El pasado 10 de octubre se falló el Premio Nobel de Literatura 2024, que recayó sobre Han Kang (Gwangju, Corea del Sur, 1970). Ya conté que ese mismo día compré La vegetariana (2007) y que no fue fácil encontrar cualquier otro libro de esta autora. Unos días después, sin haber acabado aún La vegetariana, pero disfrutando de su lectura, le solicité a la editorial Random House un ejemplar de La clase de griego (2011), y me llegó a casa al día siguiente.
Son dos los protagonistas principales de La clase de griego: uno de ellos nos va a contar su historia en primera persona y la historia del otro nos la contará una narradora en tercera persona.
El libro se abre con la voz en primera persona, que —iremos descubriendo— es la de un hombre coreano, que no llega a los cuarenta años y que con quince emigró, junto a su familia, a Alemania. Allí descubriría pronto que, al igual que su padre, padece una enfermedad ocular que va a ir haciendo que su vista se debilite poco a poco hasta quedarse ciego. Como un guiño literario, el libro se abre con una anécdota protagonizada por Jorge Luis Borges. En el momento del presente narrativo del libro ha de usar unas gruesas gafas verdosas, ha de leer con una lupa y, cuando anochece o no le llega suficiente luz, tiene muchas dificultades para poder ver. Quizás se vaya a quedar totalmente ciego dentro de unos pocos años. Nunca llegó a aprender alemán con total dominio de la lengua, pero lo que mejor se le daba en el instituto, mejor que a los alemanes, era el griego antiguo, disciplina que pasaría a estudiar en la universidad. A los treinta y un años, pese a la oposición de su familia, que no lo veía como una buena idea, decide volver a Corea del Sur y tratar de ganarse allí la vida con su título de griego clásico. En el tiempo narrativo de la novela da clases de griego y de latín en una academia de Seúl. No siempre, pero es frecuente que la primera persona del profesor de griego se dirija a un interlocutor, normalmente mediante el recurso de una carta: a una chica que le gustó en el pasado, a su hermana en Alemania, a un amigo alemán…
La segunda protagonista —cuya historia nos llega intercalada con la voz de una narradora— es una mujer, de una edad similar a la del profesor (aunque esto no se dice explícitamente en la novela), que creció fascinada por el lenguaje. «El lenguaje penetraba en sus sueños como un punzón, provocando que se despertara sobresaltada.» (pág. 15). Igual que ocurría en La vegetariana; aquí, un elemento semifantástico está presente en el texto: el lenguaje «asalta» a la protagonista, pero en otros momentos la abandona. En el presente narrativo del libro, la mujer ha perdido la capacidad de hablar. Había trabajado en una editorial, en una agencia de publicidad y cuando se dedicaba a la docencia universitaria, un día, en plena clase, perdió la capacidad de hablar, algo que ya le había ocurrido de adolescente y que ahora volvía. Esta idea de pasar a ser una persona muda, de repente, se convertirá en símbolo de su soledad y de su sensación de insignificancia frente al mundo. En la página 50 leemos: «Incluso en la época en que podía hablar, ella era una persona de voz queda. (…) Simplemente no le gustaba acaparar espacio. (…) En el metro o en la calle, en una cafetería o un restaurante, nunca hablaba en voz alta y desinhibida, ni llamaba a voces a alguien. (…) A pesar de ser delgada, andaba con la espalda y los hombros encogidos para ocupar menos espacio».
Algunos acontecimientos acaecidos en la vida de la mujer han contribuido a llegar a su situación actual: «Claro que algo tendría que ver que su madre hubiera fallecido hacía seis meses, que ella se hubiera divorciado, que hubiera perdido la custodia de su hijo de ocho años después de tres juicios y que el niño estuviera viviendo con su padre desde hacía cinco meses» (pág. 12).
La protagonista de La clase de griego, después de perder la custodia de su hijo, estuvo varios días vomitando y luego solo podía comer repollo hervido. De nuevo, parece que en esta historia la poca presencia física de la protagonista pasa por la infraalimentación.
No conoceremos los nombres de los protagonistas, y esta falta de nominalidad los convertirá en arquetipos de la soledad que sufren las personas en las grandes urbes.
La mujer, que ya no puede trabajar como profesora universitaria, se ha apuntando a la clase de griego que imparte el hombre. Solo son cuatro alumnos en clase, y ella es la única mujer.
Como ocurría en La vegetariana, en La clase de griego la mujer protagonista también se siente abrumada por la sociedad en la que le ha tocado vivir, una sociedad ante la que se siente inane. En La vegetariana, la mirada sobre los personajes masculinos, el marido y el cuñado de la protagonista, era negativa: eran personajes machistas, ensimismados e infantiles. Sin embargo, en La clase de griego la mirada sobre su protagonista masculino es más compasiva que en la otra novela y sus dramas personales son presentados al mismo nivel que los de la mujer. De nuevo, Kang decide dar voz propia a los hombres y la mirada sobre la protagonista femenina es externa (con la excepción de las páginas en la que la primera persona alucinada de La vegetariana describía sus sueños).
La protagonista de La clase de griego tiene una cicatriz en su muñeca, señal de que en algún momento de su vida ha intentado suicidarse, marca que también tenía la protagonista de La vegetariana.
En La clase de griego se recoge un recuerdo doloroso de la protagonista: cuando era niña, su perro murió atropellado por un coche y, cuando aún estaba herido, trató de socorrerlo y éste le mordió. La violencia es una respuesta que la protagonista, como niña, recibe por su compasión. Como ya conté en la reseña de La vegetariana, en esta novela también hay un recuerdo de infancia de la protagonista que tiene que ver con la violencia que sufre un perro y que ella sufre de ese mismo perro. Tengo la sensación de que al usar esta imagen en las dos novelas, aunque sea con variaciones, esta idea de la violencia y el perro es un recuerdo real de la infancia de Han Kang.
El tono en el que estaba narrada La vegetariana era más violento y misterioso que el de La clase de griego. En esta segunda novela el tono es más melancólico y poético; de hecho en La clase de griego nos vamos a encontrar con algunos poemas en sus páginas.
Ya comenté que me había llevado una grata impresión de La vegetariana, que se confirma con la lectura de La clase de griego. A principios de diciembre, la editorial Random House va a reeditar la novela Actos humanos, ahora descatalogada, y va a sacar por primera vez en español Imposible decir adiós. Estos dos libros tratan sobre temas políticos, puesto que en los dos se habla de famosas matanzas históricas en Corea del Sur. Siento curiosidad por esta otra vertiente de la obra de Han Kang.
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