Pocos momentos en la historia de la cultura han sido tan pródigos y fecundos en talento y fuerza intelectual como lo fue la Europa de fines del siglo XVIII e inicios del XIX. Fueron tantas las líneas de pensamiento, artísticas y científicas que se abrieron paso y desarrollaron que enumerarlas todas daría no ya para un artículo, sino casi para un libro. Fue un periodo en el que se retoma cierta lectura paracelsiana de la naturaleza, alejándose de una concepción mecanicista de la misma, donde el yo se empieza a erigir en el fundamento a partir del cual todo debe construirse, un contexto en el que se anhela una armonía de todos los espacios de lo real, en el que la experiencia subjetiva y emotiva debe conjugarse con la racionalidad que había prevalecido en el periodo ilustrado… Todo este magma, en particular, es el que trabaja Andrea Wulf, en su última obra Magníficos Rebeldes, donde se aproxima a la explosión del movimiento romántico en Jena, especialmente, entre 1790 y 1810.
Más allá de este hecho, el libro parte del vínculo que se establece entre Schiller y Goethe, allá por 1794, y que será para Wulf el eje del que se gestará el círculo de Jena. Amistad forjada entre dos personalidades absolutamente antagónicas (Goethe era vivaz, activo, social, burócrata, cercano a los poderes fácticos en Weimer, pudiente, influyente, una celebridad cultural… Mientras que Schiller por entonces tenía una personalidad quebradiza, frágil, cercana a la melancolía e incluso a la misantropía, no reconocido, siempre en el límite económicamente hablando…) pero que, precisamente por ello, y junto su extensa erudición e inquietudes, su complementariedad de talentos opuestos se hizo idónea. La amistad que entablaron será de las más sólidas y entrañables que se conocen en la historia de la cultura occidental, y buena parte de los trabajos más importantes de ambos están materializados a partir de intercambios, interpelaciones, correcciones… que ambos se sometían el uno al otro. Fue una relación de respeto y amor, donde la rivalidad no tenía ningún peso.
Otro punto interesante de la obra es como retrata la llegada de Fichte a Jena y como muy rápidamente, bajo los auspicios kantianos, se convierte en el pensador más influyente, no sólo de Jena, sino de todo el territorio alemán. Interesante observar como su filosofía del Ich (Yo), elaborada y relaborada continuamente en sus clases, se convirtió en el complemento filosófico necesario para propulsar el germen de un pensamiento romántico todavía en estado embrionario. Asimismo, Fichte fue una figura problemática. Por un lado, profesor admirado y reconocido precozmente, con miles de asistentes a sus clases y por consiguiente con un poder de convocatoria y convicción más que destacables pero, por el otro, se convirtió en una figura peligrosa ya que su reivindicación del yo, tanto en sus clases como en sus primeros escritos, más cercanos a lo panfletario, y sus primeras elaboraciones de la Wissenschaftslehre, su gran obra reformulada a lo largo de toda su vida, fueron siempre planteamientos incómodos, difíciles, para el poder. La reivindicación del Yo, su espíritu revolucionario en consecuencia, estigmatizaron su pensamiento como peligroso y consiguientemente como digno de ser repudiado. Fichte, a su vez, rompió varias veces sus vínculos con el círculo, en especial en sus confrontaciones tanto con Schiller en primer lugar (por un artículo que Schiller se negó a publicar en su revista die Horen, tras sugerirle diferentes cambios de estilo y formato) y luego con Schelling, su sucesor en la cátedra de filosofía en Jena, y nuevo tótem de la filosofía alemana en cuanto Fichte es apartado de la Universidad de Jena.
La obra, más allá de estas cuestiones, penetra con elegancia en cómo los diferentes autores se van influenciando entre sí, como sus propuestas se van construyendo progresivamente a través del intercambio de ideas siempre inacabado. Eso fue el círculo, realmente. Un lugar de flujo experiencias, conocimientos, un espacio en el que el trabajo de August Schlegel no habría sido posible sin la complicidad y trabajo intelectual de su mujer Caroline, donde Goethe jamás habría acabado el reto de su vida, Fausto, sin la implicación de Schiller, la filosofía de Schelling o los planteamientos biológicos y científicos de Alexander von Humboldt, por citar sólo algunos ejemplos. Y es que, si se piensan las cosas con detenimiento, cualquier propuesta intelectual, sea del orden que sea, depende de la complicidad, tiene esencialmente una naturaleza dialógica.
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Autora: Andrea Wulf. Título: Magníficos rebeldes. Editorial: Taurus. Venta: Todostuslibros.
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