiza constantemente sin autodinamitarse, liquidando cualquier pomposidad y discurso triunfalista. Al igual que La verdad sobre el caso Savolta, se basa en un equilibrio delicadísimo de factores contrapuestos, y por su ambición, magnitud y rasgos de realismo mágico entronca con las grandes novelas latinoamericanas de los años 60 como Cien años de soledad.
La ciudad de los prodigios constituye una de las piezas mayores en una trayectoria revalidada internacionalmente en 2015, cuando Eduardo Mendoza recibía en Praga el premio Kafka, y en 2017 en Alcalá de Henares, cuando recogió el máximo galardón de las letras hispanoamericanas, que es el premio Cervantes. Ha vendido cerca de un millón de ejemplares y ha sido traducida a una veintena de lenguas. Fue llevada al cine por Mario Camus en 1998 e inspira una serie televisiva en proyecto. En un acto reciente celebrado en el ayuntamiento de Barcelona, observé a la actual alcaldesa, Ada Colau, acercarse discretamente a Mendoza con un ejemplar para que se lo firmara. La euforia olímpica desapareció hace tiempo, pero La ciudad de los prodigios sigue viva y emblemática.
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Autor: Eduardo Mendoza. Prólogo: Sergio Vila-Sanjuán. Título: La ciudad de los prodigios. Editorial: Austral. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
¿El Marques de Ut?