Zenda publica un texto firmado por Jordi Massó Castilla y Cristina Rodríguez Marciel, traductores para el sello De Conatus de La frágil piel del mundo, obra del recientemente fallecido filósofo Jean-Luc Nancy, acerca del trabajo que ambos han realizado con el texto del autor francés.
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Puesto que se trata de praxis, esto es, de making of o de cómo hacemos lo que hacemos (distinguiendo, además, convenientemente, praxis de poiesis —según una diferenciación que a Jean-Luc Nancy le gustaba mucho utilizar y que nos llega de Aristóteles—, es decir, no la actividad —poiesis— que produce una obra y la deja ahí en cuanto efecto exterior, el “creador” produciendo su “obra”, sino un hacer que transforma al agente que la realiza y cuyo pensamiento es ya, en consecuencia, una acción), es preciso comenzar indicando que este texto, como es muy frecuente en nuestra praxis, está escrito a cuatro manos y, con esas cuatro manos, dos voces y dos pensamientos que, a veces, como será hoy el caso, prefieren no distinguirse y mezclarse sin confundirse, para hablar siempre en singular plural.
Comenzamos a interesarnos por el trabajo de Jean-Luc Nancy hace casi dos décadas. De hecho, si bien se piensa, nuestra amistad comenzó a fraguarse por este interés compartido. Y así, a través de esta tarea en común, la amistad se ha consolidado desde entonces. Nos gusta mucho, y la suscribimos por completo, esa frase de Blanchot que dice que no hay coup de foudre, flechazo, de la amistad, sino “más bien un poco a poco, un lento trabajo del tiempo”. Encontrábamos en Nancy un pensamiento que permitía hacer compatible la especialización académica con el interés por auscultar los problemas que nos desafían en nuestra realidad contemporánea. Hace veinte años, Jean-Luc Nancy era ya un pensador relevante en el panorama filosófico internacional, puesto que había entrado en escena con una aportación originalísima sobre la comunidad que permitía abrir una brecha insospechada en el debate ensimismado que ocupaba por aquel entonces, aunque dando ya sus últimos coletazos, a la filosofía política: el debate entre “liberales” (“individualistas”) y “comunitaristas”. Para nosotros, el trabajo de Nancy empezaba ahí, pero todavía quedaba mucho por hacer y por pensar. Le quedaba mucho a él y nos quedaba mucho a nosotros en el seguimiento, a veces en la “persecución” o en el “asedio”, de su pensamiento. Hemos tenido el privilegio de recorrer, caminando tras sus pasos, la senda trazada por su pensamiento. Primero, conocimos su obra, después y muy pronto, conocimos al hombre. Con inmensa tristeza, el pasado 24 de agosto nos llegó la noticia de su muerte, que no por esperada dejó de ser rabiosamente dolorosa. Ese mismo día, se publicaba la traducción al español de La frágil piel del mundo. Este libro es para nosotros hoy una forma de empezar con nuestro trabajo de duelo y, por motivos fácilmente comprensibles, no es un libro más, entre otros, de tantos como hemos traducido (ni por esta circunstancia personal ni por lo que en el libro está poniendo Nancy sobre la mesa) y en los que hemos trabajado, introduciéndolos o contextualizándolos para el lector. En estas líneas, no hemos querido explicar en qué consiste nuestro trabajo académico en la universidad cuando nos hacemos comentadores, introductores o intérpretes de un determinado pensamiento, preferimos hablar de lo que hacemos cuando nos ponemos con eso que Benjamin, en un célebre título, llamó “la tarea del traductor”. Hay libros imprescindibles que, como no están escritos en la koiné de nuestro tiempo, requieren del traslado a nuestra lengua. Ciertamente, el vínculo entre filosofía e idioma es tan complejo e íntimo que no es un prejuicio en absoluto, nada más lejos, la constatación de que el estudio del corpus de un autor debe hacerse siempre, en la medida de lo posible, en su propia lengua. Cuando no es posible, por la infinidad de lenguas que habría que conocer, al menos parece acertado leer al autor de nuestro interés en la lengua materna de cada uno y de cada una (para alguien cuya lengua materna es el español no parece buena idea leer a un autor francés en una lengua interpuesta, o intermedia, como lo es el inglés en muchos casos). En ese sentido, también nos acordamos siempre de Blanchot cuando llamaba a los traductores “los enemigos de Dios”, por nuestro recalcitrante empeño en paliar los efectos del castigo que se nos infligió a los seres humanos, en forma de confusión de lenguas, por la osadía de la construcción de la Torre de Babel. Por eso, en lugar de la confusión de lenguas a la que alude el relato bíblico, nosotros entendemos su relación, en este caso, la del francés y el español, como una comunidad de lenguas, de lenguas que se comunican, se mezclan, se intercambian, comparten, comparecen una ante otra, se saludan o se despiden, a veces se ignoran o se desdeñan, como el complejo entrelazamiento de instancias irreductibles que las propias lenguas son, puesto que, como le gustaba decir a Nancy, “todo es dado a cada lengua, pero en absoluto de la misma manera”. La tarea del traductor fue descrita por Jacques Derrida, mediante una aporía, como “imposible y necesaria” a la vez. Ciertamente, hay que traducir, constatando, siempre y con cada palabra, la imposibilidad de hacerlo, puesto que, como afirmaba Benjamin, el núcleo esencial de una obra permanece siempre intraducible, incomunicable, como un “resto” indómito que resiste, en la propia obra, rebelde, inapropiable e imposible de amortizar por completo. Algo que no puede ser entendido en absoluto como un “misterio”, puesto que no deja de ponerse de manifiesto en todas nuestras comunicaciones, comercios, contratos y contactos. De ahí, las insufribles notas de traducción que, por mucho que las queramos explicativas y “productivas”, acaban pareciéndonos infructuosas y vanas al indicar algo así como: “no se puede traducir”. Pero no vamos a exponer aquí una teoría de la traducción. Hay muchas y cada traductor o traductora debe optar por la que le parezca más acertada para entender por qué y cómo hace lo que hace, en este caso, traducir. Se nos ha pedido hablar de nuestra praxis de la traducción. Cuántas horas, cuántos días, cuántos meses hemos invertido en cada libro que hemos traducido buscando aquello que Flaubert llamaba “le mot juste”, la palabra exacta, para confirmar que no la hay y que, en consecuencia, cada palabra debe ser discutida, consensuada, propuesta y retirada una y otra vez, puesta en común, ya que la traducción siempre es cosa de más de uno. Es una gran responsabilidad, porque la lengua de destino debe darle una vida distinta a la lengua original, hacerla respirar de otra manera, y tocarla donde no se puede, allí donde es intocable, allí donde dice “no me toques”. Por eso, la alegría siempre está presente en la tarea, pero inevitablemente también esa sensación amarga que se nos impone, cada vez, en cada libro, de estar tocando lo intocable.
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Autor: Jean-Luc Nancy. Título: La frágil piel del mundo. Traducción: Jordi Massó Castilla y Cristina Rodríguez Marciel. Editorial: De Conatus. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Muy interesante