Un sistema caótico puede parecer falsamente aleatorio porque cualquier variación en las condiciones iniciales nos llevará a un resultado distinto. Si las cenizas del abuelo no se hubieran quedado olvidadas en el sótano de alguna funeraria de Irlanda, Daniel no habría conocido a Claudette. Si Claudette no hubiera conseguido ese empleo en la agencia de trabajo temporal que consistiría en meter dos mil folletos en sobres, no habría terminado siendo una actriz de éxito. Años más tarde decidirá abandonar su profesión, la fama, el lujo, el reconocimiento y a su pareja, subirá a un bote salvavidas una mañana azul con su hijo y una mochila a cuestas y emprenderá un camino solitario que la llevará a cruzarse con esta especie de viajero accidental que sólo pensaba pasar unas horas más en Europa antes de volver a Nueva York. Y se encuentran. Y Claudette es el amor de la vida de Daniel, de eso no hay duda. Pero, hace mucho tiempo, también lo fue Nicola. Porque todos sabemos que tenemos tantas vidas como veces nos hemos enamorado. Que cada vez que te enamoras el contador vuelve a cero y, a partir de ahí, tu vida comienza. La nueva, la de verdad, la definitiva, la del ahora, sí, y todo lo anterior es borrado o, cuanto menos, minimizado. Así que Claudette es el amor de esta vida de Daniel, de la de ahora. Y todo está bien. Hasta que una mañana, mientras lleva a sus hijos en el coche, escucha en un programa de radio el nombre de su antigua novia y, superado el asombro inicial, surge la pregunta: ¿qué habría pasado si…? Y esa pregunta, esa misma, es la que sin él saberlo se hizo su madre antes de morir. Su madre, cuyo último pensamiento en su lecho de muerte rodeada de su marido, de sus hijos, de sus nietos, del propio Daniel, será para el hombre que dejó marchar porque ya estaba prometida con otro. ¿Tomó la decisión equivocada o, simplemente, tomó una de todas las posibles? Y, si hubiera escogido al otro hombre, en el momento de su muerte acompañada por otros hijos, otros nietos, otro marido ¿se habría preguntado qué habría ocurrido si hubiera seguido adelante con su compromiso en vez de haber sucumbido al amor a primera vista? ¿Cuántos yos hay contenidos en el universo? ¿Cuántas posibilidades de uno mismo? Así comienza ese viaje inevitable, de Daniel y de todos en algún momento, donde te preguntas dónde quedaron todas las pieles que mudaste y dejaste atrás. En esta novela hay decisiones que se toman aprisa, aviones que salen antes de lo esperado, anestesias que entran en vena unos segundos antes de poder decir “he cambiado de opinión”, personas que se miran en una consulta médica o en un andén de metro… y todo cambia para siempre. “Qué diferente podría ser todo. Qué minúsculas las causas y qué devastadoras las consecuencias”, nos dice O’Farrell. ¿Qué hacer con los efectos colaterales de nuestras decisiones? ¿Es justo considerarnos del todo responsables de la película cuando no nos han entregado el guión completo? Y, sobre todo, ¿cuántos pasos en falso nos están permitidos antes de que toda nuestra vida se vaya por la borda?
Conoceremos poco a poco el mapa completo de la vida de Claudette y Daniel, todos sus satélites, amigos, examigos, hijos… todas las personas que les afectaron y a las que ellos han afectado. Poco a poco todo ese árbol pseudogenealógico va ganando peso y amenazará con aplastar a la pareja. La lucha por mantener a flote el matrimonio se convierte en una especie de batalla épica y, sin darte cuenta, ya has elegido el bando: quieres que ganen, que superen todas las dificultades, que se lo perdonen todo, que ninguno de los dos pierda la paciencia ni las ganas. Y te preguntas: si esta pareja también es el resultado de decisiones a ratos conscientes o no, a ratos libres o no, puede que fruto de un capricho o simplemente de la casualidad… ¿Qué valor tiene? ¿Cuánto deben luchar o cuándo deberían rendirse (cuándo deberíamos rendirnos) ante las dificultades? Según la teoría del caos, el comportamiento de un sistema dinámico nunca muestra una trayectoria bien definida sino que ésta es errabunda alrededor de algo llamado el atractor, una especie de estado estable al que todas las trayectorias tienden y donde, una vez llegan, permanecen pase lo que pase. Si una perturbación cualquiera alterara dicho sistema se originaría un período de transición de mayor o menor duración, pero éste siempre volvería a su dinámica habitual. Quizá Claudette no es solo un accidente más en la vida de Daniel sino su “constante inevitable”, ese lugar donde regresar después de caer a los infiernos del remordimiento y el vértigo de las decisiones tomadas en el pasado. Lo justo sería que, dentro de todas las posibilidades de acción que tenemos en nuestra vida, encontráramos nuestro atractor, nuestra constante, esa persona que no depende de la cercanía, el azar o la probabilidad, sino que sabes que, aunque hubieras elegido cualquier otro camino, habría aparecido igual, de un modo u otro. Y si no creemos en el amor, siempre podemos creer en las Matemáticas.
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Autora: Maggie O’Farrell. Título: Tiene que ser aquí. Editorial: Libros del Asteroide. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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