Desde sus primeras páginas, Cualquier verano es un final —última novela de Ray Loriga editada por Alfaguara—, se sustenta en la voz narrativa, una voz que se dirige a nosotros en tono conversacional:
Yorick edita clásicos atípicos ilustrados para jóvenes eruditos y ama platónicamente a su ilustradora, la joven de Lyon Alma Lavigne, pero a quien ama de veras es a Luiz, un portugués de buena familia a quien conoció en Nueva York en el curso de una fiesta celebrada en un bar para boxeadores. Yorick llegó allí de la mano de un amigo bombero, superviviente de las Torres Gemelas.
Ahora Luiz ha decidido morir y para ello escoge una institución suiza que practica la eutanasia legal a orillas del bucólico lago Constanza. Preocupado por su amigo, Yorick se desplaza hasta el país helvético en pos de una pregunta sin respuesta: ¿cómo es que alguien feliz, joven, sano y de vida acomodada desea abandonar este mundo? La cuestión no es baladí y será el leitmotiv de una novela que narra una sucesión de viajes a Suiza, Nueva York, Venecia, República Dominicana… para concluir en el paradisíaco enclave portugués de Carvalhal, un brazo de tierra que se adentra en el mar frente a la bahía de Setúbal.
La muerte es, en efecto, el núcleo de esta novela, porque no solo Luiz fantasea con ella, sino que Yorick la ha tenido cerca debido a un tumor cerebral que han conseguido extirparle. «Por cierto —asegura la voz—, que estuve muerto durante dos minutos y no vi a Dios, ni nada parecido. Ni luz al final del túnel, ni túnel siquiera, y de hecho no me enteré de nada».
En este punto se contrapone la raíz shakespeariana de la novela con su verdadera naturaleza, que es epicúrea y lucreciana. En la mentada escena de Hamlet, cuando el príncipe de Dinamarca sostiene la calavera del bufón en su mano, Shakespeare escribe: «¡Ay, pobre Yorick! Lo conocí, Horacio; un tipo de broma infinita, de la fantasía más excelente (…) Aquí colgaban esos labios que he besado no sé cuántas veces. ¿Dónde estarán tus burlas ahora? ¿Tus brincos? ¿Tus canciones? ¿Tus destellos de alegría, que solían poner la mesa en un rugido?».
Las palabras del bardo de Stratford son un memento mori, una grave advertencia de que todos los que reímos ahora moriremos algún día; en cambio, la voz narrativa del Yorick de Loriga rechaza toda gravedad: «He visto a demasiados hombres hablando de la muerte como si fuera un asunto esencial, o trascendente, y no lo es (…) la muerte de un hombre es una gran nadería». Y, en efecto, conforme se suceden los capítulos de Cualquier verano es un final, repletos de fiestas, risas, baños en la playa, lecturas de libros… advertimos que la presencia de la muerte, tanto en el tumor de Yorick como en el capricho de suicidarse de Luiz, no son sino modos de sentirse más vivos, de ser más conscientes del placer de la existencia.
Me gusta la facilidad aparente de la prosa de Ray Loriga, su levedad es un iceberg que esconde su masa bajo las aguas. Las constantes referencias a la literatura, el cine, la música no pesan en absoluto. Y quisiera acabar esta reseña con una leve cita de Yorick desde la playa de Carvalhal: «Nadar desnudos, tendernos al sol a secarnos (…) Los días se van leyendo, charlando, pensando en las musarañas«.
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Autor: Ray Loriga. Título: Cualquier verano es un final. Editorial: Alfaguara. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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