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La construcción de la realidad

La construcción de la realidad

En mi más reciente viaje a Marruecos, al llegar a Essaouira, dejé la mochila en el riad donde me alojaba y me fui rápidamente a la playa para dar un paseo descalzo. Caminé varios kilómetros en dirección sur, hasta que llegué a una zona de dunas en la que un grupo de turistas recorría en camello la orilla del mar y otro se adentraba entre las montañas de arena. Varios chicos marroquíes me ofrecieron que me uniese a uno de los grupos a un precio «incredíbile», pero a mí me apetecía más observarlos y hacer fotos de cuando en cuando, así que les dije «grazie, ma no, amici». Y me reí al ver que ellos también se reían. Éramos cómplices del mismo chiste, porque todos sabíamos que no soy italiano, aunque a un marroquí antes de hablarme seguramente le parezca, en un rápido cálculo de probabilidades, una nacionalidad bastante probable para alguien con mi apariencia. Aquellos chicos podrían haberme confundido con un francés, con un belga o con un alemán, y nos habríamos reído de la misma forma; nos habríamos reído, supongo, aun si hubiesen supuesto que era y soy español. Después de todo, italiano, francés, belga, alemán o español son solo partes de una ficción, eficaz si no nos la tomamos demasiado en serio, según nos cuenta Jorge Volpi en La invención de todas las cosas. Para él, inventamos cuanto necesitamos, incluso nuestra identidad, y lo hacemos a partir de materiales que creamos nosotros mismos o materiales que nos presentan los demás, en formato libro o película o pintura o ecuación matemática, a los cuales nos adaptamos o los adaptamos a nuestras necesidades. Solo corremos peligro cuando son otros quienes moldean nuestra identidad, cuando nos dicen qué, cómo, dónde y cuándo añadir partes a lo que somos; el peligro, de hecho, se da en cuanto el relato de nuestra identidad cae en manos de políticos con habilidades narrativas y manipuladoras, suficientes para convertirnos en sus títeres, tras hipnotizarnos y hacernos creer lo que ellos quieran.

"A veces le pedimos a la imaginación que sea más poderosa que la realidad, porque al fin y al cabo la realidad no es más que un producto de la imaginación de los dioses, quizás por eso mis fotos me parecieron entonces de otra época"

A Jorge Volpi lo consideran algunos críticos el mejor escritor de novelas de aeropuerto en lengua castellana. Con eso quieren decir que es el mejor barman de cocktails de nuestra literatura, el que mejor partido le saca a un poco de divulgación científica, a unos personajes portátiles pero resultones y a una intriga mínima pero internacional; agita con ritmo y finura esos elementos y le sale una ficción o un ensayo perfectos. Pongamos, pues, que es el escritor idóneo para viajar con él, el que escribe libros más adaptables a los requisitos de un viaje. Pongamos, asimismo, que es quien mejor entiende que todo viaje es en realidad una ficción, una ficción real que consiste en hacer lo que nos da la gana con lo que vemos y que, mientras tanto, otros hagan con nosotros lo que les dé la gana. Todo eso, vaya por delante, solo lo entiende un escritor profundamente cosmopolita, que no está en deuda con ninguna cultura en particular, más bien está en deuda con el conjunto de cuantas existieron y existen; me refiero a un escritor como Jorge Volpi y a un libro como La invención de todas las cosas, que se negarían a dejarse catalogar por nadie, ni como mexicanos ni como nicaragüenses ni como colombianos. Solo pueden ser descritos como occidentales, porque su erudición y su curiosidad insaciables, su fortaleza ante los argumentos que les son contrarios o su talento para el ensamblaje, de elementos en muchos casos anacrónicos e incluso antitéticos, no son características propias de culturas no occidentales. En ese sentido, el autor y el libro entienden el mundo como un interrogante que debe ser resuelto (pero que seguramente después de ser resuelto, no todo el mundo estará en disposición de entender).

Unas horas más tarde, en aquel viaje a Essaouira del que hablaba al comienzo de este texto, mientras esperaba que preparasen mi comanda en un restaurante de playa, fui viendo las fotografías que acababa de hacer y me sentí como uno de aquellos falsificadores capaces imitar sobre un lienzo los estilos de los grandes maestros y vender las copias como originales, en ocasiones a expertos incapaces de saber si lo que estaban a punto de comprar se había pintado en el siglo XVII o en el siglo XX. A veces le pedimos a la imaginación que sea más poderosa que la realidad, porque al fin y al cabo la realidad no es más que un producto de la imaginación de los dioses, quizás por eso mis fotos me parecieron entonces de otra época. Era como si hubiesen sido tomadas hacía décadas o más bien siglos, por el ojo de Dios. No describían el crudo presente de Marruecos, como un país cada vez más moderno y menos «exótico», sino como se lo imaginaría alguien que jamás hubiese estado allí, cuando poco en los últimos treinta años, y solo lo conociera a través de películas o de Las mil y una noches, confundiendo entonces Marruecos con cualquier país musulmán y dando por hecho que, más que parecerse, todos esos países son iguales. Me había bastado con alejarme un poco de los camellos y los turistas, con encuadrarlos en ligero contrapicado y evitando el contraluz del atardecer un poco pero no lo bastante para borrar el efecto de flou que quería, porque de ese modo tanto los animales como los seres humanos se habían convertido en siluetas oscuras avanzando sobre la arena rojiza y daban la sensación de estar en el desierto y no al lado de la playa. Uno podría pensar que se trataba de una caravana de tuaregs camino de Tombuctú, listos sus integrantes para enfrentarse a bandidos, tormentas, alacranes y a la escasez de agua. Daba la sensación de que aquellas imágenes describían lo que iba a ser una gran aventura, no eran simples fotografías.

"Franz Kafka es el centro de este círculo literario, cuyos límites son siempre elásticos, avanzando y retrocediendo, bifurcándose para narrar una anécdota personal y regresando luego al tronco de este rizoma"

Una gran aventura y no un simple libro es La invención de todas las cosas, de Jorge Volpi, donde él nos cuenta pormenorizadamente qué es la imaginación, cómo desarrolló el ser humano la suya y cómo lo hizo él mismo, primero al leer y después al escribir. Así, la antropología, la historia, la filosofía, la neurociencia, la literatura, el ensayo, la poesía, la música e incluso algunas imágenes interactúan en sus páginas, en una propuesta dispuesta a lidiar con cualquier tipo de lector, tanto el interesado en asuntos literarios y ficcionales como el más erudito e intelectual; hay para todos. Este libro se escapa a toda taxonomía e incluso a toda interpretación. Cada lector y lectura propone una hoja de ruta (la mía fue en línea recta, con siete días sin desvíos ni demasiadas interrupciones, absorbido por su capacidad creativa, alternando diferentes capas y estilos sin, pese a todo, perder homogeneidad y dirección).

Franz Kafka es el centro de este círculo literario, cuyos límites son siempre elásticos, avanzando y retrocediendo, bifurcándose para narrar una anécdota personal y regresando luego al tronco de este rizoma, en cuyas ramas uno nunca tiene la sensación de que Volpi se despiste y caiga en mecanismos narrativos caprichosos. En absoluto. Lo más sobresaliente de La invención de todas las cosas es la perfección de su montaje, el buen hilado de sus argumentaciones, de sus relatos, de sus mixturas genéricas, del cambio de voces narrativas. Se nos cuente el origen de la vida, hace unos 4.280 millones de años; la transformación de los seres humanos cuando abandonaron su origen simiesco, hace seis millones de años; el origen de lo que hoy consideramos el lenguaje, hace unos 150.000 años, o la ejecución de las primeras pinturas rupestres, que tienen una antigüedad de más de 65.000 años, el libro transforma todos esos orígenes en el origen de la ficción, en el origen de las páginas que estamos leyendo. La identidad y la creatividad van de la mano, proponiendo en todo momento que «somos porque creamos y al final creamos lo que somos». Ese lado creativo nos ha permitido fabricar verdades y mentiras, pero —como Volpi nos recuerda citando unas palabras del gran escritor argentino Juan José Saer— «aunque todas las mentiras sean ficciones, no todas las ficciones son mentira».

La invención de todas las cosas está estructurado en ocho partes, que dividen la historia del homo sapiens y la evolución del concepto de imaginación (de ficción) y sus distintas funciones, para que así se lea el libro de manera cronológica, comenzando por el final y avanzando luego en retroceso, o acudiendo solo a unas cajas grises donde la materia previa se resume, con un uso siempre de materiales distintos. De ese modo, ni siquiera quienes lo vayan a leer todo tendrán la sensación de que repite información o planteamientos. Volpi siempre tiene nuevos argumentos, nuevos ejemplos para apoyarlos, nuevas ideas. Hasta cierto punto, a veces se tiene la sensación de que, en lugar de estar haciendo una lectura, uno lo que verdaderamente hace es seguir una intensa sesión de aeróbic literario. Por eso se podría decir que, más que un libro, La invención de todas las cosas es una máquina de escritura y de lectura; más que la narración de una aventura, es la aventura de una narración.

"Este libro de Jorge Volpi a mí me ha parecido como ese telegrama, en este caso un larguísimo telegrama, que alguien nos ha enviado desde el pasado, para que con él tengamos más fácil hacernos con el control del futuro"

Volviendo a mi viaje a Essaouira, todos sabemos que en Marruecos hoy en día ya no se viaja en camello para cubrir largas distancias, ni siquiera los beduinos lo hacen. Pero nos gusta creer que quienes vean nuestras fotografías, con bestiales puestas de sol parecidas a las de Lawrence de Arabia, fliparán y se harán preguntas descabelladas que en muchos casos no nos formularán por no parecer paletillos con poco mundo a las espaldas. Serán nuestros cómplices, de la misma forma que nosotros somos cómplices de los marroquíes que nos llevan en camello una hora, que a su vez son cómplices de una idea del pasado que nadie a ciencia cierta sabe de dónde proviene. En el libro de Jorge Volpi, los lectores también encontrarán los antiguos materiales que se utilizaban hace unas décadas para describir la literatura y sus cimientos, y al mismo tiempo verán cómo aquí se añaden propuestas, como El Capital, de Karl Marx, El origen de las especies, de Charles Darwin, tratados filosóficos o libros de física, matemáticas y geometría, porque hoy en día ya nada les es extraño ni a la literatura ni a la ficción. Para el autor de este libro inagotable y titánico, incluso la ciencia es una ficción, sobre todo cuando está en sus preliminares, cuando ensaya con hipótesis, en busca de una verdad. Nosotros, los seres humanos, actuamos como científicos y tomamos fragmentos de cuanto nos rodea, para a partir de ellos hacer avanzar lo real, proponiendo nuevas formas. También los lectores nos comportamos así, absorbiendo de cualquier lectura y formulando más tarde con elementos a menudo muy heterogéneos nuestra característica versión de lo real y nuestra característica versión de lo que consideramos ficticio.

Hace poco leí un libro muy hermoso, Como un cielo entre nosotros, en el que su autora, Jakuta Alikavazovic, cuenta que a finales del siglo XX le envió a una amiga un telegrama desde el sótano de una oficina de correos de Montmartre, en París. El envío le costó treinta euros pero no le importó porque era el cumpleaños de su amiga, que vivía en Estados Unidos y tenía una particular fascinación por el «pasado». Para esta última, el «pasado» era una región del mundo, así que la autora del libro, después de darle muchas vueltas, había decidido enviarle el telegrama como regalo de cumpleaños, segura de que un telegrama a finales del siglo XX ya era lo más parecido al «pasado» que le podía regalar. Este libro de Jorge Volpi a mí me ha parecido como ese telegrama, en este caso un larguísimo telegrama, que alguien nos ha enviado desde el pasado, para que con él tengamos más fácil hacernos con el control del futuro a través de los mecanismos de la ficción y no a través de la realidad, que hoy parece un barco encallado, oxidándose mientras el tiempo pasa sin detectar un solo movimiento, un solo pensamiento.

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Autor: Jorge Volpi. Título: La invención de todas las cosas: Una historia de la ficción. Editorial: Alfaguara. Venta: Todos tus libros.

© Daniel Mordzinski

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