Nadie puede esconder la verdad para siempre. Un misterio sin resolver. Un oscuro secreto del pasado. ¿Por qué morían todos los que aparecían en aquella vieja fotografía? La ciudad de la lluvia, de Alfonso del Río, es un thriller literario que arranca con un contrapunto temporal en forma de flashback que nos traslada desde el nebuloso y sombrío Berlín de 1941 hasta el lluvioso y agitado Bilbao de 1983. Zenda ofrece un fragmento del libro publicado por Destino.
Mi vida, 1
Me presento
Soy abogado. Y no uno cualquiera, sino el mejor. Eso sí, no soy uno de esos abogados de las películas, con sus togas prestadas y sus “¡protesto!” o sus “si su señoría me lo permite”. Es cierto que alguna vez he tenido que ir a juicio cuando a mis clientes se les han puesto las cosas feas. Pero no, normalmente no soy uno de esos abogados.
Estoy especializado en derecho empresarial. Así que, más bien, soy de esos que están detrás de las noticias que salen en la prensa económica. De los que saben cuándo va a haber una fusión o cuándo va a producirse una venta importante. Y siempre lo sé antes de que el público o el mercado lo intuyan.
Durante los dos últimos años, he aparecido en las revistas especializadas como uno de los cien mejores abogados del mundo. Aún no sé por qué no aparezco en primer lugar. Será por mi edad. Aunque ya he cumplido hace tiempo los cuarenta, aún soy demasiado joven. Mejor dicho, aún no soy lo suficientemente viejo.
Pero todo eso ya no importa. Llevo varios días huyendo de la muerte. Recluido en mi escondrijo para que no me encuentren, porque si me encuentran estoy jodido. He sudado como un cerdo y ya ni siquiera me importa haber destrozado un traje que me costó cien mil pesetas.
Así que voy a morir. Y no tengo culpa de nada: no soy más que una víctima. O, al menos, eso creo.
A pesar de mi situación, intento no reprocharme las decisiones que he tomado y que me han llevado a estar como estoy: bien jodido. He aprendido a no tener miedo a equivocarme. Eso es lo que me convirtió en lo que soy. Bueno, en lo que era. Ahora escupo todo este remordimiento en el único consuelo material que me queda: una vieja máquina de escribir.
Porque ahora mismo lo único que me consuela es saber que, a pesar de todo, sigo siendo abogado. Y no uno cualquiera, sino el mejor.
Esta es mi historia.
La conciencia es como la piel. Al principio, se
muestra delicada como la epidermis de un recién
nacido. Perfectamente sensible a cualquier
estímulo. Pero si se descuida, si se expone, si
se desprecia, acaba endurecida, ajada y vieja,
como la piel callosa de las manos de un campesino.
Incapaz de sentir si tiene una picadura,
un corte… o una herida incurable.
El Extranjero
París, octubre de 1939
El hombre de la bata de cuadros escoceses, con su pañuelo de seda anudado al cuello, levanta con delicadeza el brazo del gramófono y coloca cuidadosamente la aguja sobre el disco. La púa hace contacto con la superficie labrada y comienza a escucharse una melodía, el aria «O mio babbino caro» de la ópera Gianni Schicchi. Una ópera joven pero de la que él se había enamorado desde el principio.
Satisfecho, recorre el salón y se dirige al sillón orejero que queda a su derecha para deleitarse más plácidamente con la música que inunda la habitación. Deja volar su pensamiento. Así es como reflexiona mejor.
Está en París, en una casa que tiene alquilada desde hace años para usos ocasionales. Nadie más que él sabe de su existencia. Esta vez solo permanecerá allí dos días. Tiene que reunirse con el ingeniero que ha contratado. La máquina va viento en popa, según parece, pero quiere cerciorarse. Si todo sigue su curso, su plan podrá llevarse a cabo al fin.
Aquí viene la mejor parte de la pieza que escucha… Cierra los ojos, pero el inoportuno sonido del teléfono rompe el hechizo en que comenzaba a sumergirse y le provoca una notable irritación.
—¿Sí, dígame? —responde con hastío. Solo puede ser su casero parisino, que reside en el mismo inmueble.
—¿Qué tal el viaje?
Pero no. El hombre, extrañado, reconoce la voz de su colega el ingeniero. Es de Valencia, aunque emigró por trabajo a Polonia y se vio atrapado en la maraña de la guerra. Se trata de un socio discreto que se ha ganado su confianza y, casi, su amistad. Lo ha trasladado de Polonia a París para que pueda trabajar con las personas que conocen de primera mano las máquinas que usa el Reich.
—¿Cómo me ha localizado? —pregunta.
—Si no lo hubiera hecho, no merecería que gente como usted contratase mis servicios.
El hombre sonríe. Tiene toda la razón del mundo. Si ese ingeniero es ahora su socio es precisamente por eso. No solo por sus conocimientos técnicos y su capacidad para el diseño. Sino también por esa astucia que lo hace adelantarse a los acontecimientos. Tiene claro que en aquella aventura van a ser muy pocos sus acompañantes. Y no necesita que sean solo buenos. Necesita que sean eficaces y discretos.
—Muy bien, muy bien —admite por fin, con media sonrisa—. Entonces, mañana nos vemos en el lugar acordado para verificar cómo va la máquina.
—Sí, pero no lo llamo por eso.
El hombre se pone en alerta. Su socio tiene otra tarea asignada: encontrar un topo en el bando nazi que pueda hacer posible lo que planean.
—Dígame, ¿se ha enterado de algo que pueda ayudarme? —pregunta sin ocultar la excitación.
—Sí… —El ingeniero hace una pausa, como si estuviese sorprendido por algo—. ¿Eso que escucha es Puccini?
—En efecto —responde satisfecho.
—Muy buena elección.
—Ya. ¿Qué quería decirme?
—He conectado con alguien que puede conseguirnos un contacto próximo en la más alta cúpula del poder nazi…
El hombre tensa la mandíbula y se aprieta el auricular contra el oído.
—¿Cómo dice?
—Prefiero contárselo mañana en persona. Pero ¿me dirá antes para qué quiere esta información? ¿Me puede decir cuál es nuestro objetivo?
—El hecho de no contárselo entra dentro del precio que le pago, ¿no es cierto?
—Por favor… Hemos recorrido ya un largo camino juntos. Creo que mi fidelidad está más que demostrada. Y nunca termina usted de contármelo todo… ¿Siempre es tan desconfiado?
El hombre es consciente de que lo que dice su socio es verdad, pero ser precavido es la única manera de proteger a los que le prestan ayuda y, más importante aún, de proteger su plan.
—Así es —responde—, siempre soy tan desconfiado.
—¿Por qué, si puede saberse?
—Porque siempre ha sido así… y así está bien.
Sinopsis de La ciudad de la lluvia, de Alfonso del Río
BERLÍN 1941
Cinco personajes se encuentran en un aeródromo de las afueras de la ciudad. Tienen entre manos una misión que puede cambiar el curso de la historia. Son inmortalizados en una fotografía tomada al azar.
Alguien mantiene en jaque a toda la cúpula del III Reich con una máquina de encriptación que supuestamente supera a Enigma. Y Berlín es un hervidero de espías, contraespías, oficiales nazis que sucumben a las más bajas tentaciones y personajes anónimos que intentan abrirse un camino. Un entramado inquietante que no desdeña los mecanismos de la ficción literaria, pero que a su vez se basa en uno de los episodios reales más misteriosos de la II Guerra Mundial en el que un alto jerarca nazi se arrojaría en paracaídas sobre Escocia para negociar un posible armisticio anglo-germano. Episodio aún hoy inexplicado sobre el que late la trama de fondo de La ciudad de la lluvia.
BILBAO 1983
Cuarenta y dos años después, la muerte vuelve a unir a los protagonistas de aquella vieja fotografía.
La mayor inundación de la historia de la ciudad y un acuerdo empresarial al límite de fracasar unen las vidas de una joven promesa del Athletic, la hija de un gran empresario y un abogado de éxito en un pulso a contra reloj que desafía todo aquello que conocen y que los mantendrá alerta, incluso más allá de poner a salvo sus vidas y desvelar el misterio que entrelaza unas muertes con una conexión impredecible.
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Autor: Alfonso del Río. Título: La ciudad de la lluvia. Editorial: Destino. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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